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El Happy Lora, con el puño levantado tras derrotar a Daniel Zaragoza el 9 de agosto de 1985, en una gesta deportiva memorable. El Heraldo
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La pelea que lo volvió más ‘Happy’

Hoy se cumplen 30 años del combate en el que Miguel Lora Escudero se coronó campeón mundial de boxeo en el peso gallo y dio inicio a un reinado de tres años que lo convirtió en ídolo nacional.

“¡Chiquito!, vamos a amarrarte la mano izquierda atrás… Vas a combatir con una sola… Al zurdo hay que pegarle en el pecho, cuando baje un poco lo vas a encontrar en el mentón. Tírale la derecha en recto… ¡por el centro!”

Su entrenador Amílcar Brusa le daba las órdenes y él obedecía de inmediato. Tenía 24 años, estaba invicto y faltaban pocos días para toparse de frente con su oportunidad de ir por la gloria boxística en Miami, una ciudad en la que ya había combatido y donde se sentía local. Pero Miguel Lora Escudero, el Happy, tenía un temor: nunca había peleado contra un zurdo. Brusa confiaba en su estrategia y se la repetía de día, de noche, en el desayuno, en el almuerzo, en el baño, en el gimnasio. Golpes de derecha al pecho del rival.

“Era la primera vez que me veía con un zurdo y eso me tenía tensionado. Duré casi quince días peleando con una sola mano. La metía en upper, en gancho, a la sombra, al sparring, moviendo la cintura, moviéndome para todos lados”, cuenta el Happy mientras hace la representación en el comedor de su casa, hoy, 30 años después.

“¡Al centro!... ¡Con alguna de esas derechas lo vas a coger!”, gritaba Brusa y su voz retumbaba en las paredes del gimnasio Tropical Park, muy cerca del aeropuerto internacional de Miami.

Ni su legendario entrenador -fallecido en 2011- ni el Happy lo sabían. Nadie, era imposible anticiparlo, pero ese 9 de agosto de 1985 la estrategia saldría perfecta. El joven monteriano sacudiría a un país lleno de problemas y le arrancaría un grito de júbilo frente al televisor al mandar a la lona en tres oportunidades al campeón del peso gallo Daniel el Ratón Zaragoza, la primera de ellas, precisamente, con un brutal upper de derecha en el último minuto del cuarto asalto que le estremeció el mentón. Tal como lo se lo dijo Brusa.

FIESTA NACIONAL
Y entonces hubo fiesta y caravanas y llamadas presidenciales. El Happy Lora se alzó con el fajín de campeón del Consejo Mundial de Boxeo y se coronó como ídolo criollo, luciendo en los periódicos un sombrero vueltiao que hasta entonces era sólo estandarte de los sabaneros y reclamando su lugar en el panteón de las celebridades nacionales. Colombia era -quizá, igual que ahora- una nación aturdida por el narcotráfico y las guerrillas, la pobreza y la inseguridad, que se paralizaba con la telenovela mexicana La fiera y que comenzaba a vivir nuevamente la fiebre del boxeo gracias al chico de Montería, a el Gallo que pica y vuela.

Las sonrisas en el semblante nacional durarían poco: sólo tres meses después ocurrirían el holocausto del Palacio de Justicia y la avalancha de Armero. Pero el 9 de agosto, cuando las tarjetas de los jueces Donate, Castellanos y Filippo marcaron 115-107, 115-110 y 118-107 a favor de Lora, todo fue alborozo en el Tamiami Fairgrounds Auditorium de Miami, en Córdoba y en el resto del país. Y el Happy por fin se pudo ir a comer como Dios manda a un restaurante en el que estuvo hasta las tres de la madrugada reviviendo la pelea con sus allegados, mientras en ese preciso momento Montería vivía la caravana más larga y ruidosa que ha recorrido sus calles en toda la historia.

CASI NO HAY PELEA
El Happy Lora había peleado tres veces en Miami antes del duelo con Zaragoza. Eran combates a 10 asaltos de los cuales salió victorioso. “Yo metía 15 o 20 mil personas allá. Me convertí en un ídolo en esa ciudad”, dice sin sonrojarse. Todavía sin título ni fama mundial se atrevía a mostrar su estilo pícaro y provocador ante los latinos de la Florida. Ya esquivaba golpes con elegancia y finura bajando la guardia, retando a los rivales, apostándole todo a su cintura flexible, y eso lo convirtió en un buen negocio para los empresarios, añade él.

