En horas de la mañana de este lunes 25 de agosto, en sede de la casa funeraria Abadía La Ascensión, más de 500 personas, entre familiares, allegados, amigos y altos mandos de la Policía Nacional, despidieron al patrullero barranquillero José Daniel Valera Narváez, miembro de la Unidad Antinarcóticos que murió en medio de un atentado terrorista, en Amalfi, Antioquia.
Unidos por la misma vocación, él y sus doce compañeros fueron víctimas de un sangriento ataque ocurrido el pasado jueves 21 de agosto, luego de que un dron bomba explotara contra el fuselaje de uno de los helicópteros en los que viajaban. Todos habían cumplido con la misión de erradicar unos cultivos de coca de forma manual en zona rural del municipio antioqueño.
Los autores de esta terrible masacre fue el frente 36 del Estado Mayor Central (EMC) de las disidencias de las Farc, criminales que, incluso, celebraron entre gritos y euforia el derribo de la aeronave.
Hoy, entre lágrimas y el alma hecha pedazos, Henry Valera Castro, padre de este héroe de la Patria, le narró a EL HERALDO que solo pide a Dios fortaleza para poder continuar con su vida y seguir con el mismo ánimo que su hijo le brindaba desde la lejanía.
Un traslado que nunca llegó
Pese a que su hijo en innumerables ocasiones solicitó el traslado para estar más cerca de su familia y sus amigos, sus plegarias poco fueron escuchadas. Desde hacía dos años el joven de 24 años anhelaba con recibir la noticia de que sería enviado nuevamente a Barranquilla o al menos a una zona de la costa Caribe que no fuese tan distante como para ir de forma breve, pero eso nunca llegó.
“El general me dijo que había que investigar eso. ¿Ya para qué, si el daño está hecho? Mi pelado quería estar cerca, en la costa, en Santa Marta o Cartagena, pero nunca lo escucharon”, relató con impotencia el progenitor.
Un mal presentimiento
Aquella mañana del jueves, el señor Henry trató de llamar a su hijo como lo hacía de costumbre pero los oficios diarios lo ocuparon y la señal era inestable, por lo que tomó la decisión de hacerlo más tarde.
Sin embargo, en medio de su jornada laboral sintió un escalofrío que lo aterró y tuvo un mal augurio por lo que rápidamente se persignó.
“El jueves, mientras trabajaba en la construcción, me cayó una pesadez en el cuerpo, la piel se me puso de gallina, entonces me persigné. Al llegar en la tarde vi a la gente corriendo y pregunté a mi hijo mayor qué pasaba...Fue ahí cuando me contó lo del helicóptero. Caí en shock, me pusieron dos psicólogos ya que no podía creerlo”, relató.
La vocación del patrullero
Cierta vez, mientras padre e hijo charlaban un día sobre la vida, el joven José Daniel le reveló a su padre que sentía un amor por el color verde oliva, característico de la institución armada.
“Desde niño, José sentía afinidad por la Policía, un día me dijo: ‘papi, a mí me gusta el verde oliva’. Pensé que hablaba de política, pero él insistía en que era el verde del uniforme. Un día se presentó solo en la escuela, nos mostró los papeles y empezó su camino. Hizo un año como auxiliar y luego siguió hasta quedar. Siempre estaba convencido de su vocación”, agregó.
Con el pasar de los años, su destino lo llevó a un curso antinarcóticos que lo ubicó en las zonas más difíciles, pero su amor por el uniforme era aún más grande por lo que asumió cada prueba con esmero hasta llegar al pilar de la victoria.
“Primero estuvo en el Putumayo, después en Aguachica, luego en el Tolima y en los últimos dos años en Amalfi. El Putumayo fue uno de los territorios más difíciles porque ahí siempre hubo presencia hostil y en cualquier momento podían salir al combate...Mi Dios siempre lo guardó cuando estuvo allá. Desafortunadamente esta vez no hubo un milagro, algo que salvara a mi pelaíto”, detalló.
El muchacho más querido de Evaristo Sourdis
En el barrio Evaristo Sourdis, localidad Suroccidente de Barranquilla, en su comunidad, José Daniel, también conocido por sus amigos como ‘Jopi’, era querido por todos al demostrar ser un joven servicial.
“Cuando llegaba de visita se metía con los vecinos, jugaba con uno y con otro. Nunca le decían José, sino Hopi. Compartía, se tomaba su cervecita, cuidaba de mí cuando yo me pasaba de tragos. Y adoraba a su abuelita de 83 años. Le decía: ‘usted es la única que me queda’. A ella la noticia la ha golpeado durísimo”.
El sueño de un hijo agradecido
Más que aspiraciones personales, el patrullero José Daniel soñaba con regalarle tranquilidad a sus padres, principalmente una casa a cada uno para que vivieran alejados de las preocupaciones y en un espacio más digno acogedor en el que se sintieran de la mejor forma.
“Su meta era comprarle una casa a la mamá, después a mí. Aunque estoy separado de su madre, nunca abandoné a mis hijos. Él era mi pechichón. El último día que hablamos me dijo: ‘papi, el viernes voy para Barranquilla y el sábado nos encontramos’. Esa fue la última vez que hablé con él, me duele mucho en el alma que esa reunión con mi hijito no se hubiera dado, ese dolor estará conmigo hasta que me muera”, expresó entre lágrimas el padre.
Finalmente, con el corazón encogido, su madre despidió a su hijo diciéndole: “chao mi patrullero hermoso, mi gran héroe, cuídame desde el cielo”.
En las honras fúnebres estuvieron presentes los altos mandos de la institución armada en el Atlántico, el general Edwin Urrego, y el coronel John Harvey Peña Riveros. Los dos oficiales encabezaron el traslado del ataúd hasta el coche fúnebre, el cual se desplazaría hasta el Cementerio Universal, última morada del uniformado.