Sus ojos, de un azul con toques verdosos, parecían reflejar el mar que tenía a pocos metros de su vivienda ubicada cerca al Castillo de Salgar. Combinaban, como sin querer, con la camiseta que llevaba puesta, haciendo recordar aquella agua salada que nunca ha visto, pero que lleva tatuada en el alma.
Allí estaba, sentado en su sofá, Samuel Javier Martínez Alcázar, mejor conocido como ‘Sammy Quillero’, un joven de 19 años que al nacer su madre le susurró al oído que no podía ver por sus ojos, sino por sus otros sentidos, esos que le han permitido abrazar al Caribe en todas sus formas.
Su apodo no es casualidad. El orgullo de haber nacido en la Puerta de Oro de Colombia no se lo quita nadie. “Nací en Barranquilla y me considero un supercosteño, de pura cepa, de raca y mandaca”.
Se mantenía sonriente, escuchando más de lo que uno imagina, mientras explicaba que gracias a un lector de pantalla podía responder cualquier mensaje en el celular y manipular su computador. “Yo me defiendo, yo sé cómo hacer y veo mis sueños a través de los sentidos”.
Un retador camino
Sammy tiene claro lo que quiere. Desde hace un tiempo, decidió que su futuro empezaría lejos de casa, pero no tan lejos como para olvidarse de dónde viene. Egresado del colegio Royal School, ya tenía que empezar a escribir su capítulo profesional.
“Miami me parece una ciudad muy alegre, porque Miami, además, está cerca de aquí, o sea, si yo quiero venir para acá estoy solo a dos horas, me puedo venir. Y, además, también hay mucha gente de todo el mundo”.
Luego de postularse en varias instituciones, obtuvo una beca en la Universidad de Barry, oportunidad que no pensó dos veces. “Me parece una universidad más incluyente, hay más personas con discapacidad y eso me llamó la atención”.
La carrera que escogió también tiene una razón de peso. Sammy va a estudiar Sicología. No porque le parezca interesante en teoría, sino porque ha palpado lo necesario que es entender a los demás.
“A mí me gusta entender a las personas y además de eso pues darles consejos para mejorar su vida. Porque cuando estábamos en pandemia, yo veía a las personas, veía las noticias de las personas que se deprimían por la covid-19 o personas que de repente tenían algún tipo de trastorno mental”.

Cuando se imagina el futuro, Sammy se ve ejerciendo su carrera. Sicólogo, profesional, independiente. “Pronto seré todo un hombre hecho y derecho”.
Y es que Sammy no necesita ver para saber quién es. Porque a él lo define su oído, su ritmo, su memoria musical. “Mi manera de ver el mundo es a través de los sonidos”.
Nada lo detiene
Tiene una condición llamada síndrome de Peters, una discapacidad visual que nunca ha sido excusa para nada. Al contrario, fue su punto de partida. A los 2 años, cuando apenas caminaba, ya tocaba el piano.
“Yo recuerdo que la primera melodía que yo interpreté fue una que se llama Tocata y Fuga, de Johan Sebastian Bach, y la interpreté en el piano porque yo la había escuchado en la emisora que ponía mi abuela, que es Minuto de Dios y me la aprendí”.
Desde entonces, la música ha sido su luz. Un amante sin remedio de los sonidos del Caribe: la champeta, la salsa, el bullerengue, la cumbia y el tambor. Para él, la vida no deja de sonar y por ello decidió ser rey Momo del Carnaval de los Niños 2018.

“Al principio estaba un poco temeroso porque no sabía cómo iba a ser la experiencia. Pero todo fue tan bonito que lo recuerdo como si hubiese sido ayer y sin duda volvería a repetirlo”.
Y sí. Los sonidos lo guían. Como el del tambor, que mientras lo toca, tiene de fondo un picó que lleva su nombre y su grito de batalla es: “El más bordillero”. Y a eso le podríamos adicionar: “El más champetero”, porque Samy no pasa por alto los sonidos africanos y se goza temas como La vaca pari’a o El Akien.
“Tengo tiempo para escuchar música, leer, estudiar y ahora aventurarme en Miami”.