Justamente algunos de esos apoderados quisieron sacar más provecho del que él consideraba justo. Tres días antes de la velada deslizaron sobre la mesa un contrato que el Happy consideraba lesivo para sus intereses. “Se iba a caer la pelea por el título si yo no firmaba. Me reservo algunos nombres de esos managers, ya ha pasado mucho tiempo y no hay nada que hacer”. Dice que no tuvo más remedio que estampar su firma en el papel, subirse al ring y pelear. Se enfrentaría a tres rivales al mismo tiempo: a la oportunidad de asegurar un mejor futuro económico, a su preocupación por pelear con el zurdo Zaragoza y a la impotencia de quedar 'amarrado' a un contrato. Demasiados escollos para un joven pegador hambriento de gloria.

Y así llegó el 9 de agosto de 1985. Cuando se subió al cuadrilátero lo primero que hizo fue buscar rostros conocidos entre el público: ¿cuántos cordobeses lo habían acompañado hasta Miami para apoyarlo?, ¿cuántos amigos de infancia gritarían su nombre en los momentos más duros del combate? Vio a muchos y quedó sorprendido. También divisó a los cubanos, que lo habían acogido como uno de los suyos. Sin duda estaba de local. “Yo me decía: ‘Carajo, si no gano el título, ¿cómo quedo yo delante de toda esa gente?’. A mí lo que más me preocupaba era el respeto por mí mismo… por ser el mejor”.

Y entonces, sonó la campana.

PALABRA DE CAMPEÓN
“No sabía que se cumplían 30 años de la pelea con Lora…”, dice la voz con acento mexicano. Después de una corta pausa, continúa: “Fue un combate en el que sufrí mucho, pero bueno, enhorabuena por él”.

Al otro lado del teléfono está Daniel Zaragoza en su casa de la colonia Letrán Valle, en el Distrito Federal. Acaba de llegar de un gimnasio de su propiedad ubicado en la colonia Coyoacán y un par de minutos antes terminó de comerse su almuerzo. Ahora está sentado con el teléfono en la mano. Se escucha un carraspeo de garganta y de inmediato se pone a la orden con abnegación y tono servicial, a pesar de que sabe que recibirá una andanada de preguntas sobre la noche en la que perdió su título mundial del peso gallo. Una jornada aciaga para él, cruel, amarga, que tal vez no quisiera recordar jamás, durante la cual encajó golpes tan demoledores que perdió la noción del tiempo, como me lo confesará después.

Zaragoza es la otra cara de la moneda que conoció Colombia ese 9 de agosto de 1985. Sólo tenía tres meses de haber conseguido su título. Con el temple que caracteriza a los mexicanos se subió esa noche al ring a pesar de que revela haber tenido problemas para dar el peso. Además, dice, Miami es muy caluroso, y eso terminó afectándolo. Cuenta todo aquello excusándose, con respeto, como si no quisiera empañar la victoria de su contendor colombiano. “No comí casi quince días para poder marcar la división y no perder el título en la báscula. No quiero demeritar el triunfo de el Happy Lora, pero llegué muy debilitado, tanto es así que jamás había caído a la lona. En ocasión caí y perdí el conocimiento en cuatro o cinco asaltos”.

En sus palabras, Zaragoza menciona la juventud de Lora, su buena técnica y condición de invicto, pero sólo hasta que lo interrogo por el derechazo del cuarto asalto que tanto ensayó el Happy peleando con la mano izquierda amarrada atrás por orden perentoria del entrenador Amilcar Brusa, el mexicano baja la velocidad de sus palabras y comienza a narrar frase por frase los momentos más difíciles de toda su carrera:

Ese golpe es el único en 20 años de carrera profesional que me desconectó. Caí a la lona y desperté en el noveno round, por ahí en el segundo minuto. Al tener conciencia de que estaba peleando miré a mi rival y no lo conocía. Sabía que estaba peleando porque tenía guantes y toda mi indumentaria y estaba en un Arena, pero no sabía quién era el que estaba parado enfrente. Fui al descanso y con el agua que me dieron para salir al décimo asalto caí en cuenta de dónde estaba: peleando con el colombiano, etc., etc. Traté de enderezar el rumbo en el 10, 11 y 12, los mejores rounds para mí de acuerdo a como iba la pelea, pero ya estaba perdida...

