Compartir:

El Atlántico ha sido para 38.191 personas, que integran 7.588 familias, un escape a la crisis de Venezuela. Por la situación económica que atraviesa el país vecino, son muchos los colombianos que han decidido volver a sus poblaciones de origen, tras años e incluso décadas de ausencia.

Aunque el Departamento del Atlántico no posee fronteras con Venezuela, ha sufrido el impacto de la llegada de miles de atlanticenses que retornaron en el último año.

Por este motivo la Oficina de Atención al Migrante de la Cancillería, en coordinación con la Gobernación del Atlántico y las alcaldías municipales, presentaron un informe estadístico en el que indican el número de personas que han vuelto desde Venezuela a los municipios del Departamento.

En el municipio de Sabanalarga, centro del Atlántico, se presenta el mayor número de ingresos. Allí, se han censado 12.810 personas, que conforman 2.562 familias.

Hoja de ruta

A través de la Ruta de Atención, la Gobernación del Atlántico brinda atención a los retornados mediante las Secretarías del Interior, Salud, Educación y Desarrollo.

Allí, les ofrecen ofertas institucionales de servicios en educación, salud, registro a menores e inscripción al Sisbén. Además, ofrecen capacitación en el Sena a familias que se encuentran desarrollando proyectos productivos.

Eduardo Verano de la Rosa, Gobernador del Atlántico, aseguró que la población que ha regresado es acogida por la administración bajo la premisa y convencidos que todos los ciudadanos le aportan al Departamento su 'vitalidad productiva en pro de la construcción de un territorio pujante'.

Guillermo Polo Carbonell, Secretario del Interior del Atlántico, informó que desde 2014 la Gobernación inició la atención a los que llegaron del vecino país y se les brindó ayuda humanitaria a extranjeros irregulares y restitución de derechos nacionales a los retornados. De igual forma se normalizó su situación con Migración Colombia.

'De esta manera, el gobernador Verano cumple con su propósito de transformación hacia una sociedad en paz más justa y centrando sus esfuerzos en la dignificación'. manifestó.

EL HERALDO

Seminario retornados

Este lunes, a las 08:30 a.m., en el auditorio de la Plaza de la Paz, habrá un taller sobre retornados que contará con la asistencia de registradores, Cancillería, Migración Colombia, alcaldes municipales y Secretarios de gobierno.

'Empezaremos de cero por segunda vez'

Bajo la sombra de un árbol en la terraza de la vivienda de sus padres, ubicada en Cascajal, corregimiento de Sabanalarga, Wilson Roca, su esposa y sus dos hijos recuerdan con nostalgia cómo era su vida en Caracas, Venezuela, de donde retornaron en diciembre pasado.

Corría el año 2002 y la idea de empezar una nueva vida lejos su tierra no asustaba a Wilson, que para ese entonces tenía 28 años de edad. Motivado por las noticias que le hacía llegar su suegra, quien ya residía en Caracas, decidió marcharse al vecino país junto con su novia y ahora esposa, Paola Padilla, en busca de mejores oportunidades.

Mientras una decena de chivos merodea la casa, Wilson asegura que con el paso del tiempo él y su esposa fueron construyendo lo que para ellos era 'una vida estable'.

Poco a poco se fue abriendo campo en el sector de la construcción, oficio al que se dedicó durante toda su estancia en el país de Simón Bolívar. La llegada de sus dos hijos y la adquisición de una vivienda propia convencían a la familia de que buscar otros rumbos lejos de casa había valido la pena.

'No vivíamos con lujos, pero vivíamos bien' manifestó Wilson mientras recordó que el sueldo que se ganaba en Caracas, le alcanzaba para solventar, no solo las necesidades básicas de su hogar, sino también para darse 'uno que otro gustico'.

Mientras lanza una mirada cómplice a su esposa, para que lo ayude en su narración, Wilson admite que nunca pensó que la situación económica de Venezuela, lo obligaría a retornar a tierras Atlanticenses.

'Yo pensé que de allá me devolvería viejo', dice Wilson quien además explica, que su vivienda la tuvo que dejar al cuidado de un familiar de su esposa.

'Nos devolvimos prácticamente con la ropa y más nada', pues asegura que la situación económica del país se salió de control y aunque aún estaba laborando, 'el sueldo no daba para solventar ni el 10% de los gastos del hogar'.

Mientras espera entrar en la lista de censados para acceder a los beneficios que ofrece la Gobernación a la población retornada, Wilson asegura que por lo menos logró matricular a sus dos hijos en el colegio.

'Ya empezamos de cero una vez y nos fue bien y aunque esta vez veo la situación más difícil, aún las fuerzas me dan para empezar de ceros de nuevamente, mientras los tenga a ellos', expresa mientras señala a su esposa e hijos.

Alberto García (d) junto a una parte de su familia.

Manatí está lejos de ser lo que alguna vez fue. El pueblo de campos cultivados, lagunas productivas, ganadería próspera, no es más que una tierra a la que le ha costado levantarse tras la inundación del sur del Atlántico (2010). Además, se hace pequeña con el retorno de 3.290 personas (658 familias) de Venezuela, que llegan con las manos vacías.

Desde su fundación en 1680, Manatí atraviesa por la peor época de su historia, aseguran sus habitantes.

El horizonte manatiero comenzó a oscurecerse aquel 30 de noviembre de 2010, cuando el Canal del Dique tuvo una ruptura. Posterior a la tragedia que azotó al municipio, como a todos en el sur del Departamento, la economía se vino a pique.

La pesca dejó de ser una opción, la agricultura quedó descartada y lo mismo sucedió con la ganadería. Con miles de damnificados apareció el éxodo a ciudades cercanas, e incluso a países vecinos. Venezuela era la mejor opción.

'Manatí siempre fue una tierra rica, se vivía bien. Yo me fui en 1986 con mi esposa y mis dos hijos, buscando una mejor calidad de vida, pero sin decir que acá no estuviéramos bien', manifestó Apolinar Ortiz, de 65 años.

Contó que volvió en 2010 porque en Venezuela las cosas 'comenzaban a pintar mal, tanto que era mejor quedarse acá incluso con las consecuencias de la inundación'.

La inseguridad es otro factor negativo que se ha disparado en Manatí, contó la alcaldesa Kelly Paternina. 'No podemos decir que sea por culpa de los venezolanos, pero es verdad que de un tiempo para acá han ocurrido asaltos a mano armada que antes no se veían, pero incluso podrían ser perpetrados por personas que se aprovechan de todo esto'.

Alberto García Morle, venezolano de nacimiento, llegó la semana pasada al municipio. Arribó con una manatiera, Génesis Fontalvo, a quien conoció en su país en el 2012, cuando la mujer dejó Colombia en busca de prosperidad. Alberto y Génesis tienen dos hijos, uno de 2 años y otro de 3 meses, viven junto a otras 18 personas en una casa del barrio Los Patos.

García, de 42 años, sostiene que se ha sentido señalado por su nacionalidad, queriendo vincularlo a las cosas malas que suceden en el pueblo. 'La gente debe saber que uno viene a trabajar honradamente'. LMA