Todos los titulares del pasado domingo, por horribles que fueran, resultan útiles porque ayudan a entender la vesanía y el carácter demencial de la sociedad colombiana: “Un joven disparó contra Miguel Uribe Turbay”.
Quizá la palabra “joven” sea un tanto impropia en aquella frase, quizás contamine más de lo necesario la oración con una suerte de beneplácito atenuante sólo por el hecho de que la conducta fue cometida por un menor de edad.
Colombia me duele como una punzada en el costado, pues desde antaño esta nación no ha sido más que un incendio que aún no cesa, una herida abierta suturada a medias, ¿cuándo sanará por completo este traumatismo? ¿El demonio hambriento de la violencia jamás dejará en paz nuestra patria? Espero que sí, pero me temo que a lo mejor esa ilusa y optimista esperanza sea más lenta que mis años, y que a lo mejor el sueño de nuestros padres de “entregar una Colombia mejor” no llegue a materializarse jamás.
¿Quién quiso matar a Miguel Uribe, político ejemplar de una derecha más bien moderada y tolerante? No me lo puedo explicar aún. Al ver una y otra vez los videos del cobarde y vil atentado, con una expresión de amargura y rabia, me sorprendo al notar las cosas un poco más concretas, un tanto menos “demenciales”, pero no por eso menos horrorosas: tristemente, en no pocas ocasiones la pluma que escribe nuestra historia ha sido de plomo. Gaitán, Galán, Antequera, Álvaro Gómez. Todos son ejemplos de cómo una sola bala puede cambiar el curso de millones. ¿Hasta cuándo? Basta entonces ya de livianezas, hacen falta actos enérgicos; ya no hay más espacio para la retórica ni palabras bonitas, hacen falta hechos.
Los titulares, por horribles que fueron, son y seguirán siendo los mismos si seguimos así.
Andrés C. Palacio
@andresss_palacio