Video cortesía Colectivo Pimentón Rojo:

GOLPE TRIUNFAL
El Happy Lora se emociona, salta de la silla del comedor y tira uno, dos golpes. Está viviendo nuevamente la pelea, se siente otra vez en el Tamiami Fairgrounds Auditorium, pero no es así, estamos en la sala de su nueva casa del barrio Villa Campestre, en Montería. “Yo comencé a moverme y en una derecha le apunté aquí -señala su pecho-, entonces él bajó un poco y lo tumbé. ¡Sentí que le pegué duro, duro, duro!, que le di con el brazo, el hombro, el cuerpo. Lo digo después de 30 años: si yo no le doy ese golpe con la derecha, Zaragoza me gana”.

El árbitro contó hasta 8 y, Zaragoza, obstinado, siguió en pie con mirada de zombie y movimientos sin sentido. Literalmente, lo salvó la campana. En el quinto asalto el castigo fue peor, esta vez por una combinación de izquierdas y derechas volvió a besar la lona en dos oportunidades. El público ya no se volvería a sentar. Montería acariciaba la dicha de tener al nuevo campeón mundial de boxeo. Colombia contaba los rounds para el final del combate. Si Zaragoza no tenía un golpe de suerte que derribara fulminantemente a el Happy, el hijo de doña Mercedes sería el nuevo monarca de las 118 libras.

Eugenio Baena, locutor cartagenero que presenció el combate, vibraba al borde del cuadrilátero y, poseído por una euforia anticipada, quiso subirse al tinglado de un salto. “¡Traté de montarme en el ring!, pero la autoridad me bajó porque la pelea no se había acabado. Ya veíamos que Colombia iba a tener un nuevo campeón mundial, todos estábamos emocionados”, rememora Baena.

Marcando puntos y evitando el intercambio de golpes, el Happy mantuvo la superioridad. Zaragoza dio muestras de valentía manteniéndose en pie, pero su suerte estaba sellada. En ese instante, en Montería, el conductor de bus intermunicipal José Garcés Ramírez, fanático de su paisano boxeador, moría de un infarto frente al televisor y a su esposa Alicia Gutiérrez. Su corazón no resistió la emoción y ni siquiera alcanzó a escuchar la decisión.

Se leyeron las tarjetas de los jueces y se hizo la alegría. Sonó el porro ‘María Barilla’. Los cordobeses presentes lanzaron a la lona los sombreros vueltiaos que habían llevado, tal como los aficionados a la tauromaquia arrojan al ruedo las monteras cuando los toreros han brindado una faena sublime. Como la de el Happy. “Imagínate, a uno le cambia totalmente la vida, mi hermano. El futuro. En ese instante se me vino mi mamá a la cabeza, mi familia, mi esposa, mi hija, mis hermanos. ¡Y en esa época!, que era más difícil ser campeón”, confiesa el ídolo monteriano.

LA ERA DE HAPPY
Don King, aquel promotor boxístico que controló ese deporte a su antojo durante dos décadas, tenía tres joyas en su organización: Mike Tyson, en los pesados; y Julio César Chávez y el Happy Lora, en los gallos, cuenta el periodista Fausto Pérez Villarreal, conocedor de la vida del púgil de Montería. “Con él se partió en dos la era del boxeo en Colombia. Se convirtió en la gran vedette nacional por su carisma y estilo sobre el ring: dar y no dejarse pegar”. Según Pérez, el entrenador Amilcar Brusa le confió en una oportunidad que los tres mejores pegadores que tuvo el honor de manejar fueron el legendario argentino Carlos Monzón, el venezolano Antonio Esparragoza y el colombiano Happy Lora.

El resonante triunfo del 9 de agosto fue un bálsamo después de cinco años de derrotas del boxeo colombiano. Lo púgiles criollos venían perdiendo combate tras combate: Prudencio Cardona ante Santos Laciar, Mario Miranda contra Juan Laporte, Felipe Orozco con Jaime Garza, Víctor Sierra frente a Francisco Quiroz y nada más ni nada menos que el fin de la era Pambelé a manos de Aaron Pryor. Los ochenta habían sido amargos hasta que le tocó el turno a Lora.

