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Ahí permanece. Enmarcada, quieta, pero viva. La partitura de Colombia, tierra querida cuelga en una de las paredes blancas de la Casa Museo de Lucho Bermúdez, en El Carmen de Bolívar. No necesita sonido. Basta verla para que la melodía empiece a sonar sola en la cabeza.

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Es la cumbia inmortal. El canto que une generaciones. El himno no oficial de un país que se reconoce en esa mezcla de nostalgia y esperanza. Y todo empezó aquí, en este pueblo de los Montes de María, donde Lucho nació y tejió los primeros pasos de un legado que cruzaría fronteras.

“La gente cree que esto es un museo musical, pero no, aquí lo que se conserva es la vida y obra de un genio”, dice Raymundo Lasgarro mientras observa la colección de LP que reposa en uno de los estantes.

Keyla OspinoLas carátulas de sus álbumes también dan vida la casa museo.

Uno de los discos que más recuerda es el titulado Tierra Rafa. Muchos lo confunden, cuenta el guía, con una obra de Rafael Acosta. “Pero no, Rafa era un homenaje. Rafael Acosta fue un músico de Aracataca, Magdalena. Su familia por parte materna y paterna era musical. Y fue quien ayudó a Lucho cuando, de niño, se fue de El Carmen a estudiar música en Santa Marta. Él le abrió las puertas, lo orientó”.

Más abajo, con su carátula intacta, está el último LP que Lucho grabó en Colombia: el que produjo con la voz de Juan Carlos Coronel (Un maestro, una voz). “Después de eso llegaron los CD, pero ese disco marcó el fin de una era. Y fue el más vendido en su formato con clásicos como Salsipuedes. Récord total en copias físicas”.

Todo un prodigio

Otra de las vitrinas resguardan algunas fotografías en blanco y negro que transportaron a Lasgarro a esos grandes inicios de Bermúdez.

“No hablaba mucho, ya era un músico prodigio, y por eso le dieron la dirección, le veían madera desde niño. A los 4 años tocaba toda la percusión metálica”.

El nombre de Lucho Bermúdez empieza a sonar en El Carmen de Bolívar cuando aún era apenas “el niño de la familia Montes”, un clan que, como tantos en la región, tenía la música en las venas. Fue su tío, el maestro Montes, el dueño de una de las cuatro escuelas musicales que existían en el pueblo.

Keyla OspinoCada pieza cuenta un aspecto de la vida de esta leyenda de la música colombiana.

El Carmen se le quedó corto. Su abuela fue quien tomó la decisión: “Aquí no va a avanzar más. Ya aprendió lo que podía con el tío”. Entonces, con tan solo 10 años, Lucho fue enviado a Santa Marta, a vivir con otros tíos músicos que lo matricularon en una escuela formal. Allí se formó. Y desde entonces no paró.

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Se graduó. Ingresó a la Armada Nacional. Se convirtió en arreglista, director de orquesta, compositor. Pasó por Santa Marta, luego Cartagena, y desde ahí proyectó su obra al mundo. “Aquí también tenemos uno de sus Congos de Oro, el de 1973. Son trofeos que nos muestran lo grande que fue”.

Sin duda, la construcción de este espacio fue un ejercicio cultural necesario. Las nuevas generaciones deben saber quién fue Lucho, cómo una figura nacida en estas tierras logró que la música del pueblo, la de los tambores en Marbella, llegara a las grandes orquestas y a los salones elegantes de Bogotá y Buenos Aires.