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Chileno de nacimiento y barranquillero de adopción. Así se consideraba el pintor Enrique Lamas, quien falleció la noche de este lunes en la Clínica Asunción de la ciudad, producto de una infección que contrajo por una fuerte caída.

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Su representante y amigo, Laureano Caballero, le afirmó a EL HERALDO que el hombre se fracturó el fémur y tuvo su deceso hacia las 9:00 p.m. “Él tuvo una caída, y de la caída, que fue muy fuerte, se reventó el fémur, y después se presentó una infección en la sangre y murió”.

Caballero, quien fue su representante durante más de seis décadas, compartió con tristeza los últimos momentos del artista: “Él no tenía a nadie más que a mí. Lo acompañé hasta el último momento. Vivía solo, cerca del Country Club, en el barrio El Prado”.

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Lamas, conocido por su dominio de cuatro idiomas y su habilidad como pianista fue un artista prolífico y admirado. Sus pinturas, caracterizadas por un manejo de las proporciones y un estilo distintivo centrado en formas esféricas, capturaron la atención y admiración tanto en Colombia como en el extranjero.

Nunca repetía una obra ni se copiaba a sí mismo. Cada pintura era única. Fue un pintor famoso. La obra de él era de la talla de los grandes maestros de los años 1600. Entonces se dedicó a la pintura y yo me dediqué a abrir el camino en el mundo del arte”.

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El inicio de su amistad y colaboración profesional con Lamas se remonta a una reunión hace más de 60 años.

“Me lo presentaron cuando teníamos alrededor de 30 años. Le pedí que me pintara algo y su trabajo me impresionó tanto que lo llevé al gerente del Hotel del Prado, quien también quedó fascinado”, contó Caballero.

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Desde entonces, su colaboración llevó a Lamas a participar en ferias internacionales, codeándose con grandes maestros como Fernando Botero y siendo seleccionado entre miles de artistas en Europa.

Caballero destacó que, a pesar de su renombre, Lamas mantenía una postura humilde y reservada, prefiriendo que su obra hablara por él.

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“Él decía que a la gente le interesaba su obra, no su persona. Presentaba sus obras pero rara vez asistía a las exposiciones”.

Desde temprana edad, el chileno mostró un talento innato para el arte, influenciado por su madre, una pintora autodidacta que le enseñó las primeras técnicas de dibujo.

Otro de sus grandes allegados fue el director de La Cueva, Miguel Iriarte, quien describía al artista como un personaje muy interesante, solía recibirlo en su casa donde compartían largas conversaciones y encuentros con otros amigos de aquella época.

En estos encuentros, el pintor se sentaba al piano mientras Iriarte lo acompañaba con el clarinete, a veces intercambiando roles en el piano, creando lo que describían como “disparates musicales” que siempre terminaban en risas.

“Alcancé también a ser el editor de un libro con sus textos, porque en los últimos años siempre escribió, porque siempre me mostró cosas. Pero al final me mandó unos textos que yo leí y organicé y estuve al pendiente de esa publicación de poemas, textos y relatos. Que estuvo a mi cuidado, porque se publicó hace muchos años. Pero ya él había tenido una especie de retiro, ya no iba a muchas cosas”.

Un estilo único

El crítico de arte Álvaro Suescún también tuvo la fortuna de conocerlo y mientras lamentaba su partida resaltaba su estilo único, pues hay quienes lo asemejaban con Botero debido a sus figuras voluminosas.

“El único parecido es el volumen en la figura, pero pictóricamente son muy diferenciables. Lamas prefería la dibujística y el color era como un apéndice que él usaba solo en casos necesarios. La obra de Botero en cambio es bastante colorida y son unos colores muy específicos. Lamas tuvo bastante color en su obra”.

Suescún también contó que tenía amistades significativas. “Fue muy amigo de Meira Delmar, de Ramón Bacca y tuvo una buena relación también con Miguel Villarde”.

Aunque Enrique Lamas adoptó a Barranquilla como su ciudad, mantenía una presencia discreta en los círculos artísticos locales. “Era un personaje un poco extraño porque, si bien es cierto que se hizo ciudadano barranquillero, no era notoria su presencia en los círculos artísticos de Barranquilla. Era más bien un personaje aislado que tenía relación con los marchantes y con los compradores de arte, pero no se le veía mucho en el ambiente artístico”.

Influencia con la pintura del Caribe

María Garcés Roig, fundadora de la Galería de Barceló, en donde se exhibió una colección privada del pintor, indicó que apenas llegó a Barranquilla se dejó maravillar de la esencia local.

“Se dejó impactar de la piel de las mujeres. Empezó a pintar mulatas de cuellos largos, morenas y fue encontrando su estilo”.

Desde su nacimiento, María Alejandra siempre estuvo rodeada del arte de Enrique Lamas. Creció con sus obras, que adornaban su hogar gracias a la relación profesional de su madre, una diseñadora de interiores y vendedora de muebles, con el pintor.

Fue esta conexión temprana y profunda la que llevó a María Alejandra a abrir una galería de arte en el mismo espacio donde su familia vendía muebles, hace dos años y medio.

“Mi mamá ya tenía el contacto con Enrique Lama desde hace muchos años. La relación con el pintor se fortaleció a través de Laureano, el representante de Lamas, quien facilitó el acercamiento. Laureano tuvo el acercamiento con mi mamá por esa conexión que tenía de toda la vida con mi familia. Y mi mamá empezó a vender su obra hace ya muchos años”.

La pasión por el arte llevó a María Alejandra a rendir homenaje a Lama, un homenaje que incluyó entrevistas grabadas y la exhibición de su colección privada.

El homenaje mostró un recorrido completo por la vida artística de Lama, desde sus primeras obras en 1960 hasta su técnica distintiva de “gotitas” en óleo sobre lienzo.

“Él empezó a pintar mulatas de cuellos largos, morenas, porque en Chile y en Europa no había mucha gente de color. Entonces, estaba impactado con la piel de las mujeres”.

Lamas experimentó con varias técnicas a lo largo de su carrera, desde el mosaiquismo hasta el uso de espátula, hasta llegar a los volúmenes, una característica que lo hizo conocido.

Lo que más admiraba María Alejandra de Lama, tanto en su pintura como en su personalidad, era su conexión casi sobrenatural con el arte. “Él parecía un ser conectado con algo más allá, incluso habló de eso en la entrevista que le hice. Parecía que su pincelada la moviera algo más allá de su ser mortal”.