El Heraldo
El presidente Duque, la vicepresidenta Martha L. Ramírez y el ministro de Salud el día del recibo del primer lote de 50 mil vacunas de Pfizer.
Política

La ley del Montes | ¡Paren el show...!

¿Se le fue la mano al Gobierno con el excesivo protagonismo de funcionarios durante de las primeras jornadas de vacunación?

El inicio y ejecución del Plan Nacional de Vacunación no puede convertirse en un triste y lamentable espectáculo de exhibicionismo por parte de altos funcionarios del Gobierno nacional. Ver a ministros y viceministros desfilar por todas las ciudades del país, posando sonrientes para la foto de rigor, al lado de la persona escogida para ser vacunada contra el coronavirus, no se compadece de la tragedia que viven miles de familias colombianas que han perdido a sus seres queridos. Hay mucho dolor en Colombia por cuenta de la pandemia como para pretender convertir en show lo que es una tragedia humanitaria. Una cosa es enviar mensajes eficaces y efectivos a la comunidad acerca de la necesidad de vacunarse y otra muy distinta es atosigar a las personas con fotos y videos cuyo único propósito es el de alimentar egos y hacer proselitismo político.

Mientras lo primero obedece a una estrategia de comunicación para crear conciencia sobre las graves consecuencias del coronavirus en el país, lo segundo responde a un afán burdo y mezquino por pretender sacar réditos electorales de una tragedia que ha enlutado a toda la humanidad. Para cumplir con el primer objetivo era suficiente la foto y el video del presidente de la República, Iván Duque, al lado del ministro de Salud, Fernando Ruiz, junto a la enfermera Verónica Machado, dando inicio a la campaña de vacunación en Sincelejo. Nada más.

Resulta paradójico que mientras el presidente Iván Duque advierte sobre la necesidad de no politizar la aplicación de la vacuna contra el coronavirus –en respuesta a la ofensiva oportunista de la oposición por desprestigiar los logros de su gobierno– sus altos funcionarios no ahorran esfuerzos por sacarle réditos a la puesta en marcha del plan nacional de vacunación contra la pandemia.

El Gobierno nacional debe entender que no es el momento de pasar cuentas de cobro a sus contradictores, sino de salvar vidas. Llevar el reto más grande asumido por el país en su historia reciente al plano de las rencillas políticas es no solo mezquino, sino que distrae la atención sobre el verdadero problema: derrotar al coronavirus en todo el territorio nacional. Hasta hoy las víctimas de la pandemia en el país se acercan a las 60.000. ¡Una monstruosidad! Son miles de hogares enlutados por cuenta del coronavirus y cientos de familias en la quiebra económica.

Son muchos los ejemplos para ilustrar la manera torpe como el Gobierno se equivocó a la hora de ejecutar el plan nacional de vacunación. En Cali, por ejemplo, el inicio de la jornada debió aplazarse por varias horas mientras llegaba el ministro de Justicia, Wilson Ruiz, quien debió desplazarse desde Bogotá. Si se trata de una guerra contra el tiempo en la que cada minuto cuenta para salvar vidas, ¿qué sentido tenía posponer el comienzo de la jornada de vacunación por varias horas mientras aparecía el ministro para la fotografía y el video? Algo similar ocurrió en Bucaramanga.

En Santa Marta y el Magdalena también el trascendental asunto fue manejado con absoluta torpeza. ¿Qué sentido tenía enviar como delegado del Gobierno nacional al viceministro del Interior, Juan Pablo Diazgranados, cuyo enfrentamiento con el gobernador Carlos Caicedo y la alcaldesa Virna Johnson es público y notorio? ¿Era necesario ese gesto hostil y provocador con quienes –les guste o no al Gobierno nacional– fueron elegidos por los habitantes del Magdalena y Santa Marta?

Mientras millones de colombianos aguardan con ansiedad las vacunas que se requieren para salvar sus vidas –que siguen sin llegar al país– el Gobierno nacional hace ostentación mediática de su obligación de aplicar masivamente las dosis requeridas.

“Como colombianos –dijo el presidente Duque en La Guajira– no podemos dejar que nos arrebaten esta alegría. No podemos ser triunfalistas, pero lo que no podemos es dejar que nos arrebaten la alegría de la vacunación masiva y ver los avances de la reactivación segura”.

Es cierto que todos los colombianos estamos alegres por el inicio de las jornadas de vacunación en el país. Pero también estamos expectantes y hasta preocupados por el desarrollo de dichas jornadas. ¿Alcanzarán las dosis para todos? ¿Cuándo llegarán las otras vacunas? ¿Por qué hay personal del área de la salud en Barranquilla –por ejemplo– que siguen sin ser vacunados, pese a que su vida está en riesgo todos los días por su condición de médicos intensivistas e internistas? 

De manera que no es momento –aún– de celebraciones, porque son muchas las vidas que están en riesgo y la batalla contra el coronavirus sigue sin ganarse.

No es tiempo de triunfalismos, como dijo el presidente Duque. Por eso mismo, ya es hora de tomarse menos selfies y empezar a pisarle el acelerador a la aplicación de las millones de dosis que se requieren para salvar las vidas de millones de colombianos. Y en esta carrera contra el tiempo no se puede perder un solo minuto, mucho menos posando para fotos y selfies que solo sirven para decorar las “vanidotecas” de quienes deberían ocupar su tiempo en servir a los demás.

