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En lo más alto de la Sierra Flor, considerada el escudo natural de Sincelejo, donde se fusionan el azul del cielo con las verdes montañas, perdida y sin más pretensiones que las ganas de ser reconocida, se encuentra una escuela de lengua nativa zenú.

La voz del docente, quien deja de lado sus labores de albañil con el indeclinable deseo de enseñar, solo es interrumpida por el canto de los pájaros y el ladrido de los perros que llegan al salón, una choza decorada con elementos hechos

por los nativos que convierten este espacio en un verdadero templo del saber ancestral.

La escuela no es tradicional, nada lo es. Al lado de un pequeño de 11 años se ubica un anciano de 67, en los intermedios reparten chicha y el docente es visto, más allá de un guía, como una autoridad.

El maestro de timbre de voz fuerte, que contrasta con sus amables facciones, es José del Carmen Perilla Contreras, 'un loco', como lo catalogan muchos, que contra viento y marea, guiado por su instinto indígena, desde hace décadas ha luchado para la conservación de la lengua madre, que, como repite durante toda su clase, 'no se ha perdido, solo se dejó de hablar'.

Todos los domingos, desde las nueve de la mañana llegan sus 50 alumnos, algunos de barrios opuestos a este lugar campestre que hace sentir el cielo más cerca.

Chaogiig Peeu, dicen todos al llegar, que traduce 'buenos días'. Desde que ingresan al salón no es permitido hablar lengua distinta a la zenú y así lo han aceptado todos, lo que ha hecho más rápido el aprendizaje.

Para preservarla. El lenguaje de la etnia está lleno de misticismo, oraciones y un credo profundo a Dios; de rituales al fuego, a la oscuridad y de amor a la naturaleza. Por esa razón estos niños son el sinónimo de 'un deber' que el profe Perilla siente que tiene que cumplir con sus antepasados.

'Estamos en recuperación de valores y preservación de la lengua', explica. Destaca que es 'muy hermosa' porque en la lengua zenú 'no se ofende'. Para enseñar se preparado y ha asistido a 9 encuentros nacionales de lengua, además ha realizado investigaciones al respecto.

El maestro aclara que la enseñanza de esta lengua es diferente al español. En la nativa se habla de fonemas, tiene 23, compuesto en altos y bajos, esto tiene que ver con la pronunciación porque los indígenas lo hacen de forma nasal y con poca utilización labiodental.

Tras señalar que 'enseñamos diálogos básicos, cotidianos y frases que se utilizan en la casa', revela que está organizando un diccionario de sinónimos y antónimos para que quede a futuro y la zenú sea una de las 'lenguas más habladas'.

Las dos lenguas. Dice que en la lengua zenú la Z no existe y por eso no entiende por qué la utilizan y escriben el nombre con ella. 'Es con C, en el Museo de Oro aparece todo con C, la Z es de otra fonética', explica.

Perilla no pretende que los niños y adultos dejen de hablar español y que pierdan lo que han aprendido. 'Lo que deseamos –aclara– es que manejen bien las dos lenguas'.

'En nuestra lengua nativa no tildamos ni utilizamos punto ni coma, sería como imitar el castellano y ya los alumnos lo saben', acota el docente.

Uu (mamá), yuyu (papá), julu ñaoi (hasta luego), jurujuru (casa), lila (totuma), peeiir (Dios), louii (te amo), o uii (me ama), moñee (feliz) son algunas de las palabras que en medio de las clases aprendían los niños, aunque cuando llegan por primera vez al salón lo que más desean saber es la traducción de sus nombres y de los animales con los que conviven.

Nadie los apoya. A la Sierra Flor llegan estudiantes de los 24 cabildos que hay en Sincelejo, sin embargo la sapiencia de Perilla trasciende fronteras pues sus conocimientos llegan hasta Córdoba y Antioquia donde hay comunidades zenú.

Ha sido tanta la acogida del docente que en una de las escuelas nativas en Bellavista decidieron bautizarla con su nombre como forma de homenajearlo.

No recibe ningún pago por esta labor, es más, aclara que no cuenta con apoyo porque 'como la sabiduría no da votos y enseñar lenguas ancestrales menos, los políticos no gestionan recursos para esto'.

Fue capitán del cabildo La Arena y en ese momento inició su preparación sobre la lengua hasta hoy que es docente, aunque humildemente responde que es mucho más un alumno porque todos los días aprende, incluso en su oficio de albañil.

'Yo no bajo la guardia en esto de la enseñanza porque el indígena siempre ha querido tener su intimidad, su lengua para sentir protección y si yo puedo contribuir a eso lo seguiré haciendo', puntualiza.

Deseo de aprender. Rafael Antonio Espitia, capitán indígena del Cabildo Yayeguapo, es uno de los alumnos. Asegura que aprender la lengua es 'una necesidad para nuestro pueblo' porque a veces, cuando hacen visitas de campo, encuentran personas que tienen conocimiento sobre el lenguaje zenú y lo ideal no es quedarse callado o hablar español.

'Mis padres sí me enseñaron, pero las costumbres se han ido perdiendo. Tengo 67 años y no creo que es tarde para aprender', sostiene.

Ronald Santos Herrera, hijo de zenúes de 13 años, es estudiante de quinto de primaria en la Institución Educativa El Salvador y compañero de estudio de Espitia en las clases del profe Perilla.

'Comencé clases el año pasado. Me gusta mucho porque he aprendido cosas que no sabía que existían, además hablo dos lenguas y le he enseñado a mis padres porque cuando estoy en casa debo practicar para que no se me olvide', dice el estudiante.

Las clases culminan tres horas después. Los alrededores de la choza que adecuaron como aula se llenan de bicicletas y motos que esperan a los estudiantes, quienes al salir se despiden emocionados: 'kuii ureeu', que en español es 'adiós, gracias'.