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Douglas Antonio Valenzuela, mejor conocido como Dunklin Douglas, es un artista plástico y compositor barranquillero cuya vida ha sido un viaje doloroso, pero muy esperanzador. Desde su crianza en el barrio El Prado, pasando por el consumo de drogas desde temprana edad, hasta llegar al corazón del temido Bronx de Bogotá. Este hombre sin duda alguna lo ha visto todo en este mundo y ahora lo proyecta a través del arte.

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Hoy, a sus 74 años, se define como un sobreviviente, un hombre reconstruido por la pintura, la música y su incansable voluntad de seguir creando. “Mi nombre artístico es Dunklin Douglas, como la Dunklin Mexican, una fundación estadounidense que se dedica a rescatar a las personas en condición de calle”. Ese seudónimo lo ha acompañado durante su tránsito por el arte y la calle.

Josefina VillarrealObra inspirada en su paso por El Bronx.

Criado por sus abuelos tras la migración de sus padres a Estados Unidos, Douglas tuvo una infancia rodeada de afectos dispersos, marcada por una falta de supervisión que lo condujo al consumo desde muy joven. “Vengo de un vacío afectivo tremendo”, confiesa.

Estudió en la Escuela Industrial del Atlántico y se graduó en 1970. A los 14 o 15 años ya pintaba y más adelante aprendió inglés en el Colombo Americano, pero nada detuvo la espiral del consumo y terminó perdiéndolo todo.

Sobreviviendo al Bronx

Tras la separación de su esposa y la pérdida del hogar, Douglas llegó a Bogotá buscando un nuevo comienzo. Lo encontró, pero en el fondo del abismo. Vivió en El Bronx, una extinta zona de la capital del país donde la miseria y el abandono se concentraban bajo la sombra del crimen, la droga y el olvido. “Allá perdí todo: mi dignidad, mi educación, mis habilidades, hasta la forma de hablar, era un ñero más, pero retomé mi rumbo”, relata en su diálogo con EL HERALDO.

Sin embargo, también halló una inesperada comunidad: “Ahí también hay gente buena, gente con buenos sentimientos y firmeza”. Se rodeó de “intelectuales callejeros”, sobrevivientes como él, muchos de estos nacidos en la costa. Fue en ese ambiente donde conoció a un artista que le abrió un espacio en un pequeño taller y lo ayudó a reconectarse con la pintura.

Josefina VillarrealObra inspirada en el cantante Joe Arroyo.

Por fortuna no le tocó vivir la intervención estatal en El Bronx, ocurrida el 28 de mayo de 2016.

“Ese día me fui a las 4 de la mañana y a esa misma hora entraron más de 2.500 hombres de la Policía y el Ejército”, recuerda.

Evitó por minutos ser arrestado o enviado a un batallón. En cambio, fue acogido por la comunidad terapéutica Camino, donde pasó 10 meses de reeducación. “Ahí empecé a disciplinarme, a valorarme y a admirarme”, dice con emoción.

Desde entonces, Douglas ha estado lejos del consumo, aunque no le gusta que lo llamen “limpio”.

“Nadie está limpio, todos estamos sucios. Esos términos estigmatizan”, y agrega que lo que vivió es una transformación.

Arte desde la calle

Douglas encontró en el arte una ventana para expresar su historia. Es miembro de la organización India Arte en Bogotá, exponiendo su trabajo en la carrera Séptima, especialmente en la Plaza de Las Nieves, junto a otros artistas urbanos reconocidos.

Su estilo es el pop art, técnica que combina colores llamativos y temáticas populares, que adapta a su contexto barranquillero.

“Mi pintura es carnavalera, yo vengo a retroalimentarme de nuestra fiesta”, dice con orgullo.

Además de la pintura, la música y la composición hacen parte esencial de su narrativa.

Josefina VillarrealLas danzas del Carnaval de su tierra también son musa inspiradora.

El sueño de Douglas es claro: crear una fundación donde jóvenes y personas en situación de calle encuentren herramientas artísticas para reconstruir su vida. Ya ha fundado varias iniciativas en lugares como Palmira y Pereira, pero ha sido víctima de traiciones y apropiaciones indebidas. “Yo diseño los programas, las normas, los horarios… pero cuando los dueños se llenan de plata, me botan”, lamenta.

Su historia también ha rozado peligros insospechados. En una ocasión, fue enviado como misionero al Cauca, y terminó en manos de la guerrilla. “¡Qué susto, hermano! Menos mal había un pastor que me salvó”, recuerda con humor.

Ahora, Dunklin Douglas camina las calles de Barranquilla con una visión distinta. Después de 20 años alejado de su tierra natal, ha vuelto para llenarse del color, el ritmo y la energía currambera. “Aquí está mi nota, mi técnica, esta ciudad me inspira”.

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Pese a todo lo vivido: el abandono, la calle, la adicción y El Bronx… Douglas no ha perdido su esencia creativa. Desde un rincón de la Séptima en Bogotá hasta las danzas del Carnaval, su arte sigue hablando. Y él, con pincel y letras, sigue pintando el cielo, para mostrarle a quienes se encuentran atrapados en el infierno de las drogas que de ahí se puede salir, siempre que se forje un talento y también se tenga voluntad.

El silencio no te cura, una cárcel puede ser, pero si lo expresas y lo cantas… otra persona llegarás a ser”, entona Douglas.