Desde que Roland Garros atravesó las dificultades de un año de pandemia para fijar sus fechas en el otoño parisiense, con el consiguiente abanico de novedades, el mundo sabía que una cosa era inmutable: la final entre el serbio Novak Djokovic y el español Rafael Nadal era el duelo más esperado.
Un Djokovic-Nadal, el número 56, el octavo en Roland Garros, el noveno en una final de un grande, el 24 sobre arcilla, nada mejor puede proponer el tenis actual que, si acaso, aprovechando los resquicios de la COVID-19, le ha añadido al duelo algunos alicientes para que sea más incierto su resultado.
Porque este nuevo Djokovic-Nadal no tiene el aire de 'déjà vu' que se podía suponer, tendrá lugar en un contexto totalmente diferente a todos los anteriores, sin parangón con ningún otro que se haya disputado en el pasado.
Si en circunstancias normales el favoritismo del español, que busca su decimotercer título en Roland Garros y que solo ha perdido dos partidos en ese escenario, sería casi incuestionable, las condiciones meteorológicas de octubre equilibran la contienda.
Picante para el español, que busca su triunfo 100 en la tierra batida parisiense y el vigésimo Grand Slam de su palmarés, que le iguale con el suizo Roger Federer.