El Heraldo
Julia Orozco, de vestido crema, compró varios productos este martes en la plaza de mercado de Barranquillita. Jesús Rico.
Barranquilla

La papa, la cebolla y el tomate ya reflejan caída de precios

Sobreoferta de productos ha propiciado una disminución en los costos de víveres en las plazas de mercado. Alimentos se han abaratado hasta en 75%.

“Si no aprovechamos lo barato que están los alimentos ahora, estamos en nada”,  sentencia Julia Orozco mientras escoge con su mano diestra las zanahorias que llevará a casa para preparar la ensalada que incluirá en el almuerzo del día. Como es su costumbre cada vez que llega el martes, sale de casa, antes de las 6 de la mañana, rumbo a Barranquillita con la idea de conseguir gran parte del mercado semanal.

Con la mirada siempre fija en los alimentos que debe seleccionar, la soledeña cuenta que los precios “estáticos” que encuentra en las tiendas son una de las principales razones que la hacen desplazarse hasta la atiborrada plaza de frutas, verduras y tubérculos. A la hora de hablar de productos a buen precio, no duda en incluir la papa, el tomate y, por supuesto, las zanahorias que tanto le gustan.

La sensación de encontrar productos a “bajo costo” tiene una explicación. El gerente comercial de Granabastos, Juan Camilo Jaimes, sostiene que el “efecto psicológico” producido por la disminución de precios es “impactante”. En cuanto a lo comercial, afirma que el costo de muchos alimentos está, en realidad, “recuperando sus niveles normales”. Explica que los paros agrario y camionero, además de la sequía por el fenómeno de El Niño, fueron los factores que desencadenaron el alza desmesurada en los alimentos. “Los precios se están regulando y están en el punto que deberían encontrarse desde un principio”, precisa Jaimes.

Anticipa que la estabilidad de los precios dependerá de factores exógenos como las lluvias; estas elevarían las probabilidades de afectaciones de las cosechas y, consecuentemente, provocarían aumentos en el valor de los productos.

Época para comprar

Un billete de $50.000 es el único que acompaña a Julia para adquirir los víveres que anotó en un pedazo de papel para asegurarse de llevar lo que hace falta en el hogar. Una sonrisa se dibuja en su rostro al decirle a quien la atiende que hace poco menos de dos meses necesitaba duplicar la cantidad de dinero para adquirir los mismos productos que va a comprar.

Satisfecha, toma las bolsas y se retira. “Tengo que volar para que el almuerzo esté a tiempo”, apunta luego de despedirse. Nubia Salcedo llega desde Barrio Abajo a la popular plaza de mercado cada cinco días. Aunque ese es su hábito, también reconoce que “siempre que tengo plata, salgo a comprar”.

En consonancia con lo dicho por Julia Orozco, Salcedo opina que los víveres tienen precios más asequibles en los mercados públicos.

A medida que llena de remolachas la bolsa plástica blanca que sostiene con la mano izquierda, relata que $20.000 son suficientes para hacer una “buena compra”. Esta –comenta– incluye frutas, verduras, tubérculos y, de vez en cuando, hasta para la carne le alcanza. En medio del acelere de coger una cosa y otra, se anima a decir que “es una de las mejores épocas para comprar”.

Asunto de rentabilidad

A dos cuadras del lugar, el propietario de Provisiones Ocaña, David Dávila, afirma que tras la finalización del paro camionero, el pasado 22 de julio, “entró mucha mercancía”, algo que se tradujo en una notable disminución de costos de los productos que componen la canasta familiar.

No obstante, señala que para los comerciantes ese fenómeno no es precisamente favorable.

“Eso nos afectó porque mientras el precio de los productos está alto, las ventas son mayores. Cuando están baratos, la gente compra cantidades en las distribuidoras. Eso afecta al tendero, que es a quien le vendemos directamente”, dice. En ese sentido, argumenta que cuando los alimentos están caros en tiendas y supermercados, los consumidores “prefieren comprar en sitios mayoristas”.

En materia de ventas, Dávila comenta que las de su establecimiento han caído hasta un 50%. Y enumera algunos de los alimentos cuyos valores han bajado significativamente. Una caja de tomate, por ejemplo, costaba $100.000 en julio y hoy se puede conseguir en $25.000; algo similar ocurre con el bulto de papa, su valor pasó de $80.000 a $25.000.

Armando Gómez llegó de Zapatoca (Santander) hace 34 años y desde ese momento optó por montar una distribuidora de frutas y verduras en Barranquillita. En su opinión, el incremento de ventas al por menor es directamente proporcional al desplome en el volumen de dinero que perciben los comerciantes.

“Lo que antes vendíamos en promedio por $500.000, ahora se consiguen solo por $200.000”, dice para ejemplificar. Y explica que el levantamiento del cese de actividades de los camioneros ha impactado “negativamente” a los dueños de establecimientos. “Las amas de casa van mejor con los precios de ahora, pero las ganancias bajan para nosotros”, anota el santandereano.

Variación de precios

Respecto a precios de alimentos por cantidades, Gómez detalla que el bulto de cebolla blanca no bajaba de $110.000 a mitad de año, pero en la actualidad está tasado en $25.000. Lo mismo pasa con la cebolla roja, que antes costaba $150.000 el bulto; su precio en este momento está en $40.000.

Sentado en un banco de madera que mantiene en el negocio que ocupa hace más de veinte años dentro del mercado La Magola, César Arroyo habla de otros productos cuyos valores han bajado, aunque en menor medida. El bulto de arroz –dice– que antes costaba $145.000, ahora está en $120.000. La libra del mismo cereal pasó de $1.800 a $1.500. Los granos también se consiguen un poco más baratos hoy. En su punto de venta, las libras de zaragoza y lenteja que a mitad de año valían $3.500, respectivamente, hoy no sobrepasan los $3.000. Asimismo, la libra de palomito pasó de $3.000 a $2.500; la de frijol cabecita negra, de $2.500 a $2.000; y la arveja, de $2.000 a $1.500.

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