El caudaloso las construye y las desarma. Las presta y las arrebata. Se dividen y se unen. Así, a su antojo y querer, aparecen, crecen y mueren los terrenos rodeados de río que se forman a lo largo y ancho de los 1.500 kilómetros del río Magdalena.
Sí, Atlántico y Magdalena tienen islas en su río, pero que no son hijas de nadie. El gran debate es sobre sus dueños, así como el presente y futuro de sus habitantes.
Sobre cuántas hay no se tiene estadística oficial. La dinámica de la arteria fluvial y su constante transformación dificulta la tarea de mediciones en materia de ubicación y dimensiones. Según datos de Cormagdalena, entre Barranquilla y Suan hay 13 islas.
EL HERALDO hizo un recorrido por cinco de ellas, que aunque lejos de ser paradisíacas, representan un ‘tesoro’ para quienes se apropian de sus beneficios.
'Las islas son propiedad del Estado y si alguien quiere aprovecharse de ellas, bien sea para actividad portuaria o agrícola, debe hacer una solicitud formal a Cormagdalena', precisa Paulino Galindo, asesor técnico de la dirección de esta entidad.
De acuerdo con el decreto 2811 del 18 de diciembre de 1974 del código de recursos naturales, la utilización de las islas de dominio público puede hacerse 'directamente por administración delegada o mediante asociación o concesión'.
Lo anterior, empero, es teoría poco aplicada. Para agricultores como Víctor Díaz Tejeda, habitante de Suan, las tierras 'son de quien las necesita'. Quienes trabajan el campo no tienen escrituras, ni licencia. Tejeda solo carga un machete y un gran saco para recoger los frutos de su cosecha.
'Aquí cultivan más de 40 personas y cada quien se respeta su pedazo. El problema es que cualquier día el río nos quita todo y perdemos', cuenta Tejeda, de 49 años.
Más de una vez, con las fuertes lluvias, los campesinos han visto cómo desaparece su ganado, su cosecha, o su vivienda, arrastrada sin compasión por el Magdalena.
De acuerdo con Galindo, en esos casos, 'nadie responde'. El ingeniero explica que no existe alguien que pueda responder el ¿y ahora quien podrá defendernos? puesto que 'esas personas que introducen ganado, construyen o cultivan no están legalizadas. Tienen suerte de que no sean desalojados'.
Destaca, sin embargo, que a lo que sí tienen derechos los campesinos es a 'los producto de los cultivos' y precisa que si alguien desea concesionar, por ejemplo, debe indemnizar.
¿Cómo se forman las islas?
Los cuerpos de tierra en medio de la principal arteria fluvial del país se originan a partir de depósitos de resistencia 'dura o blanda' que aporta el río mediante sedimentos.
Así lo explica el ingeniero hidráulico Manuel Alvarado, quien destaca que se trata de una 'distribución natural' causada por los efectos del 'movimiento caudal'.
'Dependiendo de la ubicación y de la cantidad de agua en cada uno de los brazos (derecho o izquierdo) hay más sedimentos y por lo tanto, aumenta la extensión de la tierra', indica.
Los caudales altos, por su parte, provocan que el río robe terreno a la isla. 'Están sujetas incluso a procesos de erosión. Por eso su uso es temporal así como su estadía', concluye.
Ubicación: Municipio de Suan, Atlántico.
Islas de Suan
La playa del centro sabe a patilla, aunque el primero no sea el único nombre ni el segundo el único alimento que se cultiva. A los terrenos rodeados de agua que nacen cerca al municipio de Suan (Atlántico) sus vecinos también les dicen ’Playitas’ e ‘Islitas’. En cuanto a sus cultivos, el sabor del melón, los fríjoles, el maíz y la yuca, acompañan el dulce de la sandía.
'Lo más bueno es que estos alimentos son totalmente naturales. Esta patilla no necesitó de ningún químico, ni de fertilizantes', es la consigna de Víctor Díaz Tejeda, de 42 años, mientras divide en partes iguales la fruta.
Trabaja solitario en medio de la furia del sol, de las lluvias, y acompañado de una que otra brisa. Para llegar a las islas, es necesario transportarse en un jhonson (lancha) que se puede tomar desde el puerto de Suan. En una barcaza esperan un grupo de personas para atravesar hacia el Cerro de San Antonio (Magdalena).
Tejeda, que lleva más de 32 años cultivando en ‘La playa’ cuenta que la mayoría de los productos que recoge son principalmente para alimentación propia. Cada dos o tres meses, asegura, puede tener ganancias de dos o tres millones de pesos. Las pérdidas, sin embargo, pueden ser mucho más profundas.
