Techo y piso de madera unidos por cuatro palos y una mesa del mismo material cubierta por una toalla que se asoma debajo de un espejo de borde rosado. Un pequeño abanico azul y una silla negra completan el mobiliario de la Barbería Bachata.
Una barbería como pocas –cuenta con cuatro ruedas en cada extremo– que está situada en el centro de Barranquilla y es atendida por su propietario, Jesús Castillo, de 18 años. Podría ser confundida entre los múltiples locales ambulantes del sector, pero su objetivo es 'destacarse'.
Hace dos años Castillo, de Maracaibo (Venezuela), entró en el mundo de la peluquería. 'Fue más que todo por necesidad. En todos lados siempre hay alguien que se va a motilar, es un arte urbano también. Está de moda y de paso me gusta', cuenta mientras acomoda su sitio de trabajo para el siguiente cliente. Lleva siete meses en Colombia y dos en su nuevo negocio.
'Llegué con mi mamá buscando una mejor calidad de vida. En Venezuela no hay comida y la plata no rinde', dice.
La barbería abre a las 6 de la mañana y cierra sobre las 5 de la tarde. No hay día de descanso, siempre está abierta. 'El único día que descansé fue el de mi matrimonio', dice Jesús, mientras recuerda con una sonrisa ese momento no tan lejano –menos de un mes– con una colombiana que, dice, 'se robó' su corazón.
Presta sus servicios a niños y adultos, incluso a mujeres con el cabello corto. Lo que él llama 'luchar y buscar la comida', pero también lo que se convirtió en su pasión y que aprendió gracias a varios videos en Internet.
El nombre de su barbería viene de la música que escucha en un pequeño parlante situado en una esquina de la mesa. Así sueña que se llame 'la futura barbería grande' que día a día lucha para tener, según afirma, y por la que ahora ahorra.
Él no es el único con ese sueño. A pocas cuadras está Renzo Calderón, otro venezolano con un negocio similar.
La peluquería El Latino, como llamó a la suya, tiene cuatro meses de creada y Renzo ya lleva seis años ejerciendo.
Ambos cobran $5.000 por motilada a sus clientes. Jesús puede hacer 10 o 12 cortes al día, mientras que Renzo en promedio hace 30.
En Venezuela la Barbería Bachata estaba en el cuarto de Jesús. 'Ahí tenía todos mis elementos y estaba bien organizado', dice mientras sostiene una tijera con la mano derecha ultimando detalles de un corte 'degradado alto'.
Renzo, por su parte, se aburrió de trabajar en peluquerías o barberías que no fueran suyas porque 'pedían el 60% de lo ganado en el día'. Eso lo motivó a abrir una propia.
Jesús reconoce que la idea de una barbería ambulante no fue suya. 'Lo vi y me copié', señala con gracia. Pero también dice que no se trata de cómo sea el ‘local’, lo importante va en el talento de sus manos, teniendo en cuenta que no puede contar con todas las comodidades 'por el sitio en el que estamos'.
'Todo depende de cómo trabaje uno. No se trata del lujo del lugar, es básicamente que si uno lo hace bien, los clientes vienen'.
Él llegó hasta cuarto año de Mercadeo en Venezuela. 'No seguí estudiando por la situación en mi país', confiesa. Luego descubrió su vocación y de manera empírica fue desarrollándola. Ahora el corte que más se le da es el 'degradado o desvanecido, como le dicen acá'.
Jesús tiene ocho tatuajes. Cada uno significa algo importante, así como su esposa, Nicolle Padilla, quien trabaja a pocos metros de la barbería.
A su negocio normalmente acuden personas que trabajan en el sector. 'Me dicen ‘veneco, motílame’, y los que no saben me preguntan de dónde soy porque los venezolanos tenemos fama que motilamos bien'. Fama con la que Renzo y Jesús ya empiezan a contar en la zona.
A las 5 de la tarde, Jesús recoge sus cosas y lleva su barbería hasta un parqueadero cercano, donde le cobran $2.000 pesos diarios por guardarla.
A él no le costó millones montarla. Bastó con $120.000 pesos para mandar a construir el espacio, comprar los elementos necesarios y pedirle a unos 'paisanos' suyos que le permitieran ubicarse en ese sector.
'Esta es una ciudad próspera. Personas me han dicho que llegan con las manos vacías y han salido adelante y soy testigo de eso'.
Por la zona en la que trabajan Jesús y Renzo hay varios factores que pueden jugar en su contra, sin embargo, nada los detiene.
'Tengo que estar en la juega con el arroyo', cuenta entre risas Jesús, quien ya se ha convertido en un 'experto' del estado del clima. Cuando ve que las nubes se asoman o el cielo se torna gris, lo mejor es terminar la jornada laboral.
Otro de los 'factores de riesgos laborales', afirma, es la Secretaría Distrital de Control Urbano y Espacio Público. 'Cuando ellos llegan por acá y me piden que me quite, lo hago. Sé que ellos hacen su trabajo, como yo hago el mío, y tienen razón. Siempre les respondo ‘como no, yo me quito’, y me muevo'.
Como en todo negocio, las ofertas no se hacen esperar. Sobre la mesa de madera, al lado de las cuchillas, tiene anotado un número celular de alguien que le hizo una.
'Vino hace poco un señor que es dueño de una barbería en la zona del Boliche. Lo motilé y me propuso que trabajara con él', sin embargo, opina lo mismo que su colega Renzo: 'No es rentable'.
Día a día, este par de venezolanos seguirán luchando con tijeras, cuchillas y peinillas en mano en un novedoso negocio, el de las peluquerías ambulantes.
Jesús ahora no piensa únicamente en su mamá y sus tres hermanos. Él construye un hogar con su esposa, en el que espera tener tres hijos, estudiar para 'ser formalmente un estilista' y lograr incluir en su oferta los cortes de mujer.
Por lo pronto, la Barbería Bachata y la Peluquería El Latino seguirán captando la atención de quienes van en bicitaxi, bus, carro o sencillamente a pie.





















