—No, no... de aquí no cedo más —dijo el hombre canoso—. Si usted dice que nadie va a salir perjudicado esta es mi última oferta. Hasta aquí llego.
—Pero es que usted no puede pretender que arreglemos así —le contestó el otro—. Si las cosas son así no podemos conciliar, yo necesito que usted me responda por todo.
En la sala de audiencias había tensión, esparcida entre los presentes como una nube oscura y de desamparo. Después de una hora de tira y afloja y de posibles acuerdos, las partes no lograban conciliar, por lo que —incluso— la juez de paz ya había cerrado el expediente.
—Ya acá no queda mucho que hacer —dijo la juez con resignación—. Si no logran llegar a un acuerdo ya tendrán que acudir a una Inspección de Policía o a otra instancia. Eso sí, les recuerdo, ese papeleo es largo y el camino extenuante.
Los dos hombres, sentados uno en frente del otro, se miraron a los ojos una última vez. Fernando, canoso y medio calvo, y Pedro, pelinegro y un poco más joven, entendieron quizás que conciliar era la única forma, aunque tuvieran que ceder en sus pretensiones.
Tres años atrás, en una de esas tardes calurosas de Barranquilla, la hija de Fernando, Camila, una joven simpática y jovial, había vendido finalmente la camioneta vieja que su papá había sacado a su nombre. El cacharrito, avaluado en $7 millones, le había traído ya suficientes problemas a ella y a su mamá, separada hace un tiempo de su padre.
El vehículo, una camioneta Saic Wuling de carga, como las que usan las empresas de energía eléctrica, fue adquirido por una señora y su esposo, quienes prometieron diligenciar ellos mismos los 'tortuosos' trámites del traspaso del vehículo, necesario para erradicar de una vez por todas las sombras del viejo carro de sus vidas.
Así pasaron los meses, cuando por cuestiones de la vida se enteraron que el esposo de la compradora le había cedido el carro, de manera gratuita, a un tal Pedro, supuestamente un hermano de su iglesia cristiana. Este hombre, el nuevo amo y señor del vehículo, lo mantuvo guardado unos meses hasta que decidió ponerlo a trabajar. Eso sí, sin tener conocimiento de todos los trámites pendientes.
Cuando llegó a la casa el primer comparendo a nombre de Camila, propietaria en el papel del vehículo, su padre, furioso, fue a reclamarle a la compradora y a su esposo, quienes le contaron que habían cedido el vehículo. No lo tenían en su dominio, por lo que se desentendieron de los compromisos pendientes.