El agricultor Víctor Díaz, de 42 años, divide en partes iguales una patilla que recién recogió.
'A veces llega un momento de inundación y no se logra nada porque todo el río se lo lleva, por eso uno solo siembra productos que no tarden mucho', asegura.
Isla sin habitantes. Nadie se atreve a poblar las islas de Suan. Saben que las aguas del Magdalena se apoderan de ellas a su antojo y que resultaría 'imposible durar algo de tiempo'.
Según agricultores y personas cercanas al sector, ‘las playitas’ llevan más de siete años y 'a veces terminan uniéndose'.
'Es duro. Uno nunca sabe cuándo se vayan a llevar todo por lo que tanto tiempo trabajaste', dice Tejeda, quien degusta su patilla.
Ubicación: Sitionuevo, Magdalena.
Isla Cabica
Para Denis Montero, lo único negativo de vivir en una isla como Cabica es perderse las telenovelas que dan en la televisión. En la zona rural del municipio de Soledad, las parcelas donde habitan decenas de familias no cuentan con servicios públicos. Se cocina con leña y se utiliza el agua del río para las actividades diarias, algo a lo que 'estamos ya muy acostumbrados'.
'Aquí se vive sabroso porque el ambiente es tranquilo', confiesa Montero, quien comparte un pequeño rancho con su esposo, hijos y nietos. En su ‘patio’ tiene cultivos de cebolla, cilantro, papaya, plátano, y guineo.
En familia. En Cabica todos se conocen. Tanto así que en vez de dar direcciones, se ubican por los nombres de las familias más populares.
Piden ir donde Giovanny para llegar al extremo izquierdo de Cabica; sector tapizado por cultivos de cebolla y plátano. Francisco, el de la cosecha de yuca en el centro, y Rafael, que tiene ganado, cerca al brazo derecho.
'Todos se respetan y estamos alejados de esa bulla de allá afuera', agrega Montero, de 62 años.
Sus hijos, nietos y esposo, sin embargo, también están separados de los hospitales y colegios.
Denys Montero aprovecha los tubérculos en las recetas diarias para la comida de su familia.
En la isla improvisan todos los días con una pequeña escuela para dar clases a 18 niños. Solo cuentan con un profesor, quien 'viene voluntariamente para enseñar'.
'Al muchacho todos lo quieren acá y lo trato bien en el rancho. También lo ayudo porque los niños se ponen muy insoportables. Algunos no quieren estudiar', cuenta.
Es su única opción, destaca la ama de casa, puesto que conseguir transporte para arribar a Soledad o Sitionuevo (Magdalena) es 'tarea dura', e incluso 'muchas personas han muerto porque no encontraron canoa para ir al hospital'.
Cada 15 días el esposo de Montero, José F. Martínez, viaja a Soledad para comprar la comida que no se consigue en la isla.
Debajo del puente, Carlos Arrieta muestra parte de la cosecha de yuca.
Pensilvania
Para cualquier mal, Carlos Arrieta tiene una planta para curar. La Cruz Silvestre, en caso de que alguien se envenene; matarratón para el tétano y el guásimo para la caída del pelo, son las principales en su catálogo.
'Yo soy uno de los botánicos más firmes', sostiene con seguridad Arrieta, uno de los habitantes más antiguos de la isla Pensilvania (también conocida como Rondón).
Para él, la vida debajo del puente Pumarejo, que comunica a Barranquilla con Ciénaga es 'bella pero dura'. Una escalera en el puente permite llegar hasta ella.
Las últimas lluvias del mes tumbaron su casa, construida con tablas y láminas de zinc. Aquel día Arrieta, en su terraza, se quedó viendo cómo el río se llevaba lo que quedaba de su casa.
Pasar días y noches combatiendo con la fuerza del río, los insectos del ambiente, las culebras que no duermen, es algo a lo que no se acostumbran las más de 30 familias que habitan Pensilvania.
'Para vivir bien aquí se necesita saber mucho. Tienen que estudiar todas las legumbres alimenticias para sembrar en un buen tiempo. Aquí se siembran verduras, yuca ahuyama, pepino, melón, berenjena y calabaza', explica Arrieta.
A dos casas de lo que era su hogar vive Viviana Díaz, una mujer de 34 años, con seis hijos y dos nietos.Todos los días antes de acostarse, dice, pide salir de allí. Díaz vende mecatos y gaseosas mientras su esposo, Aider Cabeza, aporta a la familia trabajando en los cultivos. Sin embargo, 'ya esto es demasiado', piensa Díaz.
