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La madrugada del 10 de agosto fue de esas que invitan a apagar las luces y mirar hacia arriba. El cielo tenía preparado un espectáculo digno de una postal cósmica. Por un lado, los planetas alineados y por otro, la famosa lluvia de meteoros Perseidas, dejando destellos rápidos y hermosos.

En los mejores rincones oscuros, lejos del ruido luminoso de las ciudades, se podían ver decenas de “estrellas fugaces” por hora. Un fenómeno que, a pesar de repetirse cada año, siempre sorprende.

Aunque parecen estrellas cayendo, las Perseidas son en realidad minúsculas partículas de polvo y roca, algunas no más grandes que un grano de arena. Proceden del cometa 109P/Swift–Tuttle, un gigante helado de 26 kilómetros que viaja alrededor del Sol y que, en su camino, deja un rastro interminable de residuos.

“La lluvia de estrellas de las perseidas son originadas por los restos de rocas por los restos que deja el cometa 109P/Swift - Tuttle. Un cometa periódico que tarda en Orbitar el Sol 133 años. Su último paso cercano al Sol fue en el año 1992 y regresará en el 2125”, dijo Orlando Méndez, director del Planetario de Combarranquilla.

Cada agosto, la Tierra atraviesa ese sendero cósmico. Y cuando esas partículas chocan con nuestra atmósfera, entran a una velocidad de más de 200.000 kilómetros por hora, y se incendian por la fricción. Lo que vemos es el último segundo de vida de esos fragmentos, convertidos en líneas luminosas que surcan el cielo nocturno.

¿Por qué se llaman Perseidas?

Su nombre no es casualidad. Si se sigue la trayectoria de cada destello, parece que todos nacen del mismo punto en la constelación de Perseo.

En la mitología griega, Perseo fue el héroe que decapitó a la temida Medusa y salvó a la princesa Andrómeda. Algunos relatos, incluso, vinculan la lluvia de meteoros con la “lluvia dorada” con la que Zeus visitó a Dánae, madre de Perseo, uniendo así ciencia y leyenda en un mismo fenómeno.

En esta ocasión, la naturaleza sumó otro regalo. La alineación de varios planetas: Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno, Urano y Neptuno, quienes parecían testigos de lujo, observando cómo las Perseidas iluminaban el firmamento.

La mayoría de las perseidas se generan cuando entran en la atmósfera fragmentos del tamaño de un grano de arena desprendidos de este cometa, dando así a las típicas estrellas fugaces.

Cuando estos fragmentos son de un tamaño superior al de un guisante, el brillo es mucho mayor, lo que genera estrellas fugaces de alta luminosidad que se denominan bólidos o bolas de fuego.