Un maestro. La palabra precisa. El consejo justo. Y un estricto conocedor del idioma. Ese era Juan B. Fernández Renowitzky para todos los periodistas que alguna vez pasaron por la casa editorial EL HERALDO en sus años de director.
Así lo recordaron varios de ellos, quienes incluso décadas después de su estadía en el periódico mantienen latentes todas las cátedras de buen periodismo que daba en un consejo de redacción, una tertulia o incluso con un llamado de atención.
En ese sentido, para el periodista Roberto Llanos Rodado, con su muerte cae uno de los pilares que por varias generaciones sirvió de soporte y carta de presentación a la hora de referirnos al buen periodismo del Caribe, con reconocida representación en la esfera nacional.
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“Si en la prensa de la capital se hablaba de los Santos, los Cano, como estandartes de la profesión al frente de sus periódicos El Tiempo y El Espectador, ellos se referían a Juan B., –así muchos lo llamaban– como la figura cimera a mostrar en la Costa, con EL HERALDO”, detalló el experimentado periodista quien ingresó a esta casa editorial en 1986.
Pero, más allá de su relevancia como baluarte del “mejor oficio del mundo” como alguna vez dijera su amigo Gabito, están las enseñanzas que dejaba en cada uno de los colaboradores que han hecho esta obra diaria de buena fe. “Cuando asignaba un trabajo especial, del que era consciente podía resultar complejo al periodista en la labor de reportería, su estímulo era: “que sea un reto, que sea un reto”. Como buen director de periódico era exigente con la redacción, la titulación y del adecuado acompañamiento fotográfico de la noticia, el reportaje o la crónica”, agregó Llanos.
Riguroso con la escritura
Precisamente uno de los recuerdos que más atesoran quienes pasaron por su escuela es el de aprender a escribir correctamente los nombres y apellidos de los protagonistas de la noticia, aún más cuando eran personajes políticos extranjeros.
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“Cuando llegaban visitantes con apellidos extranjeros, un cónsul, un embajador, un diplomático, un empresario de otro país, con libreta y lapicero, le pedía a uno que la persona escribiera de su puño y letra su nombre y apellido”, rememoró Alix López.
De igual forma, destacó que Juan B. Fernández Renowitzky atendía a todas las personas por igual cuando llegaban a la sala de redacción, misma que consideraba su casa. “Le encantaba recibir a todo el mundo, desde una Acción Católica, las Damas Grises, la Asociación de Agricultores de Sabanalarga, que en esa época ellos manejaban municipios, le encantaba que lo visitaran de los municipios, de los pueblos más apartados, hasta candidatos presidenciales, ministros, él no tenía distinto con nadie”, añadió López.
Y esas visitas luego las recompensaba con las famosas caritas de testimonios después de las también conocidas tertulias. “Le gustaba tomar caritas, si a una tertulia llevaban 20 personas, eran 20 caritas con sus nombres y apellidos. Era muy riguroso con eso, porque además él decía, ‘en cada carita nos está leyendo una familia, y hay que destacar por gratitud la visita que nos hizo acá al periódico’”.
Y ese mismo respeto, según contó Osvaldo Sampayo Covo, lo pedía para las personas al momento de informar una noticia. “Pedía respeto por la forma como se referían a las personas de la tercera edad e igualmente muy atento a las imágenes y a la rigurosidad de los textos”.
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Sampayo Covo, quien coincidió con Fernández Renowitzky en TELEHERALDO, añadió que: “Todos los domingos se grababa su editorial para el noticiero de televisión en la dirección del periódico llegaba impecable. Mientras improvisaba su editorial, sin valerse de un libreto, daba cátedra de buen ejercicio periodístico”.
Directamente de la fuente
Aunque existen facilidades tecnológicas al momento de buscar una información, seguramente Juan B. Fernández Renowitzky seguiría pidiendo “ir directamente a la fuente”, rememoró la periodista Zoraida Noriega, quien destacó de su paso por EL HERALDO todas las cátedras del buen periodismo del siempre director.
“Exigente en la escritura de las noticias, que fueran detalladas y que provinieran directamente de la fuente, porque en ese tiempo ni Google ni nada de eso existía. Entonces, nosotros nos esmerábamos por hacer la entrevista directamente. Al lado de Olguita Emiliani, que era su mano derecha era un binomio chévere, exigente. Pero era un binomio perfecto, porque tenían gran criterio periodístico, eran acuciosos, eran perfeccionistas, todo”.
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William Vargas Lleras uno de sus aprendices, se refirió al periodista como “un gran maestro de la profesión”. Lo recuerda como un hombre extremadamente exigente que buscaba el rigor de la información, pero sobre todo la veracidad. “Su forma de enseñar se caracterizaba especialmente porque era bastante cuidadoso en la búsqueda de la noticia, buscar varios conceptos y fuentes cuando se quería tener un tema completo, buscar no solamente la opinión del personaje que estuviéramos solicitando, nos aconsejaba que fuéramos bastantes celosos”, contó Vargas Lleras.
Uno de sus lemas era que la mejor arma de un periodista no era solo la escritura, sino escribir con la verdad. Agregó que sus consejos siempre se basaban en buscar la calidad del trabajo de sus redactores en EL HERALDO y por ello, su legado en el periodismo es bastante significativo.