El Heraldo
Yolanda Pava es madre de un joven que se encuentra involucrado en los conflictos de pandillas del barrio La Sierrita. Leonardo Carvajalino
Judicial

El dolor de la mamá de un ‘fastidioso’

Su hijo pertenece a una pandilla del barrio La Sierrita y aún cuando intenta alejarlo de un rumbo equivocado, afirma que no existe apoyo institucional para casos como el suyo. 

“Primera vez que estoy hablando de este tema y  no lloro, será porque ya no aguanto más”, dice Yolanda Pava, sentada en una silla de plástico en la entrada de su casa ubicada en la transversal 5C, una de las calles inclinadas del barrio La Sierrita. 

Su hijo, de 15 años, hace parte de los ‘Fastidiosos’, una de las pandillas del sector. Desde su ingreso a este grupo, ella le ha entregado a la Policía cuatro de los ‘chopos’ usados por este, ha visto cómo lo han intentado matar en la puerta de su propio hogar, lo ha ido a buscar a ‘ollas de vicio’ y estaderos. Entre los enemigos de su hijo se encuentran los ‘Taiwanes’,  los ‘Pisa Caras’, los ‘Decididos’, los ‘Mandamás’ y los ‘Paiwos’. 

Yolanda prefiere no revelar el nombre de su hijo, ya que quiere evitar una estigmatización en su futuro, pero ella da la cara, pues asegura que es su obligación contar y denunciar lo que ocurre, porque sabe de otras madres que viven una situación como la de ella y no se atreven a hablar públicamente. 

“Si a él le llega a pasar algo, a la primera que buscan es a mí, a preguntarme qué pasó, ¿dónde estaba la mamá? Yo siempre he estado acá, presente para él, pero necesito ayuda”, reclama la mujer, que ha tocado las puertas de su EPS, de la Policía y del ICBF, pero afirma que ninguna de estas instituciones le ha colaborado con la realidad que tiene que enfrentar día a día. 

“Yo veo a mi hijo en un mal camino, no sé lo que está haciendo hasta la una de la mañana, no sé si está atracando, si está consumiendo, porque yo camino La Sierrita buscándolo y no lo encuentro sino hasta que él quiere aparecer”, rezonga con un dolor que ha vivido desde marzo pasado, cuando comenzó a percibir cambios en su personalidad. 

Yolanda trabajaba como impulsadora para diferentes productos hasta que, por un problema familiar, tuvo que dejar su empleo y concentrarse en su hogar, donde vive junto a su esposo y sus otras tres hijas.  Su pareja es electricista y los fines de semana se dedican juntos a administrar un puesto de comidas rápidas que funciona en la puerta de su vivienda. 

En el domicilio también reside su cuñado, quien sufre de un problema congénito respiratorio, y su suegra, quien se encuentra en delicado estado de salud luego de sufrir tres isquemias que han dejado la mitad de su cuerpo inmóvil. Además de sus cuatro hijos y dos nietos, debe cuidar de ambos. 

UN ‘FASTIDIOSO’

El primer cambio que notó en su hijo fue un día que llegó con “las cejas sacadas”. En esa ocasión admite que le pegó, pero con cada episodio se dio cuenta de que “con los golpes no se gana nada”. 

Luego fueron los huecos en las orejas y los tatuajes. Cuatro de ellos tienen nombres de sus familiares, el quinto es la palabra Fastidiosos, que reposa en su tobillo izquierdo. 

“Todo esto lo aprendió de la calle, de imitar a sus amigos, porque nadie en mi familia tiene algún tipo de arete, tatuaje, ni problema con la Policía o antecedente alguno”, comenta Yolanda. 

La situación se agudizó en junio cuando asesinaron a Jaider Rojas, quien supuestamente pertenecía a la banda los ‘Petardos’. 

“Antes de eso se tiraban bolsitas de agua, luego comenzaron a meterles barro y piedras pequeñas hasta ese día, ahí empezaron con los peñones”, relata la mujer de 42 años. 

Los resultados en el colegio comenzaron a empeorar y perdió sexto grado en tres ocasiones, lo que ocasionó que se venciera su edad para continuar en el horario matutino y debió pasarlo a la jornada nocturna. Esto le dio al joven más tiempo libre que utilizaba para juntarse con malas compañías. 

Debido a que sentía que perdía el control de su hijo, cada vez que tenía que salir de su casa Yolanda ponía candado a su puerta, pero el joven de 15 años, aprovechando su contextura delgada y un espacio en el enrejado, salía y se encontraba con sus amigos. 

Frente a la constante reprensión, su madre comenta que el joven siempre le reclama lo mismo: “¿Por qué no puedes ser como las otras mamás?”. 

“La mayoría de esas madres se han rendido ante sus hijos, algunas son drogadictas, han estado internadas, tienen romances con menores de edad y pasan sus días en el estadero con un ‘mochito’ que se les ve media nalga. Pero yo no soy así, solo entro a ese establecimiento a buscarlo a él”, anota la madre con respecto al reclamo de su hijo. 