Más vacunas, menos fotos

Ningún evento en Sincelejo había tenido tanto cubrimiento mediático como la aplicación de la primera dosis contra el coronavirus. La enfermera Verónica Machado pasó a la historia como la persona con la que se dio inicio al plan nacional de vacunación, que busca acabar con la pesadilla de la pandemia en el país. Acompañada del presidente Duque y del ministro Ruiz, la joven enfermera apareció con la mano en el corazón en todos los medios de comunicación nacionales, regionales y locales.

Es apenas natural que un evento de gran trascendencia tenga amplio despliegue y cubrimiento. Mucho más si se trata de la puesta en marcha del plan de vacunación que servirá para salvar la vida de millones de colombianos. En el caso del registro de la vacunación en Sincelejo tenía también el propósito de servir de ejemplo sobre las bondades de la aplicación de la vacuna en un país donde el 40 por ciento de las personas -según encuestas- no está convencida de aplicarse la vacuna. Ese componente pedagógico y persuasivo -que ha sido resaltado por funcionarios del Gobierno- tampoco se puede desconocer.

Pero todo el show que siguió a lo largo y ancho del país con cada nueva dosis aplicada terminó produciendo el efecto contrario al que pretendía el Gobierno, que era la divulgación masiva del inicio del plan de vacunación. Todo en exceso cansa, decían las abuelas.

Las innecesarias cuentas de cobro

“¿Y por qué a Santos no lo criticaron cuando nos metió su paz con las Farc hasta en la sopa?”. Esa fue la cortante respuesta que recibí cuando le pregunté a un senador del Centro Democrático -partido de gobierno- las razones por las cuales habían optado por el despliegue y el cubrimiento excesivo de las primeras jornadas de vacunación en todo el país. Y aunque a Santos también se le criticó duramente el “empalagamiento mediático” de la negociación con las Farc en La Habana, lo cierto es que pretender sacar réditos políticos y electorales de los hechos que deberían ser propósitos nacionales siempre será reprochable.

Ni la paz con las Farc, ni la vacunación masiva contra el coronavirus deben utilizarse con propósitos mezquinos. Aquí no se trata de premiar a los amigos del gobierno de turno, ni tampoco de castigar a sus enemigos. De lo que se trata es de salvar vidas, porque muertos hay de ambos lados. El episodio del Magdalena y Santa Marta resultó ofensivo y grotesco con quienes habitan en todo el departamento y en su capital, no solo con el gobernador Caicedo y la alcaldesa Johnson. ¿Era necesario retar a gobernador y alcaldesa con la presencia del viceministro Diazgranados? ¿Qué pretendían desde Bogotá con ese gesto provocador al enviar a Santa Marta al principal opositor político de quienes gobiernan hoy en el Magdalena y Santa Marta?

No puede haber ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría

Desde que se adoptaron las primeras medidas para hacerle frente a la pandemia del coronavirus en el país, los organismos de control han estado vigilantes sobre el manejo de los recursos. Y está bien que así sea. Cada peso que se pierda o que se roben significa la salvación de una vida humana.

Por cuenta de malos manejos de los recursos públicos hay alcaldes, gobernadores y todo tipo de funcionarios investigados por la Procuraduría, la Contraloría y la Fiscalía. Ahora que ya están las primeras vacunas en el país los organismos de control deben ser mucho más rigurosos en sus indagaciones y pesquisas. El espectáculo brindado por gobiernos de Perú y Argentina, donde políticos amigos de los mandatarios de turno se han beneficiado con las primeras vacunas no se puede presentar en Colombia. Aquí no puede haber ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría a la hora de recibir la vacuna. Punto.

El estricto orden asignado debe respetarse por todos, mucho más por los funcionarios públicos. Tratar de hacer valer supuestos privilegios atenta contra el comportamiento transparente de quienes están para servir a la comunidad y no para servirse de ella. Ese comportamiento abusivo debe ser castigado con máximo rigor. Así que mucho cuidado con pretender establecer “tratamientos VIP” para los amigos y tratamientos “clase económica” para quienes no lo son. Si algo nos ha enseñado el coronavirus es que no distingue ni estatus, ni clase social. A la hora del contagio y de la muerte todos somos iguales.

Ni la vacuna contra un enemigo común logró unirnos

Aunque el comportamiento excesivamente protagónico del Gobierno merece reparos y reproches, sobre todo por el momento de duelo que se vive por cuenta del coronavirus, la actitud asumida por los líderes de la oposición ha sido mezquina y cínica. Ninguno se salva. Sus cálculos son simples: que al Gobierno le vaya mal para que a ellos les vaya bien. ¿Y la suerte de millones de colombianos? La respuesta a esa pregunta poco o nada les importa. Una vez más Colombia está desaprovechando la mejor oportunidad para construir propósitos comunes. Metas que nos unan como nación y nos permitan iniciar una auténtica reconciliación nacional. No lo hizo la paz con las Farc, ni tampoco lo logró la “guerra” contra el coronavirus. El conflicto irracional y la confrontación desmedida parecen ser la constante nacional.

Los llamados a “sumar fuerzas” son cada día más estériles y vacíos por cuenta de la mezquindad de quienes desde sus lugares de privilegio –cualquiera sea la orilla en que se encuentren– no hacen nada distinto a atizar una hoguera que está lejos de extinguirse. Una vez vencido el coronavirus –ojalá sea pronto– deberíamos empezar a buscar la vacuna contra el resentimiento y el odio que nos impide crecer y sacar adelante procesos de reconciliación.

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