'Yo agradezco que mi padre haya construido esa casa, aquí me crié corretiando gallinas y fui muy feliz, pero trabajo por un lugar mejor', dice la mujer, quien asegura no temerle a nada. Ya ha trabajado vendiendo pescado, hicotea y ayudando en la siembra.
Ubicación: Puerto Giraldo, Ponedera (Atlántico).
Islas de Ponedera
Todo lo que tiene Edilberto Caballero termina en ito(a). En la isla que se forma cerca a Puerto Giraldo, corregimiento de Ponedera, tiene una cosechita, una casita en una playita, unos pollitos, también pescaditos, un burrito y además, 'mucho respetico por estas tierritas'.
Se expresa en diminutivo para referirse a gran parte de su entorno, a excepción de las impredecibles aguas del río Magdalena, de las que 'ya medio conozco cómo es el maní'.
Caballero vive justo en la orilla de la isla, separado por un riachuelo, que a veces con su creciente lo aleja de sus cultivos. La tierra está forrada en maíz, cilantro, cebolla, apio, guineo, guayaba y yuca.
Hace cinco días las fuertes brisas hicieron que el río cubriera el puente por el cual lograba cruzar hasta la isla, por lo que ahora debe guardar calma puesto que considera que 'el río es quien manda y tiene que bajar para poder pasar'.
Del otro lado quedó uno de sus 'gaticos'. El pequeño felino se llenó de valentía y se sumergió al agua para intentar llegar hasta su hogar, pero la charca lo cubrió tanto que no le quedó de otra que esperar a su dueño.
'Ahorita vamos a buscar al gatico porque pobrecito', dijo Caballero, de 54 años.
El agricultor Edilberto Caballero observa el charco que cubre su paso a la isla.
Para llegar a la isla, localizada también cerca a Salamina (Magdalena), los vecinos del sector pagan $2.000 por un jhonson (lancha). En el caso de la familia Caballero Escorcia, una improvisada estructura es la que les permite el paso.
100% maíz. Los cuatro hijos y cuatro nietos de Caballero desayunan maíz, en arepas o bollo; almuerzan maíz, en la sopa o el arroz; y cenan maíz, asado o en las decenas de recetas que tiene Alaiza Escorcia, de 48 años.
'Y mire, que los 70 pollos y las 20 gallinas también están comiendo maíz', señala la ama de casa, mientras cuida a dos de sus nietas, quienes corren tras los animales, en la terraza, comiendo... maíz.
Ubicación: Sitionuevo, Magdalena.
Isla 1972
Para viajar en el tiempo se necesita solo una canoa. Desde el puerto del barrio Las Flores se puede mirar cuatro décadas atrás, en la isla 1972, que fue nombrada así por el año en que nació.
A la cuarentona no le pasa el tiempo. Ha sido víctima de los golpes del río Magdalena y se ha consumido varias veces en llamas. Las corrientes de agua han arrancado a pedazos la tierra, que también ha sido muy amada. Un par de viejitos es lo primero que se ve a la entrada.
Gustavo Camargo tiene 81 años y Elizabeth López, su esposa, 78. Abrazados en medio de la lluvia pidieron a Dios que el vendaval de hace más de un mes no les tumbara la casa. El pánico se apodera de ambos cada vez que llueve puesto que más de una vez han visto el viejo rancho de madera en ruinas.
'Nosotros cerramos la puerta, le pusimos palos. Todo esto se meneaba y él me dijo: mija, ¡métase debajo de la cama!. No entendimos por qué el Señor estaba bravo con nosotros, recuerda López', una abuelita vestida con una bata rosada.
En estos días, Camargo se ha dedicado a reforzar el rancho, construido por él mismo durante una semana. También trabaja en el reparo de su canoa. Además dice con firmeza que es pintor, agricultor, carpintero, soldador y fundador.
Gustavo Camargo repara la canoa con la que puede salir de la isla 1972.
A la isla llegó cuando 'era un pelao y no había nada'. 1972 era solo pantanos y monte, según Camargo. Por eso está convencido de que fue el primer habitante de ella. Dice haber sido dueño de todas las tierras, hasta que su bondad lo dejó 'con las manos vacías'.
'Empecé solo con dos perros. Yo me puse a limpiar todo esto. Cuando alguien venía y me decía que no tenía trabajo yo les daba tierra y por andar dando, un día ya no era dueño de ninguna', cuenta Camargo, mientras pule las tablas de su canoa.
Ahora no está tan seguro de qué tiene, a excepción de sus cultivos de yuca, guineo, plátano, cilantro, ají y papaya.



















