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La decisión de paz de Gustavo Pérez no se limitó al acuerdo firmado entre el Gobierno y las Farc, 20 años antes dio el primer paso de los varios que daría para cambiar el escenario de violencia de El Pueblo, un barrio ubicado en el suroccidente de Barranquilla que ocupa el puesto número 20 en el ranking de los 165 en los que más riñas se presentaron durante el 2019 en la ciudad.

En ese entonces, Gustavo decidió empezar a dejar la vida de conflicto en la que vivía y empezó a estudiar. A los 40 años, cuando la gente de su barrio le decía que 'loro viejo no da la pata', se graduó de bachiller.

Los pasos siguientes que dio parecerían solo una escalera de metas personales. Pero la necesidad de reconstruir el tejido social de su comunidad es indisoluble a su vida. Por eso, trabaja ‘hilando’ lazos de esperanza para que la pandémica violencia deje de azotarlos.

'Fui cogiéndole amor a la escuela. Yo era litógrafo y mecánico de impresiones, así que me fui a Bogotá a hacer una pasantía en el Centro de Artes Gráficas con el apoyo de un programa social, hice unos cursos y después estudié en el SENA', contó.

Anotó que contrario a lo que pensaba, se fue por dos días y regresó después de 4 años con varios títulos de cursos, diplomados y un tecnólogo en Artes Gráficas. En esa época Gustavo todavía hacía parte de la milicia de las Farc. Aunque no enfrentó la guerra desde el monte, fue un enlace de la extinta guerrilla en la ciudad.

'Cuando los jóvenes de mi barrio vienen a la casa, yo les pongo mi ejemplo. Les digo: ‘yo pasé por todo eso y a nada conduce esa vida. Prepárense en algo, que eso de estar tirando piedras, atracando y robando trae sus consecuencias', expresó.

El Pueblo suele salir en los titulares de prensa por los 7 homicidios con arma de fuego, los 47 heridos por riñas o por los 17 delitos sexuales que se registraron el año pasado, según datos de la Policía Nacional. Precisamente, esa memoria de violencia es la que intenta erradicar Gustavo al ser líder comunal.

Aunque Gustavo tiene 30 años de tener el taller de modistería y artes gráficas, cuando tomó la decisión de acogerse al Acuerdo de Paz, fue beneficiado por un proyecto productivo con la Agencia de Reincorporación y Normalización (ARN) y con 8 millones de pesos compró unas máquinas de imprenta y fue ampliando su taller.

De tener una máquina pasó a tener 10. Ya no sólo se dedica a la confección, sino que también imprime, estampa, borda y trabaja en colaboración con una red de cerca de 58 modistas de su barrio. Junto con él laboran su esposa y sus tres hijos. De hacer uniformes para los colegios y prendas carnavaleras, ahora enfrenta la pandemia con el diseño de tapabocas, gorras con protector de ojos y uniformes para médicos.

'Cuando empezó la pandemia todo se paralizó; pero uno tiene que ser emprendedor y creativo. Hice un curso en el Invima para la fabricación de tapabocas y aprendí las normas, las medidas y el material que debía usarse y pude acceder a un crédito de tres millones de pesos que ofreció la Alcaldía y Bancóldex, con los que compré la materia prima para empezar a hacerlos', precisó.

El 'loro viejo' del que tanto se burlaban cuando emprendió el trabajo de recuperación de las zonas más feas de su barrio, pintando murales y gestionado recursos para el embellecimiento de su comunidad, ahora a sus 60 años presentó un proyecto ante el Ministerio de Cultura para la fundación de una escuela de arte y oficio en El Pueblo.

'Esta escuela puede servir para que la comunidad aprenda un oficio o un arte y se desarrolle por sí sola. Es bonito ver que niños que empezaron con nosotros a pintar las calles y el trabajo de voluntariado, hoy están en la Universidad', manifestó.

Ni la pandemia ha podido frenar el trabajo de este líder comunal que teje las únicas armas que tiene el equipo médico para enfrentar la ‘guerra’ contra la COVID-19 y que, de otro lado, va bordando ideas para la paz. Por eso, debido a la cuarentena, ahora realiza un curso con el Ministerio de las TIC para aprender a usar la tecnología y seguir trabajando por su comunidad de manera virtual.

Gustavo sueña con la fundación legal de esa escuela que capacite a su gente y ya está planificando la creación de una empresa comunitaria. Así como espera, que su pequeño taller crezca cada día para poder generar empleo y nuevas oportunidades a los habitantes de El Pueblo.

'Los reincorporados no solo han logrado construir un futuro de oportunidades y han fortalecido sus habilidades, sino también impactan de manera positiva la sociedad poniendo sus conocimientos al beneficio de las comunidades', manifestó el director general de la ARN, Andrés Stapper.