Las manos siempre en movimiento. La aguja va llevando el hilo de un lado al otro hasta formar piezas únicas. Así pasan los días Marta, Rocío, Minerva y las 32 mujeres que hacen parte del Club de Tejedoras de Las Gardenias.
Sí, en ese sector que en el imaginario del barranquillero solo convive la violencia, estas fuertes y empoderadas mujeres tejen la paz en sus manos para cambiar, poco a poco, la cara de su barrio, ese que las acogió cuando tuvieron que salir de sus lugares de nacimiento a causa del conflicto armado.
Son 35 mujeres que desde hace un año han conformado el Club de Tejedoras de Las Gardenias y desde ese momento han transformado su pasión en el sustento de vida para ellas y sus familias.
Sin embargo, más allá de la historia de empoderamiento, de agruparse y apoyarse entre todas, detrás de sus caras, manos y tejidos hay historias que demuestran cómo el arte termina siendo motor de resocialización.
Ellas, todas, sin excepción, han sido víctimas del conflicto armado que llegaron a Barranquilla tratando de resguardar sus vidas.
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Y aunque el barrio en el que viven tiene ese estigma, son ellas y todas las agrupaciones sociales las que buscan que esto no sea más así. En ese sentido, EL HERALDO conversó con estas valientes mujeres para conocer sus historias y lo que hay detrás de sus tejidos.
A punta de bolsos, mochilas, aretes, lazos, vestidos de baño y todo lo que su imaginación les permita hacer, estas mujeres le cambian la cara a su barrio.
Los orígenes del club
Marta Marulanda, a sus 55 años, es quien lidera a estas mujeres poderosas. Aunque siendo alguien de pocas palabras, reconoce que si bien ya en Las Gardenias había personas tejiendo nunca se habían juntado entre todas para ayudarse.
'Llegó aquí a nuestro barrio la señora Merce Botero, del grupo Ciudadanos de Honor, con Gases del Caribe y Arte y Tejido de Chorrera. Ellos vinieron con un propósito de organizarnos y apoyarnos para hacernos como grupo. Ya nosotros hemos asistido a ferias con nuestros productos y nos hemos dado a conocer'.
Por eso, desde un principio el objetivo fue uno solo: cambiarle la cara a Las Gardenias. Dejar atrás esa imagen.
'Con nuestra asociación de tejedoras ya le estamos dando otra cara a Las Gardenias, porque siempre que nombraban el barrio se decía que era violencia, droga, y esas cuestiones así, pero no, ya a esto le estamos dando otra cara, y sobre todo hay muchas niñas también, jóvenes, que se han integrado aquí a nuestro grupo para aprender a tejer'.
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Martha, al igual que otras de sus compañeras, ha sido bálsamo para aquellas víctimas del conflicto. Ella más que nadie las entiende, porque vivieron historias similares hace una década, cuando se vio obligada a dejar su natal Sucre para venir a Barranquilla y emprender una nueva vida a través del tejido.
'Aquí olvidamos muchas cosas con el tejido, se olvidan muchas cosas que pasamos en esas circunstancias del desplazamiento. Gracias a Dios nos salió el apartamento, estamos acá ya viviendo, y nos ha ido bien, gracias a Dios. Con el tejido he ayudado en mi hogar al sustento de la familia', dice la mujer.
El arte se aprende
'Nunca es tarde para aprender'. Con esa frase tajante y una sonrisa que delata la alegría de este club, Minerva Rodríguez de Palacio, a sus 73 años, cuenta que lleva 12 meses aprendiendo el arte de tejer.
Allí, sentada en el salón comunal del conjunto 7, con un vestido rojo y unas trenzas que se hizo –'porque me dijeron que me pusiera bonita'–, va contando su historia de superación, cómo a los 68 años decidió terminar su bachillerato y cómo ha sacado adelante a sus hijos, todo eso sin dejar de tejer.
'A mí no me buscan para trabajar en ninguna parte. Yo he hecho bolsitos, he hecho mochilas, aretes, y muchas cositas que me han encargado y los voy vendiendo para comprar otra vez el hilo. Por eso yo les digo a las niñas que nunca es tarde para aprender, yo hace 5 años terminé el bachillerato, me lo propuse y aquí estoy, me siento orgullosa', dice siempre con una sonrisa.
Oriunda de Ciénaga, Magdalena, tuvo que salir de ese lugar a causa de la violencia y llegó a Barranquilla en el año 1997. En esta ciudad, haciendo alarde de la fortaleza que la caracteriza, trabajó en todo lo que podía para sacar adelante a sus hijos.
'Somos personas buenas, personas honorables, que no tenemos nada que temer, a pesar de que cuando nosotros salimos de allá sí temíamos porque no sabíamos qué estaba pasando. Yo dejé todo tirado, lo perdí todo, yo no pude traer nada, unos trapitos, una nevera y ya'.
Por eso hoy, cuando la vida le sonríe nuevamente, justo como ella lo hace, se siente orgullosa y contenta con todas sus compañeras. 'Somos un grupo bien especial, nos unimos todas y todas nos ayudamos'.
El legado de su abuela
Rocío Martínez es otra de las mujeres que ha estado ligada al arte de tejer desde temprano. De pequeña veía cómo su abuela tejía y se le despertó la curiosidad por aprender. Sin embargo, hoy –a sus 47 años– reconoce que 'no es lo mismo que a uno lo enseñen en cursos', por eso ha sacado todo su amor por los hilos y las agujas.
'Nosotras asistimos a las clases, ahí hemos soltado más las manos y hemos aprendido cosas nuevas, innovando. La verdad que esto nos ha servido de mucho porque uno se entretiene, se distrae, hace cosas nuevas, genera ingresos'.
Ella tiene dos hijas que promocionan sus productos. Lucen sus blusas, vestidos de baño y accesorios, todos hechos por las manos de su madre. 'Ellas se toman fotos y las muestran, lo que pidan uno se lo hace y a medida de eso le van pidiendo y uno va vendiendo. Como estamos apenas empezando, no tenemos tanto conocimiento; entonces, las cosas las van dando más baratas, acomodando para que se venda'.
Y aunque hoy la felicidad se apodera de ella, cuando sin alzar la mirada para hablar solo se fija en lo que hacen sus manos, es inevitable recordar cómo en 2001 tuvo que salir de El Carmen de Bolívar a causa del conflicto.
Y aunque nunca más volvió a su pueblo, solo una vez a visitar algunos familiares, su lugar lo ha hecho a pulso o, mejor dicho, a tejidos en Las Gardenias, donde continúa apoyando la misión que se han trazado todas.
'A través de esto podemos mostrar que en Las Gardenias hay cosas buenas, que hay gente trabajadora, gente emprendedora, echada para adelante, mujeres pujantes que, a pesar de que somos cabeza de hogar, nos dedicamos a hacer cosas productivas, aprendemos un arte y eso se lo transmitimos a nuestros hijos. Estamos demostrando que si las mamás podemos hacer algo positivo, ellos también'.
Apoyo social
Con este Club de Tejedoras ha estado la Corporación Social de Las Gardenias, que busca un trabajo mancomunado entre los habitantes del barrio y diferentes organizaciones que apoyan sus iniciativas con el fin de salir adelante.
Alexander Florián es uno de los líderes de esta organización social. Explicó que estas mujeres han tenido la oportunidad de mostrar cada uno de sus tejidos, de comercializarlos. En ese sentido, la Corporación Agrupación Social de Las Gardenias también se ha vinculado como una organización de base para apoyar estos procesos.




















