Luis Rodríguez"Una foto le quedó de recuerdo a Álvaro Castro de su primera panadería. La fundó el mismo día que se rompió el Dique.s:3

Si usted quiere saber hasta dónde llegaron las aguas del Canal del Dique, cuando inundaron el casco urbano de Manatí en 2010, busque la panadería “Hasta aquí me trajo el agua” en el barrio El Carmen.

Este templo del pan de $200 con gaseosa se convirtió en un punto de demarcación geográfica popular. Un ícono esquinero, para calcular hasta dónde extendió sus brazos la tragedia que sobrevino tras la ruptura del muro de contención del Dique.

Se reventó el 30 de noviembre del año pasado; cinco municipios del sur del Atlántico terminaron inundados, y se popularizó la palabra ‘boquete’.

Ese mismo 30 de noviembre, Álvaro Castro levantaba por primera vez las puertas metálicas de su primera panadería. Una que solo le duró 5 días.

Álvaro es un panadero santandereano de 43 años. Hace 26 llegó a Manatí a trabajar una temporada de vacaciones en la tienda de un primo suyo. Se enamoró de Nelly Marriaga, y se quedó a vivir en el pueblo.

Tuvieron 2 hijas. Para subsidiar su amor, había cocinado durante 15 años en Ricositas, la única panadería de Manatí.

Ahorró, compró neveras y hornos, alquiló un local donde antes funcionaba un billar por $400 mil, y se independizó.

Bautizó su panadería como “La Central”. Estaba ubicada cerca a la iglesia, en la plaza.

El día que la inauguró, se regaba la noticia de la apertura de un boquete en el Dique.

Álvaro se negaba a dejar el negocio que acababa de sacar a flote a punta de sudor, pero su suerte ya estaba decidida. En el cuarto día el agua le llegaba a las pantorrillas. En el quinto, tuvo que ver cómo se deshacían en migajas los panes y sus sueños de independencia.

Como el resto de damnificados, inició el éxodo en busca de tierras altas. En la casa de su suegra le dieron espacio. Al final de una calle destapada que se va empinando y empinando para no volver a bajar.

La inundación solo alcanzó a formar un gran pozo en torno a la casa. En un rincón tumbó los panes rescatados de la corriente. Al día siguiente, salió a venderlos a la puerta. Allí nació su nueva panadería, a partir de un letrero escrito a mano en cartón, colgado en la ventana: “Hasta aquí me trajo el agua”.

Hoy se lee pintado a todo color en la pared. Adentro se ven neveras y estanterías rebosantes.

“Para mí fue una bendición. Me ahogué, y me vine, y me ha ido super bien”, dice Álvaro en la puerta de su seco negocio. “Acá no tengo que pagar arriendo, y me va mejor”.

En medio del drama, los damnificados seguían necesitando el pan de cada día. Álvaro estaba allí con una bodega llena, y se los daba a cambio de una moneda.

En las aguas empozadas flotaban solo restos de miseria. No había peces que multiplicar, solo pan. Y todavía hay unos 5 barrios anegados en Manatí.

Muchos viven aún en los albergues, transformados en guetos. A otros “nos toca vivir al lado de un pantano”, como dijo hace un rato el campesino Manuel Zárate, de 48 años.

Muros agrietados emergen entre islas de algas hediondas en charcos negros. Insectos golpean la cara. Hileras de casas en apariencia solas, invadidas de ratas y sapos.

Es el panorama que tiene Álvaro a unas pocas cuadras. Los dueños de esas casas aprecian mucho sus panes de $100 y $500. Esponjosos y calientes, les caen como un salvavidas para mantenerse a flote en el mar de hambre. Alcanza a vender una arroba a diario, es decir entre 200 a 600 piezas.

“El nombre ha gustado mucho”. Claro, los afectados por el invierno se identifican con el mensaje de Álvaro. Todos saben hasta dónde tuvieron que correr. Y él no dejó que se le ahogaran las esperanzas. Hoy lidera una empresa boyante.

Afuera, otro aviso en la pared ofrece pollo asado en las noches y fines de semana. Hay parrillas y sillas. Álvaro sabe que no solo de pan vive el hombre, sea o no damnificado.

Por Iván Bernal Marín
Twitter: iBernalMarin

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