
La gallina que salió de un huevo
La historia de Eulogio Mejía, un guajiro que nació en Camarones y que se fue a vivir a Santa Marta por las piernas de una morena. Serie de relatos creados por los usuarios de EL HERALDO en honor a Gabo.
Era el mes de mayo y el calor se derretía sobre las paredes de bareque, la brisa se había quedado durmiendo una siesta desde hace más de treinta días y el sudor escurría por la frente, cuello, pecho y espalda de José Eulogio Mejía, un guajiro que nació en un pueblo llamado Camarones, que se vino a vivir a Santa Marta enamorado de las piernas de una morena. La temperatura era tan agobiante que José Eulogio no paraba de abanicarse con un periódico amarillento que tenía fotos de cadáveres desangrados por un lado y por el otro voluptuosas mujeres en pelota.
La Morena le llevo un vaso de agua de panela con hielo y José Eulogio se sentó en la terraza de la casita que ocupaban hace tres meses para saciar el amor, esconderse de un exnovio de La Morena que decía ser traficante de marimba y para amainar la furia de los suegros porque la pareja se fue a vivir juntos sin la bendición del cura de Camarones. José Eulogio se empinó la jarra con ansiedad, pero escupió en seco el primer trago: "mija, esta mierda no tiene limón". La morena respondió sin inflexiones de voz al reclamo de su marido: "esa mierda no tiene limón, porque en esta casa de mierda no hay limones".
José Eulogio miró el fondo de la jarra con tristeza y la rabia le fue haciendo un nudo en la garganta. Tres meses de vivir con La Morena: la mujer con las piernas más mejor torneadas del Caribe, las nalgas más empinadas y la boca más carnosa; tres meses sin trabajo, viviendo del aire, haciendo el amor a la hora de comer y comiendo apenas a la hora de dormir. El hombre salió de la casa y las brasas de ese sol caribe que tanto amaba en las madrugadas y el ocaso, empezaron a derretirle la espada mientras cruzaba la calle y atravesaba la plaza.
Cuando empezó a oscurecer La Morena prendió una vela en el cuarto escueto donde solo había una cama de tijera sin mantas, donde consumaban el amor hasta consumirse y empezó a rezarle a la Vírgen para que José Eulogio apareciera. Ella le tenía pánico a la noche, no por la oscuridad de la casita sin electricidad, sino por las ratas que veía en sus sueños todas las noches, desde que era una niña, en los que los roedores le despellejaban los pies mientras ella gritaba sin voz y se moría de miedo.
José Eulogio llegó a las ocho en punto con una gallina colorada debajo del brazo. La trajo muerta, despescuezada. La sangre le había escurrido por la camisa y el pantalón del lado derecho y formaban una mancha pavorosa y deforme bajo la luz titilante de la vela. "José Eulogio, mijo ¿de dónde salió esa gallina? - le gritó La Morena aterrada. El hombre tiró el animal en un tazón en la cocina, se lavó las manos como si no la hubiera escuchado, regresó al cuarto y se quitó la ropa ensangrentada. Se quedó en calzoncillos y fue a tirarse boca arriba en la cama. "Esa gallina salió de un huevo, anda a guisarla que no hemos comido nada decente hoy".