El Heraldo
Luis Rodríguez Lezama
Barranquilla

La historia que quedó en la arena de la cancha de Nueva Granada

Vecinos del campo de juego que está en disputa, tras la aparición de un reclamante, recuerdan anécdotas de partidos jugados allí. “Es como Pescaíto en Santa Marta”, afirma el Pibe.

Si para ‘Toto’ Rubio los partidos se juegan hasta el último minuto, entonces al duelo por el litigio de la cancha Nueva Granada le hacen falta los últimos cinco para remontar el marcador y hacer historia de barrio. Para vencer. Para golear.

El tanto en su contra es un fallo del Juzgado Cuarto Civil del Circuito de Barranquilla, que a través del despacho comisorio 0205, ordena que el lote entre las carreras 29 y 31, y las calles 64 y 65, donde se encuentra el campo dorado, sea restituido a Sofía Amaya Gutiérrez, quien reclama la propiedad de un espacio que por más de 50 años fue considerado público.

Por lo menos así lo era –y lo sigue siendo– para la comunidad. Para los vecinos que han visto sembrar y germinar el talento futbolístico de algún muchachito, para los muchachitos que han querido lucirse en un tapete forrado de arena, para los futbolistas aficionados que después del partido comparten sancocho con cerveza, e incluso, para las señoras que no les gusta el deporte, pero que cuando ven la pasión del fútbol, les parece una “ternura”.

Edith de las Salas es una de ellas. Tiene 77 años y prefiere no ver “a nadie pateando”. Sin embargo, la abuelita de rulos blancos reconoce que “no imagino a mi barrio sin la cancha Nueva Granada”, de la que se han levantado grandes figuras del balompié colombiano.

 

En la arena de la cancha están pintadas las huellas de jugadores profesionales y grandes glorias de Junior.

Nueva Granada están pintadas las huellas de jugadores jóvenes e internacionales como Rafael Santos Borré, delantero del Villarreal de España; del palmarino Michael Ortega, ahora en Once Caldas, y otros como el defensor barranquillero César Fawcett o el campocrucense Freddy Montero.

Los neogranadinos han sido espectadores también de las hazañas de grandes glorias del Junior como el ‘Pibe’ Valderrama, Iván René Valenciano, Carlos ‘Papi’ Peña, Fernando Fiorillo, Gabriel ‘Jopa’ Berdugo, entre otros exfutbolistas que han integrado las filas del torneo Plus 50.

Hoy la cancha es además escenario de entrenamientos de la escuela Toto Rubio y de torneos que juegan profesionales de la rama judicial (Juriscoop), así como la Asociación de Clubes de Fútbol Aficionado del Caribe. Allí danzan con la pelota los jugadores de la Liga de fútbol del Atlántico y por supuesto, la comunidad del barrio. 

Entre los dos grandes arcos blancos, también está escrito sobre el día en que, hace cincuenta años, y “no sé cómo carajos”, vecinos del barrio consiguieron maquinaria para convertir un monte en una cancha de fútbol.

Quien recuerda la mítica obra de barrio es Álvaro Barrera, un habitante del sector, ventiañero en ese entonces. Con pico y pala les tocó a él, y a otros amigos, trabajar para eliminar la maleza y construir un delgado camino que atravesara el lote lleno de maleza.

“Después tomamos casi la mitad del terreno e hicimos un peladero para jugar, hasta que un señor apellido Ojeda Caballero trajo una catapila, limpió todo, y puso las vallas”, narra Barrera, mientras observa la cancha que lo vio crecer, o que él vio crecer.

En 1972 fue inaugurada la cancha. Al acto asistió el periodista Chelo de Castro. Archivo

Desnudo olímpico

Si algo no podrá olvidar Barrera, ni muchos otros vecinos de la cancha, es la historia popular del ‘Mono’ Mandra.

Cuenta la leyenda urbana que así le apodaban a Gonzalo Mercado, un señor que trabajaba en los cuidados de la cancha y que vivía en un pequeño cuarto construido por la comunidad.

“Lo que pasaba con el Mono es que era vicioso y cualquier día se sollaba”, advierte Barrera, antes de soltar una risotada por lo que ese día llegó a pasar.

Fue hace treinta años cuando el Mono Mandra, sin pensarlo demasiado, se despojó de su ropa y salió corriendo por todo el escenario deportivo, mientras algunos futbolistas aficionados jugaban un partido.

“Dio una vuelta olímpica desnudo, como si hubiese ganado un campeonato mundial. La gente enfadada salió tras de él y le tiraban sábanas”, recuerda Barrera entre carcajadas y respiración agitada.

Lo que le vino después a Mercado fue una “cocoteada” de sus vecinos, pues a nadie le gustó lo que había pasado o visto. “Eso fue una locura”, añade Barrera mientras se calma.

Fotografía de partidos de antaño disputados en 1980.

Doble chilena

El mejor golazo de barrio que ha visto Alejadro Ospino, un pequeño hombre de 70 ‘ruedas’, es el que estampó sobre la red Adolfo Camargo, hace más de 40 años.

El delantero habilidoso, que vestía los colores de un equipo llamado Millonarios, “hizo increíblemente dos veces una chalaca”, cuenta Ospino, como si se tratase de un gol de Mundial.

“Cogió ese balón e hizo ran ran una chalaca cortica, que le dejó tiempo para pararse,  repetirla y hacer un cipote golazo que me dejó con la boca abierta”, recuerda Ospino, quien es apodado ‘Lengüita’ por hablar más de la cuenta.

Árbitro expulsado

Roberto de León, un hombre alto que combina camisas de color rosado con pantalón verde, asegura ser el “único” que ha sido capaz de expulsar a un árbitro durante un partido.

Ocurrió en 1989 cuando se disputaba un partido entre la Asociación de Padres del Colegio Americano y el equipo de Nueva Granada.

“Como yo vivía aquí y era del barrio, pero pertenecía al grupo de padres, me estaban dando una ‘mano’ de botín”, recuerda De León, hoy ya retirado del fútbol aficionado.

Cuenta que en un momento de agresión cínica y desvergonzada en su contra, el árbitro del juego decidió sacarle tarjeta amarilla, al considerar que entorpecía el partido con tiradas al suelo.

Eufórico, el delantero se llenó de valor, se levantó de la arena, le arrebató las tarjetas al árbitro y le sacó la roja.

“Le dije que si había alguien que tenía que irse era él y me fui del partido”, cuenta entre risas De León, quien esta vez espera no ser quien abandone una cancha cuya arena guarda más historia que la que se cuentan los vecinos en Nueva Granada.

Un fallo de un juez ordena que el predio considerado público por casi 50 años, sea entregado a un privado.
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