El Nobel detrás de ‘Septimus’
Bajo este seudónimo, Gabriel García Márquez publicaba su legendaria columna, ‘La Jirafa’, en EL HERALDO • El escritor, que comenzó en enero de 1950, alcanzó a realizar 394 entregas.
El 18 de noviembre de 1950 Gabriel García Márquez dedicó su espacio de opinión en EL HERALDO al Premio Nobel de Literatura que recibió William Faulkner, uno de los escritores que más admiraba. El precoz escritor de Aracataca, que tenía 23 años, aún no firmaba sus columnas, para, según contó en sus memorias, curarse “en salud por si no lograba encontrarle el paso como había ocurrido en El Universal”. Lo que no sabía en ese momento García Márquez es que, transcurridos el mismo número de años de su edad, sería él quien recibiría el máximo galardón del mundo de las letras.
“El maestro William Faulkner, en su apartada casa de Oxford, Missouri, debe haber recibido la noticia con la frialdad de quien vé [sic] llegar un tardío visitante que nada nuevo agregará a su largo y paciente trabajo de escritor, pero que, en cambio, le dejará el incómodo privilegio de ponerlo de moda”, imaginó Gabo.
El escritor pronunciaría luego, en el discurso de aceptación de su propio premio: “Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: ‘Me niego a admitir el fin del hombre’. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica”. Aceptando así, su ahora “incómoda” posición de ser un escritor que no solo se pondría de moda, sino que siempre estaría en el ojo público.
Es por ello que los portales de noticias de todo el mundo han registrado esta semana la decisión del Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas –quienes en 2014 compraron el archivo personal del Nobel- de poner en línea de manera gratuita más de la mitad de la documentación adquirida –cerca de 27 mil archivos-, que fue previamente digitalizada y catalogada –tanto en inglés como español-, al alcance de un clic de los más curiosos.
Esta amplia documentación incluye todo tipo de material que fue recolectado por el autor de El amor en los tiempos del cólera a lo largo de su vida. Hacen parte de la colección los borradores y otros materiales relacionados con sus principales libros, como también fotografías, cuadernos, álbumes de recortes, guiones y otra serie de artículos personales como sus pasaportes.
La jirafa
En enero de 1950 García Márquez comenzó a escribir una columna, que salía casi a diario, en EL HERALDO. El espacio que tuvo desde el día 5 de ese año, según recuerda en Vivir para contarla, no quiso firmarlo en un principio sino que decidió mejor cambiarse el nombre. “El seudónimo no lo pensé dos veces: Septimus, tomado de Septimus Warren Smith, el personaje alucinado de Virginia Wolf en La Señora Dalloway. El título de la columna —La Jirafa— era el sobrenombre confidencial con que sólo yo conocía a una novia secreta, esbelta y de cuello largo, que entonces vivía en la ciudad, y con la cual me casé hace cuarenta y cinco años”, recordó en su autobiografía.
Esta colaboración surgió de una charla con sus amigos, miembros de lo que se conocería en el país pocos años después como El grupo de Barranquilla. Fue en una madrugada en la que al salir de una fiesta organizada por Germán Vargas se encontraban todos juntos tomando el desayuno en uno de los restaurantes chinos que amanecían en la ciudad. Alfonso Fuenmayor, quien trabajaba para EL HERALDO, compró algunos ejemplares del periódico, en el que había escrito una columna en la página editorial en la que anunciaba que García Márquez se iría de Barranquilla de vacaciones. Vargas, por tomarle el pelo, le dijo que si quería inventar algo mejor escribiera que “se quedaba a vivir aquí”. Luego Álvaro dijo que lo mejor, para no escribir cada semana una nota de llegada y otra de despedida, era que ‘Gabo’ se quedara a vivir de una buena vez en Barranquilla. Fue en ese momento en que Fuenmayor, tomando con seriedad la conversación, declaró que no le caería mal al medio contar con otro columnista.
“No se habló más del tema. Ni fue necesario, porque Alfonso me dijo esa noche que había hablado con la dirección del periódico y les había parecido bien la idea de un nuevo columnista, siempre que fuera bueno pero sin pretensiones. En todo caso no podían resolver nada hasta después de las fiestas del Año Nuevo. De modo que me quedé, con el buen pretexto del empleo”, relató García Márquez.
El autor de En memoria de mis putas tristes añadió luego: “No sé si el grupo era consciente de lo que significó en mi vida aquel empleo”. Y es que fue justo en ese espacio en el que García Márquez escribió casi a diario por más de dos años un sinnúmero de textos entre los que se encontraban algunos que fueron los primeros experimentos de lo que sería su extensa obra literaria.
La jirafa podía ser cualquier cosa que se le cruzará a los ágiles dedos de este muchacho inquieto y expectante por teclear historias. Podía hablar sobre sus amigos, como lo hizo en más de una ocasión, como también podía comentar las insólitas cartas al ‘niño dios’ que le compartían padres preocupados o podía ser crítico de la actividad cultural que se vivía en la ciudad. No había límites.
En el archivo se encuentran gran parte de las 394 columnas que escribió García Márquez. Estas están organizadas por fecha en una carpeta de recortes que él mismo llevaba y que tiene una portada en cuero en la que está grabada la figura de una jirafa y el seudónimo con el que la firmaba, Septimus.
Toda la información que ha sido “liberada” por parte de este centro de estudios estadounidense está a disposición del público con el objetivo de que sea consultada con fines académicos, puesto que la obra del escritor colombiano aun se encuentra protegida bajo las leyes de derecho de autor.