Si quiero atacar más, debo defender mejor. Así reza un viejo aforismo futbolero. Una frase que invita a los equipos que, por tradición, grandeza, nómina o gusto del técnico, ofrecen un perfil muy ofensivo en su propuesta, que les gusta y se esmeran por estar mucho más tiempo ofendiendo al rival, invadiendo su terreno con muchos jugadores.
Estos equipos tienen que saber que van a defender con más espacio a sus espaldas y con menos jugadores en posiciones defensivas. Por lo tanto, tienen que tener, por una parte, defensores que acepten ese riesgo y lo sepan enfrentar, y además que estén marcando de cerca a los atacantes que quedan sueltos del rival para impedir que estos inicien un contraataque (el balón está lejos, pero el partido se juega cerca). Luego, también sirve defender con los que están atacando (recuperación tras la pérdida): recuperando el balón o abortando la jugada con una falta. En caso de que ninguna de las dos fórmulas alcance, entonces el equipo debe estar preparado para replegarse ordenadamente, unos cortando el paso por la zona donde empieza el ataque del rival y otros llegando a ocupar zonas cercanas al arco. Orden funcional, con y sin el balón.
Se le nota al Junior actual desajustes en este sentido. A su búsqueda ofensiva, de la cual creo es de las mejores de la liga, con una buena capacidad de desequilibrio, tal vez necesitando no desaprovechar tantas oportunidades, tendría que agregarle, para defender mejor, aquellas opciones que en párrafos anteriores dejamos consignadas, dependiendo de la situación que el trámite del juego plantee.
En un torneo colombiano que lo acompaña la irregularidad, el Junior no escapa a ella. En estos últimos días, me parece que estuviera dependiendo más de la emocionalidad, de la inspiración, y menos de la organización y el funcionamiento colectivo. La misión es hacer que coexistan.



























