Tributo a los héroes de la pandemia
EL HERALDO exalta la memoria de los 18 profesionales de la salud que han muerto en B/quilla y el Atlántico por Covid. Son los nuevos héroes de la patria.
El 20 de julio de 1810, un viernes de mercado en Santa Fe, un grupo de criollos inició el levantamiento para acabar con el yugo de la corona española, una rebelión que concluyó con éxito nueve años más tarde en el cruce del rio Teatinos con la conocida confrontación de la Batalla de Boyacá. Aquellos hombres, con los bríos por las nubes y sin importar que la capacidad militar de sus rivales fuera aparentemente superior, se convirtieron en los primeros héroes nacionales al salir airosos de una batalla que, a priori, lucía muy desbalanceada.
Hoy, 210 años después de esa gesta, se libra quizá una de las más inesperadas, alarmantes, crudas y complejas batallas en el país. En esta ocasión, las armas no son espadas, fusiles, carabinas de carga o bayonetas, sino un enemigo invisible, con alta capacidad para hacer daño, que penetra el cuerpo sin ser detectado y que, en los peores casos, acaba internamente la vida de las personas o que las somete a una agonía en la cual ahoga, por algunos días, sus palabras y las hace pensar en lo peor.
Vestidos de blanco, con máscaras, guantes, trajes anti fluidos, tapabocas y otros accesorios que los hacen parecer una tropa de astronautas, un batallón de médicos y sus respectivos aliados pertenecientes a los distintos cuerpos de salud locales le hace frente, en la primera línea de la contienda, al enemigo que tiene paralizado al mundo en la actualidad.
Ellos, con eternas jornadas de trabajo y, a veces con críticas y amenazas de las mismas personas que defienden, se las han ingeniado para salvaguardar la vida humana de un enemigo sin precedente para el cual nadie estaba preparado.
Esta ‘guerra’, como casi todas, ha acabado con algunos de ellos, héroes sin capa, pero con bata, que tienen como objetivo ser el escudo del mundo ante el nuevo coronavirus.
Según el reporte del INS, en el país 3.655 trabajadores de la salud se han contagiado con el virus –357 en Atlántico–, 2.803 de ellos en desarrollo de su labor. 31 de estos profesionales han perdido la vida, 18 de ellos en nuestro departamento.
EL HERALDO, en el día que se conmemora la Independencia de Colombia, le rinde un homenaje a los profesionales de la salud de Barranquilla y el Atlántico que han fallecido por la COVID-19.
Los profesionales de la salud, héroes de Colombia en la pandemia
Estos son los valientes que han dado su vida salvando a otros durante la pandemia, en la primera línea de la batalla contra la COVID.
Nereida Rolong era uno de esos profesionales de la salud que luchan a diario para acabar con los males que padecen los más pequeños. Su labor era noble y calificada. En los pabellones de la UCI pediátrica y UCI cardiopedriática de la Clínica General del Norte solo se escuchan buenos y melancólicos conceptos de una mujer que, además de sus virtudes profesionales, era conocida por su don de gente, por sus grandes capacidades para ayudar a quien lo necesitara y por ser el faro de sus amigos cuando no encontraban un ‘puerto’ seguro en sus vidas.
Rolong, quien murió luego de luchar varios días contra el virus que tiene en jaque al mundo, dejó un legado inquebrantable en sus pacientes, amigos más cercanos y su familia, que han dejado claro durante todos estos días que era una persona ejemplar.
“No tengo palabras para expresar lo que siento. Mi bella amiga y comadre, esa persona incondicional, noble, la que siempre estaba para un consejo y también un regaño. Un ángel en el cielo, que aquí en la tierra vamos a extrañar”, fue el mensaje de despedida de una de sus allegadas.
“Muy duro y sólo le pido a Dios que la tenga en su Santo Reino. Fuiste y seguirás siendo esa persona especial en nuestras vidas y en nuestro corazón. La verdad te extrañaré mucho, pero mucho”, expuso una de sus colegas.
Días atrás de la muerte (18 de julio) de Rolong, se registró el deceso de Kelly Carcamo Salas, enfermera que también se dedicaba al cuidado de pacientes en la UCI pediátrica.
El médico general Andrés Roberto Acevedo, de 58 años de edad, era un tipo dedicado a su profesión. Las largas y agotadoras jornadas de trabajo poco le importaban pues, como manifestó su esposa, salvar la vida de otras personas era uno de sus principales objetivos.
Acevedo, de nacionalidad costarricense y quien llevaba 17 años radicado en Barranquilla, falleció el pasado 2 de julio luego de una intensa batalla contra el nuevo coronavirus, una agonía que padeció durante 10 días en la unidad de cuidados intensivos de la Clínica del Prado.
El galeno perdió la batalla con la enfermedad que tiene al mundo en una verdadera crisis sanitaria debido a complicaciones a raíz de su obesidad y unos problemas renales que aquejaba hace un tiempo.
“Él venía presentando una tos, pero decía que era algo normal, hasta el domingo 21 que sus compañeros de trabajo lo vieron muy mal porque se le subió la fiebre y le hicieron placas de tórax”, explicó Gladys López, su esposa.
Tras la gravedad de sus síntomas, Acevedo fue estabilizado en su lugar de trabajo, pero luego vivió horas críticas al no poder ser ingresado a varias clínicas de la ciudad debido a que no contaban con camas de cuidados intensivos.
