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A principios de los 80 los únicos portátiles conocidos tenían las marcas Remington, Brother y Olivetti, máquinas de escribir que como un lastre pesado e incómodo los estudiantes de comunicación social de la Universidad Autónoma debían cargar toda una mañana para asistir a las clases de redacción periodística.

Ese equipo constituía el único requisito indispensable que Milvio De la Hoz, docente de la cátedra, les exigía a sus alumnos para enseñarles una de las partes fundamentales del periodismo: escribir claro y conciso.

Era también el tiempo de la cuartilla, la muda hoja en blanco a la que tanto le temía el mísmisimo García Márquez cuando se sentaba a escribir.

El pedazo de papel que igualmente causaba pavor entre los aprendices de periodismo, cuando en la próxima clase lo recibían atiborrado de rayones, correcciones y enmendaduras. Recomendaciones que Milvio devolvía para mejorar la construcción de un párrafo, aterrizar una pregunta, redondear una idea y no divagar; o sencillamente ubicar en el sitio exacto la coma que aclaraba o concretaba un texto.

Esta fue una de las improntas que Milvio José De la Hoz Vargas dejó para siempre en por lo menos tres o cuatro generaciones de periodistas de la ciudad y la Costa, a las que contribuyó a formar en el cuarto piso de la Autónoma.

Milvio, como simplemente le llamaban en el ambiente periodístico y académico, pues siempre fue un hombre sencillo de poca atención a los protocolos; falleció a las 4 de la madrugada del viernes 18 de julio pasado, rodeado de su esposa e hijos en su casa familiar de siempre, en el tradicional barrio Boston. Tenía 82 años.

'En la última semana de febrero, antes de Carnaval, a mi papá lo empezó a aquejar una tos persistente, acompañada de un fuerte dolor costal. Ese fue el principio de una serie achaques como un derrame pleural, una neumonía y una isquemia cerebral que le siguieron, y que finalmente lo llevaron a la tumba', explicó su hija, la médica Almeida De la Hoz.

Aunque 15 años atrás había abandonado el cigarrillo, durante su juventud y madurez fue un fumador voraz de los que consumía más de un paquete diario. 'Esto seguramente le pasó ahora factura de cobro', manifiesta la hija.

'Creo que la única diferencia de Milvio con los demás fumadores es que el cigarrillo se lo ponía entre el meñique y el anular. Un estilo propio que no se le visto a nadie', recuerda de él su exalumno y amigo personal Luis Rodríguez Lezama, reportero gráfico de EL HERALDO.

PERIPLO PROFESIONAL

En 1957, tras dejar a un lado la carrera de químico farmaceuta que estudiaba en la Universidad del Atlántico, Milvio De la Hoz inició su periplo en el periodismo.

Laboró en los medios más importantes de la época, y ocupó todas las funciones de la profesión: desde reportero ‘cargaladrillos’ hasta jefe de redacción, función que desempeñó en El Nacional, extinto diario vespertino de la ciudad. En ese periódico compartió sala de redacción con nuestro nobel, Gabriel García Márquez, cuando este hacia sus pininos en el periodismo. (ver foto).

Pasó también por la coordinación en la Costa del Noticiero Caracol, bajo la dirección de Juan Gossaín.

A mediados de los 80 ocupó la dirección regional del Noticiero Todelar, y una década antes estuvo al lado de Marcos Pérez Caicedo, toda una leyenda, considerado por muchos la mejor voz del país en la lectura de noticias, y el más grande fenómeno de audiencia en la Costa.

Trabajó al lado de otras grandes figuras del periodismo radial local como Gabriel Forero Sanmiguel, Gustavo Castillo y Ventura Díaz Mejía, entre algunos otros.

El oficio de periodista lo comenzó en los deportes, aunque paradójicamente no era amante de ninguna disciplina. 'Ni siquiera era hincha del Junior', recuerda su hija Almeida.

Por la capacidad profesional que mostró desde que arrancó en su trabajo, rápidamente pasó por todas las fuentes de la noticia, pero jamás volvió a deportes.

'Él siempre tuvo alma de reportero, cubría noticias administrativas, de Alcaldía, Gobernación, y manejaba al dedillo el tema político', rememora perfectamente su esposa Olga Reales.

