Compartir:
106126-Jairo%20Parada%200904.jpg

Con la celebración del Bicentenario la ciudad reflexiona sobre su pasado, presente y futuro. El pasado se nos fue, el futuro es una posibilidad y sólo contamos con el presente. Según el libro Series Estadísticas de la Economía de Barranquilla (Banco de la República, 1991), en 1778, Barranquilla solo albergaba 2.679 habitantes, y en 1835, apenas 5.359 personas. Quien viese este villorrio en esta época, no podría imaginarse que para el 2013, la ciudad ya tendría casi 1.200.00 habitantes, con un área metropolitana de más de 2 millones de habitantes. Para 1936, la industria empleaba apenas a 3.700 personas, mientras que hoy dicha cifra puede llegar a las 38.000. Desde muy temprano, la ciudad mostró su vocación industrial con 126 establecimientos manufactureros en 1937. Su suerte estuvo vinculada al puerto y a su industria, unida al simultáneo despegue del comercio y los servicios.

Siendo una ciudad con perfil industrial, dio origen a la generación de hábitos de pensamientos ligados al trabajo productivo, a la transformación material. Al no tener un legado colonial, no había blasones ni apellidos. Nació como ciudad burguesa, o fenicia según algunos historiadores, donde la acumulación de capital en los diversos sectores era lo que importaba. Por ello, los migrantes encontraron un espacio que no era cerrado para su ascenso social y económico. Las clases medias veían que la educación importaba y contaba, por lo que las universidades florecieron. El movimiento sindical hizo presencia temprana. Como todo proceso evolucionario, la ciudad también sufrió los embates del clientelismo y la depredación, como sucedió con la urbanización acelerada y la generación de nuevos barrios que exigieron nuevos mediadores con el estado local, débil y poco preparado para ello. Hubo décadas de retroceso. Pero la persistencia de muchas personas y organizaciones de la sociedad civil, aunque débil todavía, han logrado que la depredación no se logre entronizar de nuevo. Todavía tenemos mucha pobreza, exclusión e informalidad. Pero al mirar el transcurrir de los dos siglos, los hábitos del trabajo productivo han logrado prevalecer sobre los hábitos rentísticos y depredadores, aunque la batalla continúa. Hoy, los sectores populares están mejor que hace décadas, cuando no tenían ni educación, ni salud ni servicios públicos.

En un reciente trabajo, Laura Cepeda y Adolfo Meisel (¿Habrá una segunda oportunidad sobre la tierra? Instituciones coloniales y disparidades económicas regionales en Colombia. Documentos CEER No. 183-Marzo 2013), tratan de demostrar que la pobreza y la miseria de las regiones coloniales están ligadas a su pasado colonial. En otras palabras, donde hubo más peso de las instituciones coloniales, hoy tenemos más pobreza. Aunque este tipo de enfoques pienso que corren el riesgo de caer en cierto determinismo geográfico-racial, inspirados en las instituciones 'extractivas' de Acemoglu y Robinson, de todas maneras señalan el peso de las instituciones coloniales en nuestro atraso actual. Barranquilla no tuvo nada de eso. No existía prácticamente en la Colonia. Esa ausencia de instituciones coloniales tal vez fue su fortaleza. En el trabajo de Cepeda y Meisel se propone que a estas regiones, con la educación, siempre le queda la posibilidad de emigrar. Es una conclusión que siempre he cuestionado. Los habitantes del Caribe y de Barranquilla no podemos ser condenados a la emigración al educarnos. Debemos luchar por tanto por la transformación productiva y repetir con el Joe Arroyo 'En Barranquilla me quedo'. Y en el Caribe también.

Jairo Parada
Opinión