Según cuenta, el adolescente ha perdido a su novia, y los amigos con los que creció los ha relegado a un segundo plano. “Las descripciones de la gente con la que anda ahora son: uno que atraca por El Serrucho, otro que atraca por la diez y así, lo que me hace pensar lo peor”. 

Y por más que le pida a su hijo que no salga, o que lo vaya a buscar a todos los lugares donde frecuenta cada vez que este no aparece pasadas las 11 de la noche, no ve la intención de cambio en él.  “Me dice, me voy pa’l degenere, esa es la palabra favorita de los jóvenes por aquí”, remarca. 

BUSCANDO AYUDA

Desde que se dio cuenta de que su hijo fumaba cigarrillos, Yolanda comenzó a tocar puertas en busca de consejo. 

Su primer destino fue su EPS. En la consulta con una psicóloga le sugirieron visitar un centro de rehabilitación. No obstante, su hijo no podía ser internado puesto que la permanencia en estos lugares es voluntaria. 

A raíz de esto, intentó encontrar apoyo en la Policía y en su división de Infancia y Adolescencia. 

“Lo único que pude hacer fue abrirle un archivo por maltrato intrafamiliar. Me dijeron que si no había cometido un crimen no podían internarlo”, comentó la madre. 

Posteriormente decidió probar su suerte en el Instituto Colombiano del Bienestar Familiar. 

Allí le dijeron que no había forma de internarlo sin que antes haya entrado a su custodia por parte de agentes de la Policía. “Que llamara a los del Cuadrante cuando lo viera salir con un ‘chopo’ o una navaja y ahí ellos lo capturaban”, dice insatisfecha por la respuesta que recibió. 

Se hace una y otra vez la misma pregunta. “¿Por qué tenemos que esperar a que llegue hasta allá? ¿Por qué tenemos que esperar a que nuestros hijos cometan un crimen para que vengan a preguntarnos qué pasó?”, reclama. 

Cuadra donde reside Yolanda, en el suelo se encuentra la inscripción ‘Paiwos’, pandilla rival de los ‘Fastidiosos’, de la cual es integrante su hijo. Leonardo Carvajalino

INTENTOS DE HOMICIDIO

Recuerda ese día del mes de julio en que su hijo llegó llorando. Volvía del barrio El Bosque, adonde se encontraba escuchando los sonidos que emanaban del picó el ‘Dany’. 

“Se le encasquilló el chopo dos veces, mamá”, repite las palabras que escuchó esa noche de su hijo, quien se salvó de morir. 

Un mes después, un joven de El Bosque lo acorraló contra un árbol y apuntó su escopeta hechiza contra el pecho del ‘Fastidioso’. 

El dueño de la ferretería que allí funciona se dio cuenta de lo ocurrido y alcanzó a detener al agresor tomándolo del cuello, según el recuento de la madre. 

Yolanda manifiesta que estos intentos de matar a su hijo se deben a que él es el único de su pandilla que reside en este sector, el cual está poblado por los ‘Paiwos’, quienes han dejado, incluso, un mensaje en la calle donde el adolescente vive para reafirmarse en su territorio. 

No obstante, la agresión contra su hijo que más recuerda fue la ocurrida en noviembre del año pasado, cuando una señora llegó preguntando por él. Le comentó que cuando el joven y sus amigos estaban jugando fútbol, había roto el bombillo de la entrada de su casa. 

La mujer les reclamó por lo sucedido, pero ellos le respondieron con groserías. Al percatarse de la situación, el hijo de la afectada los increpó. Esta discusión desembocó en una riña en la que el ‘fastidioso’ le pasó una navaja a uno de sus amigos, con la que apuñalaron al otro muchacho. 

“Mientras la señora me contaba lo que había pasado,  llegó un pelao descalzo y sudado preguntando por mi hijo con un cuchillo de cortar carne en la mano”, relata la mujer. 

“Míreme bien la cara, donde vea a su hijo lo mato”, repite las palabras de quien amenazó a su ser más querido.

Aún con estas experiencias vividas, su hijo no quiso participar del desarme de pandillas que hubo en los barrios La Sierrita y Las Américas el pasado diciembre. 

Pocos días después, ella sufrió un quebranto de salud. Le practicaron una tomografía que mostró que tenía el cerebro inflamado. Pasó Navidad hospitalizada en una camilla de la Clínica Reina Catalina. Cuando salió, dice, se dio cuenta  de lo que debía hacer. 

La única solución que ve a su problema es irse del barrio en el que ha vivido durante 35 años a un lugar en donde su hijo pueda terminar sus estudios y buscar una carrera en qué ocuparse, pues se rehúsa a que sea “un fastidioso más para la sociedad”.

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