'Vea, no se le olvide, escribir ahí que también fue jefe de prensa del alcalde de Barranquilla Humberto Salcedo Collante, eso fue por allá en 1975', recomienda la señora casi como un clamor.

SEMPITERNO JEFE DEL CIRCULO DE PERIODISTAS

Una de las anécdotas que suele mencionar en Barranquilla Juan Gossaín cuando lo invitan a chacharear con los periodistas de la ciudad, se refiere a que cuando en los 70 él llegó a la ciudad a trabajar en EL HERALDO, encontró en la presidencia del Círculo de Periodistas a Milvio De la Hoz.

Un grupo de colegas como que quería darle ‘golpe de Estado’ a Milvio, y le propusieron al recién llegado encabezar la ‘revuelta’. Cuando Gossaín preguntó qué tiempo llevaba este en el cargo, le dijeron que 25 años, y entonces le respondió algo así como, ‘y para que quieren tumbar a un hombre que han respaldado por tanto tiempo. Dejen eso así, y más bien ayudémoslo a trabajar’. Años más tarde el mismo Gossaín se lo llevó como segundo a bordo en Caracol.

LA MUERTE DE SU HIJO

Uno de los episodios que marcó de por vida a Milvio De la Hoz, al punto que en ese instante lo sacó del periodismo por la pena moral que lo atormentaba, fue la muerte de su hijo mayor Enrique Arturo De la Hoz Reales. El joven tenía 21 años y murió ahogado en un lago en Estocolmo (Suecia). Ocurrió el 7 de agosto de 1975 cuando cursaba último año de medicina en la Universidad de Zaragoza (España). 'Él estaba de vacaciones y viajó con un grupo de amigos latinoamericanos, estudiantes todos, a diligenciar una especialización. Nunca nos explicaron qué pasó, solo que estaba en la punta de un muelle y cayó al agua. El lago tenía 20 metros de profundidad', rememora aún con dolor Almeida De la Hoz.

El desconsuelo por semejante golpe lo hizo refugiarse en la empresa privada, y una importante factoría productora de aceite lo vinculó como jefe de personal. De allí lo rescató a finales de los 70 el fallecido Mario Ceballos Araújo, a la sazón rector de la Universidad Autónoma del Caribe, quien lo lleva como docente de la alma máter. Esto le da nuevos bríos, y Milvio retorna a su hábitat natural, el periodismo, que alterna con la academia.

Tras varios años de lo que él mismo llamó 'el cumplimiento de un ciclo', dejó la Universidad y en busca de tranquilidad entró a trabajar en la oficina regional del Ministerio del Trabajo y seguridad social. En la entidad oficial logró pensionarse hace 15 años.

'Actualmente tenía una oficina en la 72 con 53 que compartía con un amigo, diligenciaba trámites laborales, liquidación de pensiones, de nóminas. Nada de periodismo. Mi papá fue un trabajador incansable hasta sus últimos días', sentencia Almeida, quien evoca que Milvio murió en el momento menos esperado, pues había entrado en recuperación de sus achaques, hablaba y estaba consciente. En grandes pinceladas este fue el recorrido vital de un hombre que dejó una huella propia en el periodismo por lo que hizo en los medios, y por su contribución a formar nuevas generaciones en la profesión.

Alberto Salcedo recuerda a Milvio

Milvio De la Hoz era un periodista de la vieja guardia, lo digo no con ánimo despectivo sino resaltando que era un hombre aquerenciado con las cosas que aprendió en su tiempo. Era un hombre que todavía le tenía aprecio a la libreta de apuntes. Un hombre al que le encantaba la máquina de escribir, ponderaba la Remington, era un reportero de a pie, de la calle, un profesional al que le gustaba sentir el cemento en la planta de los pies; y era un pedagogo que le daba mucho valor al buen uso del lenguaje. Yo recuerdo las correcciones que él hacía a quienes cometían errores de ese tipo. Solía emplear la ironía como recurso pedagógico, se burlaba, era burlón, pero uno no sentía que la burla de él fuera de mala leche. Sentía que estaba utilizando la ironía para lograr en el alumno un mejor resultado.