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Hay películas que gritan sin necesidad de sonido. ‘Sorda’, ópera prima de Eva Libertad, es una de ellas. El filme sigue la historia de Ángela —interpretada por Miriam Garlo, hermana de la directora y actriz ‘Sorda’— en el momento en que su vida cambia por completo: está a punto de tener una hija con Héctor (Álvaro Cervantes), su pareja oyente. Lo que parece un camino luminoso hacia la crianza pronto se convierte en un proceso áspero, lleno de fisuras que exponen lo que siempre estuvo allí: un mundo construido sin ella.

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La sinopsis plantea algo que parece ser sencillo pero, a la vez, brutal: la llegada de la niña “altera la relación de pareja, y lleva a Ángela a afrontar la crianza de su hija en un mundo que no está hecho para ella”. Ese mundo que se organiza desde lo que escucha y no desde lo que siente, desde la inercia de lo oyente como norma universal.

Pero lo que conmueve es la forma en que Libertad cuenta esta historia. No es una película que quiera explicar la sordera, sino acompañar a un personaje complejo, contradictorio, profundamente humano.

“Con esta película no quiero hacer una tesis sobre la sordera… nunca he pensado en Ángela como una representante de la comunidad ‘Sorda’, sino como una mujer que está atravesando la maternidad”, comenta la directora.

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Y añade una frase que funciona como columna vertebral del filme: “Ángela está preparada para el mundo, pero el mundo no está preparado para ella”. Ese choque se siente en cada gesto. En cada conversación que no fluye. En cada silencio donde se filtra el cansancio de tener que adaptarse siempre.

Cineplex Colombia/Cortesía

Una película nacida de la intimidad

‘Sorda’ no surge de una idea abstracta, sino de la vida misma. Libertad cuenta que la historia nació de años de conversaciones con su hermana Miriam, quien un día empezó a plantearse la posibilidad de ser madre.

“Me compartió sus temores y expectativas sobre la maternidad en un mundo hecho por y para oyentes. De esas conversaciones surgió el cortometraje, que me dejó con la sensación de que quedaba mucho por contar”, explica la cineasta.

Esa raíz íntima impregna toda la película. Libertad habla de “los encuentros y desencuentros, la conexión y el amor, pero también los choques y los conflictos” entre los mundos sordo y oyente. Dice incluso que ella y su hermana sienten que “llevan toda la vida preparándose para hacer esta película sin saberlo”. Quizás por eso ‘Sorda’ no suena a ficción: está hecha desde el lugar donde nacen las verdades incómodas.

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El puro centro de la película es Ángela, y la mirada que la construye es la de Miriam Garlo. La actriz dice: “Durante toda mi vida he sentido que las representaciones de la sordera no concuerdan con mi experiencia ni la reflejan con toda su riqueza y complejidad”.

Garlo explica que, incluso cuando intentan evitar clichés, los personajes sordos suelen estar “construidos para ‘mostrar’ la sordera al mundo oyente”. Y ‘Sorda’ se aleja de ese lugar. Ella lo describe con precisión: “Queríamos una protagonista dueña de su vida, fuerte y frágil a la vez… que lucha por no doblegarse ante las adversidades pero que está atravesada por contradicciones”.

Esa fragilidad combativa hace que Ángela sea uno de los personajes más potentes del cine reciente sobre maternidad. No es heroica ni ejemplar. Es real. Y eso, en la pantalla, es de una fuerza devastadora.

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Cineplex Colombia/Cortesía

Garlo también reflexiona sobre lo que implicó encarnar a Ángela, un trabajo doble: por un lado, lo emocional; por otro, la construcción técnica de su voz, su dicción, su nivel de lectura labial. Su frase más dura —y probablemente la más reveladora de toda la película— es esta: “Por mucho que un oyente intente adaptarse al universo sordo, una persona ‘Sorda’ siempre termina haciendo un sobresfuerzo en un mundo que es oyente”.

La película lo muestra sin subrayados: ese sobresfuerzo constante, agotador, que pasa desapercibido para quienes nunca han tenido que hacerlo.

Un estreno que invita a mirar distinto

‘Sorda’ no propone empatía como consigna vacía. Propone, más bien, una reeducación del mirar. Un recordatorio de que el mundo está construido para quienes lo escuchan, y que es necesario desarmar esa centralidad para entender otras formas de existir.

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Es una película que duele, pero que también abraza. Que incomoda, pero porque dice la verdad. Que habla, incluso en silencio. Y que, cuando la pantalla se queda quieta, deja en el espectador una pregunta incontestable: ¿quiénes quedan fuera cuando el mundo decide no escuchar?