Tras su odisea, el médico fue internado en la Clínica del Prado, donde dio el último suspiro sobre las 7:35 p.m. del jueves 2 de julio.
“Fue incansable para trabajar y demasiado responsable. Lo pude ver algunos días por videollamada; ahora me encuentro a la espera de que me entreguen el cuerpo”, expresó en su momento su pareja.
La COVID-19 propinó uno de sus más crueles golpes a los profesionales de la salud el pasado 11 de julio, luego de acabar con la vida de Catalina Londoño De la Hoz, una joven de 22 años de edad, madre de una menor de 2 años y medio, y quien se encontraba en estado de embarazo con 22 semanas de gestación.
La fisioterapeuta, egresada de la Universidad Simón Bolívar, empezó a temer lo peor con el pasar de los días de la pandemia y, a través de sus redes sociales, advertía constantemente a las personas que cumplieran con las recomendaciones sanitarias para evitar un colapso del sistema de salud.
“Ya no hay camas, se viene lo peor gente…”. “Les deseo suerte a los que decían que era mentira... Sálvese quien pueda, o que los salven sus teorías conspirativas”, advertía la joven, una cruda realidad de la que no pudo escapar luego de contagiarse en la Clínica de la Costa, lugar donde laboraba.
Tras ser alcanzada por el nuevo coronavirus, la familia de la fisioterapeuta lideró una campaña para conseguir muestras de sangre para la profesional de la salud, una iniciativa que tuvo éxito al conseguir 21 pintas, pero que lastimosamente no fue suficiente para mantenerla con vida.
“Es lamentable esta pérdida para la sociedad”, dijo en su momento Fernando Londoño, padre de la joven.
Por su parte, amigos y colegas de la joven fisioterapeuta la recuerdan como una mujer ejemplar, dedicada a su profesión y que luchó por el bienestar de muchas personas en medio de una situación tan delicada como la actual.
Roberto Ángulo Arévalo era conocido por ser un médico minucioso y que no escatimaba en tiempo al momento de atender a un paciente. No permitía que se fueran de su consultorio sin tener claridad de todo el proceso y, si era de explicar con dibujos en un papel, lo hacía con el mayor de los gustos con tal de que las personas entendieran qué estaba pasando con su cuerpo.
Ángulo Arévalo, quien era reconocido en Puerto Colombia, donde vivía, tenía un don de gente excepcional, según cuentan sus allegados. Era altamente profesional y entregado a su servicio y durante esta pandemia, a pesar de tener algunas comorbilidades, decidió estar al pie del cañón en la lucha para acabar con el coronavirus.
“El principal legado que ha dejado mi padre es el servicio a la comunidad, a la salud del pueblo. Mi padre siempre fue dado a atender a todos sin importar el dinero. Él no utilizaba medicamentos genéricos, sino comerciales. En la calle se escuchaba que las medicaciones de mi padre eran muy buenas. Ayudaba a la gente en todo lo que podía”, cuenta Roberto, su hijo.
El doctor Roberto no soportaba ver a una persona en mal estado. Invitaba a los habitantes de calle a tomar café cuando pasaban por su casa y, además, también ayudaba a las mujeres que vendían verduras cuando las veía con problemas económicos.
Su vida se apagó tras un paro cardiorrespiratorio tras luchar varios días contra el nuevo coronavirus, pero todo lo que hizo en vida permanece firme, según sus colegas y pacientes, quienes no dudan en tildarlo como un médico entregado al pueblo.
Para evitar que su hogar quedara sin el suficiente músculo monetario en plena pandemia, Marilin Pérez decidió ocultar en su lugar de trabajo que padecía de diabetes. Lo hizo debido a que su esposo, Alberto Hernández, había quedado en el ‘aire’ luego de que su contrato laboral fuera suspendido por la empresa a la que pertenecía. La mujer, de 50 años, no quería que en su casa escaseara un plato de comida, por eso no informó a sus superiores para no ser incluida en el personal de la institución al que le se iba a recomendar no entrar en las instalaciones mientras durara la pandemia, debido a algunos factores como la edad y comorbilidades de alto riesgo.
Marilin, quien trabajaba hace muchos años como auxiliar de enfermería del Hospital Materno Infantil de Soledad, siguió brindando toda su ayuda a quien lo necesitara en el centro de salud, una labor por la que siempre fue altamente calificada, pero con el pasar de las semanas se contagió del nuevo coronavirus en el centro asistencial y, a los pocos días, su cuerpo empezó a sufrir los estragos de la COVID-19.
“A ella la iban a sacar de la clínica, pero ella dijo allá que no era diabética para seguir trabajando y que no quedáramos los dos varados en la casa y echarse todo al hombro. Ella me dijo que de esta salíamos pronto. Me dijo que no me preocupara, que ella me iba a ayudar. Que le servía más vivo que muerto. Me decía que me parara de la cama, que me animara”, contó su esposo, Alberto Hernández. Marilin no paró de trabajar y siguió sosteniendo su casa con un tesón admirable, pero los efectos del coronavirus hicieron efecto y adquirió una neumonía, por lo que fue internada en la Clínica del Prado, donde inicialmente lograron evitar que sufriera un coma diabético, pero tras 10 días de luchar contra la enfermedad y, a pesar de dar negativo en una segunda prueba por Covid-19, perdió la vida. Familiares, amigos y colegas recuerdan a Marilin por ser una persona entregada su profesión y por sus constantes dones para hacer sentir mejor a las personas.