Martina La Peligrosa ha vuelto a mirarse hacia adentro. Y lo ha hecho con la madurez y la calma de quien sabe que volver a la raíz no es repetir el pasado, sino abrazarlo desde un presente consciente.
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Con Caribeña, su segundo álbum de estudio, la artista cordobesa se reafirma como una de las voces más honestas del Caribe contemporáneo, una mujer que canta desde el cuero, desde la tierra, desde los recuerdos de infancia que laten como tambores.
“Este disco es todo para mí, porque ahí está la fuente. Ahí es que voy a recolectar agüita, eso es lo que he sido y lo que pretendo ser siempre”, dice Martina con la sonrisa cálida de quien habla del lugar donde aprendió a ser.
Ese lugar es El Carito, un corregimiento de Lorica, Córdoba, que ella ha convertido en símbolo: el territorio de su identidad, su Macondo personal.
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“Yo tengo mis raíces en El Carito. Yo no puedo sino hablar de eso, es lo que me nace, lo que me fluye de manera natural. Tengo una obsesión con mi pueblo, con la gente de allá, con lo que pasa allá. Es lo mismo que quiso contar García Márquez en Cien años de soledad”, confiesa.
El disco, disponible en todas las plataformas digitales, fue producido por Jairo Barón, con quien Martina no trabajaba desde su álbum debut Alma mía (2017). De aquella conexión renació la confianza y el impulso creativo.
“Decidí volver a juntarme con Jairo. Dijimos: ‘Hagamos una canción, a ver qué pasa’. Yo le mostré un pedacito de Soy, que la había escrito en 2014, y cuando la escuchó me dijo: ‘¿qué es esto?, hagámoslo’. Y fue tan natural que dijimos: No, esto no puede quedarse en una canción. Hay que hacer un disco”, recuerda.
Así nació Caribeña, un trabajo que, según la propia artista, “fue la canción Soy la que nos puyó la costilla y nos dijo: esto no aguanta con una sola canción”. El resultado son once temas que conforman un recorrido sonoro en el que conviven la cumbia, el afrobeats, el merengue dominicano, la champeta, el zouk africano y la electrónica.
“Cada canción nació de un tambor —cuenta—. Trajimos un tambor al estudio, vino un amigo tamborero, y con la guitarra fueron naciendo todas las canciones. No nació desde un computador ni desde un beat, sino desde el cuero. Y eso tiene un alma distinta. Esos sonidos me recuerdan mi infancia, cuando bailaba en los grupos de danza. Por eso este disco tiene esa melancolía y esa alegría mezcladas”.

Una identidad sonora
Caribeña es un álbum de espíritu híbrido. Su fuerza proviene tanto del pasado como de la experimentación contemporánea. Hay vientos que evocan las sabanas de Córdoba, golpes de tambor alegre y patrones de la madre cumbia, pero también sintetizadores y guitarras que actualizan el pulso de ese Caribe sin fronteras.
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“Este disco abre un diálogo entre lo alternativo y lo popular, lo orgánico y lo digital. Es una identidad sonora colombiana futurista”.
En efecto, hay una búsqueda constante por unir lo local con lo global, lo tradicional con lo moderno. Pero lo que sostiene el álbum no es la mezcla de géneros, sino su centro emocional: la memoria. “Aunque llevo más de 20 años en Bogotá, y amo esta ciudad, sin duda yo soy muy caribeña, muy pueblerina, y eso me fascina”, dice Martina. En sus palabras hay un reconocimiento de las raíces como motor creativo, no como adorno folclórico. “Todo lo que soy parte de allá. El Carito es el lugar al que quiero volver siempre porque hace parte de mi esencia, de mi identidad. No quiero que pierda la magia que tiene ser de un pueblo”.
Un disco desde el alma
Entre las once canciones que componen Caribeña —Soy, Me la pasé bailando, No eres bueno para mí (junto a su hermana Adriana Lucía), Salió la luna, Igual, Poquito, Flores en el pelo, No le copio a nadie, Magdalena (con Ramón Chicharrón), Mi niña y Florecer (con Muerdo)—, cada una parece contener un pedazo de la vida de la cantante.
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Cuando se le pregunta cuál de todas la define mejor, sin titubear dice Soy: “Me la pasé bailando”. Y lo explica con la serenidad de quien ha aprendido a resistir sin perder la sonrisa: “Esa canción habla de la actualidad, de que yo sé que la vida está rara, la calle está dura, la vaina está mala, pero para qué echarle sal a la herida si la vida tiene tantas cosas bonitas. Esa es mi bandera, tratar de ver siempre lo bueno de la vida, porque de ahí me agarro para seguir viviendo, para seguir cantando”.
Luego sonríe, recuerda una línea de la canción y dice: “Esa frase que dice ‘El día que tenga que irme de aquí, que me despidan bailando’. Esa soy yo”.
Lengua, ritmo y pertenencia
Una de las virtudes del disco está en su lenguaje. Martina no suaviza su acento ni su forma de hablar. Y aunque su público crece en otros países, eso no la detiene. “Así como cuando uno ve una película y se identifica con un personaje, así pasa con las canciones. Yo le canto a El Carito, y la gente, aunque no sepa dónde queda, tiene su propio Carito”.





