Y todo comenzó con aquella pelea contra Zaragoza. Después de la victoria y del regreso a Bogotá llegó la invitación al Palacio de Nariño del presidente de la República Belisario Betancur para la consabida foto y el brindis por el nuevo héroe. “El presidente me envió a Montería en el avión presidencial y le dijo a los pilotos que dieran dos o tres vueltas sobre Montería antes de aterrizar. Fue una locura, la gente corría por las calles, eso no se ha vuelto a repetir. Me acuerdo de que nos tomamos unas copitas de champaña en el vuelo”, rememora.

Lora hizo siete defensas exitosas en tres años siendo el referente del deporte colombiano de finales de los ochenta. Sus peleas reunían al país frente al televisor e inspiraron a una generación de jóvenes boxeadores, como Mauricio Pastrana, Harold Grey, Irene Mambaco Pacheco y José Sanjuanelo, entre otros, quienes se pusieron los guantes tratando de emular las gestas de el Happy. El 29 de octubre de 1988 perdió el cinturón ante el mexicano Raúl el Jíbaro Pérez en Las Vegas, Nevada. Intentó dos veces volver al trono en 1991 y 1993, pero cayó por nocáut contra Gaby Cañizares y por decisión unánime ante Rafael Del Valle, respectivamente.

GENIO Y FIGURA
Cuando el Happy sale a la calle es imposible no notarlo. Hasta los niños que no habían nacido cuando derrotó a Zaragoza conocen sus gestas y lo paran en la calle. Tiene sus negocios particulares y vive cómodamente junto a su esposa Piedad y tres hijos -dos mujeres y un joven-. Lo buscan insistentemente los políticos rogando un apoyo, una foto con él, que los acompañe a un barrio para que la gente los conozca. “En todas las elecciones me proponen que me lance al concejo, a la asamblea, a la alcaldía, a la gobernación... -se queda callado y piensa un rato- Eso hay que pensarlo bien. Sería una de las peleas más duras que pueda haber en la vida. Eso es como pelear con Mike Tyson”, dice, y suelta una carcajada.

Ahora está orgulloso de ser amigo del presidente Juan Manuel Santos. Dice que quiso regalarle uno de sus cinturones de campeón, pero el primer mandatario no aceptó el ofrecimiento. Se le nota acostumbrado a codearse con jefes de Estado y demás personalidades. Quizá lo aprendió cuando incursionó en dos telenovelas, un reality y en el vallenato.

PUÑOS Y CORAZÓN
Daniel Zaragoza corre por las mañanas. Esa es su rutina. A la una de la tarde trabaja con boxeadores, son pocos, aclara, pero uno de ellos va invicto tras seis peleas profesionales y tiene posibilidades de ir a los Juegos Olímpicos de Brasil. De cuatro de la tarde a nueve de la noche entrena a personas en la disciplina fitness enfocada al boxeo. Dice que su vida es tranquila, tiene tres hijos y tres nietos.

“Después de la pelea con Lora subí a súper gallo y fui tres veces campeón mundial. Sólo me noqueó Paul Banke y Erick el Terrible Morales. Estaba esperando a Miguel en súper gallo, le tenía la cama lista”, anota. Acto seguido reconoce que ni Banke ni Morales le hicieron perder la conciencia por un golpe como lo hizo el Happy hace 30 años

El destino, que une caprichosamente a dos boxeadores en un ring una noche cualquiera para divertir a multitudes, podría volver a enfrentar a el Happy y a Zaragoza si se concreta un anhelo del cordobés. Esta vez no sería para ganar dinero sino para donarlo a quien lo necesita: José Carmona, el boxeador cartagenero que perdió sus capacidades motoras por un coágulo cerebral producto de los golpes que le propinó Jorge el Travieso Arce en el combate del 16 de noviembre del año pasado. La idea es hacer una pelea de exhibición cuya taquilla sirva, además, para ayudar a pegadores monterianos retirados que viven difíciles momentos económicos. Eso es lo que quiere el Happy.

¿Se verán las caras otra vez? Se lo pregunto a Zaragoza y responde como lo haría un boxeador de raza, de esos que siempre están dispuestos a subirse a un cuadrilátero: “Me encuentro en condiciones óptimas con un peso de 66 kilos y sería cosa de saber fecha del evento”.

El Happy Lora y Daniel Zaragoza, 30 años después, dejan en claro que están hechos de coraje y corazón.

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