Son las diez de la mañana y el viento aún no resucita en Pendales, corregimiento de Luruaco (Atlántico). Camilo Sarmiento Torrado agarra el viejo mango con sus manos arrugadas, recubierta de la piel dura que forja el campo. Lo observa como quien examina los restos de un ser querido. Un suspiro surge de su boca, un nuevo pliegue en el ceño.
Camina bajo la sombra de uno de los 30 árboles de mango que tiene en su finca ‘Torcoroma’; sobre un cementerio de hojas secas y de frutos perdidos, mientras la fragancia rancia en el aire se mezcla con el fogaje de la tierra. El fruticultor murmura entonces que los mangos 'no resucitan' en Pendales.
'Este año ha habido superproducción con la cosecha por las lluvias del año pasado, la empresa privada no da abasto como en otros años y la despulpadora se convirtió en un ‘elefante blanco', explica escuetamente el finquero, al tiempo que levanta la gorra de su cabeza desteñida para secar el sudor de la frente.
Los productores frutícolas del corregimiento denuncian que están perdiendo entre 500 y 600 toneladas de mango por los problemas de comercialización. Camilo Sarmiento es el representante de la Asociación de Productores de Frutas y Hortalizas de Pendales, Asoprofrupen, lleva 35 años en el oficio y dice que nunca habían experimentado tanta perdida del producto.

A sus 58 años la cosecha de mango hace parte de su diario vivir. El mismo tronco donde hoy ‘muere’ su trabajo solía ser escalado hasta la punta de las ramas por él y sus hermanos hace 48 años. En Pendales los niños desde que se levantan, y les permiten salir a la calle, encuentran un palo de mango al cual treparse y comer.
Habitantes del corregimiento cuentan en tiendas que el pueblo siempre ha sido una tierra fértil. Al principio era un gran cañaveral, donde existían trapiches para la miel y cultivos de plátano, pero hoy es raro el patio donde haya solo un monocultivo. Se ven macizos de guanábana, guayaba, naranja, mamón, tamarindo y mango, principalmente, entrelazarse en la altura.
Pendales es una larga hilera de casas entre pastizales y árboles. Sobre vía La Cordialidad varios pendaleros comercializan las frutas de sus patios y parcelas, pero los numerosos cultivos de mango han hecho de este un activo clave del pueblo.

La despulpadora
'Las empresas que hacen jugo este año no han traído canastilla ni nada y la despulpadora se volvió un ‘elefante blanco’. Eso lo inauguraron sin haberlo terminado', explica el fruticultor Alejandro Silva en su finca de 26 hectáreas, donde tiene 450 árboles de mango. La fruta está regada en el suelo, las esperanzas y el aroma rancio en el aire.
El primero de noviembre del año pasado la Gobernación del Atlántico y la Agencia Nacional de Tierras inauguraron una despulpadora de mango en la vereda Socavón de Pendales, con la que pretendían beneficiar inicialmente a 50 familias campesinas.
Según la Administración departamental, el proyecto se llevó a cabo con el aporte de $675 millones del Instituto Colombiano de Desarrollo Rural, Incoder, y la Agencia Nacional de Tierras; Además de $70 millones entregados por la Alcaldía de Luruaco y la misma comunidad para la adquisición del predio donde se construyó la planta. Los pendaleros obtuvieron los recursos a través de rifas, bingos y otras actividades, además de brindar la mano de obra necesaria para la adaptación del lugar.
Para llegar a la despulpadora hay que atravesar unos 800 metros de vía en mal estado, cuyas casas y parcelas en las orillas ponen las cosechas de mango para los interesados en su compra. Pocas mulas se ven transportando la fruta en su lomo. En el lugar las máquinas permanecen apagadas desde aquel primero de noviembre cuando con una planta de energía despulparon una veintena de mangos. Desde entonces no hay servicio eléctrico, de gas ni de agua que haga funcionar la despulpadora.
En la finca conexa a la planta vive Hermes Pugliese, el terrateniente que vendió una hectárea de su parcela para el proyecto. A diferencia de lo que anunció la Gobernación, dice que su compra fue por $25 millones y no $70 millones. A sus 82 años sentencia con un ceseo ronco en el hablar que el Estado engañó a Pendales porque 'el mango ya no está dando tributos a su gente'.

La fruta
Hoy la especie arbórea frutal, originaria de la India, representa al corregimiento cada año. El próximo 18 de junio sus habitantes realizarán el Festival del Mango, donde mujeres y hombres comercializan todo tipo de derivados, como salsas, jugos, pudines, jaleas, dulces y ensaladas. Se realizan presentaciones musicales y se elige a la reina intermunicipal del mango.
'Aquí el mango es una bendición. Me subo al árbol de mi vecina, hago mis cinco cajitas, las vendo y me dan para el pan de mis tres hijos', argumenta Jaider Mercado Reales, de 31 años, en su quiosco de frutas sobre La Cordialidad. Comercializa queso, suero, piña, ñame y yuca, pero lo que más vende es mango.
Son las 12 del mediodía y el sudor corre por el rostro de Mercado. Afirma que los mangos de su patio están 'atrasados', pero que en dos años, cuando afloren, ya no tendrá que comprarle a ningún parcelero o necesitar del árbol vecino. Tener un palo de esta fruta en Pendales es sinónimo de bonanza. En cualquier capital del país contar que un hombre hace del mango la principal fuente de ingresos para su familia podría parecer una evocación idealizada de la vida en el campo, pero nada más equivocado de la realidad. No es un suceso bucólico, es un drama.
De acuerdo con Sarmiento Torrado, la cosecha de mango usualmente es recogida por un mínimo de 100 productores. Cada uno saca entre 6 o 7 toneladas, es decir, un total mínimo de 600 toneladas de mango. Por ejemplo, el de hilaza puede botar un mínimo diario de diez canastillas de 25 kilos, es decir unas 200 o 250 unidades.
Cuando la cosecha arranca en Pendales una canastilla de mangos puede valer hasta $25.000, pero a medida que va aumentando la producción su precio disminuye. Antes de la crisis por la que atraviesan este año los fruticultores, la canastilla tenía un costó mínimo de $5.000. Hoy es posible encontrarla a $2.500 por la necesidad de no dejar perder la fruta. Cuatro días son suficientes para que terminen en el arroyo del pueblo, como abono o alimento de vacas y cerdos.
'Cuando este mango estaba amarillo no se veía la tierra de la cantidad que había; y estás viendo a un solo productor que no tiene gran cantidad de árboles', advierte Sarmiento mientras da pasos cautelosos sobre la cosecha perdida, evitando pisar los frutas dañadas para no atraer las avispas. Con cada zancada las hojas secas crujen como un montículo de sal seca.
Ya es la una de la tarde en Pendales y una suave brisa aleja por segundos la añeja fragancia de la finca de Sarmiento. Un nuevo mango se desprende de su rama, mientras las esperanzas del fruticultor se mantienen sobre la tierra que pisa, al igual que la mortandad de su cosecha.




















