Un papel protagónico vienen desempeñando las mujeres en la sociedad atlanticense. Con su tesón y entrega han empezado a cambiar el esquema social y a romper con la denominada brecha de género.
En la antesala del foro ‘El poder de la mujer: liderazgo, justicia y creación’ (registrarse aquí), que se cumplirá el próximo 12 de marzo en el Salón Jumbo del Country Club, EL HERALDO presenta –desde hoy– la historia de varias mujeres que, con su trabajo, aportan al desarrollo de los municipios del Atlántico.
Tal es el caso de Luz Marina Cogollo, una víctima de desplazamiento forzado que a través de su amor a la culinaria ha logrado sacar adelante a su familia con su restaurante Fogón Mokaná.
La historia de Luz Marina y la cocina comenzó a los 10 años de edad, cuando su madre la mandaba a preparar el arroz para ella, sus nueve hermanos y sus padres.
'Cuando mi mamá me mandaba a hacer el arroz no me decía si llevaba sal o ajo. Solo me decía que tenía que hacerlo', recuerda.
Su vida tuvo un cambio radical en 1980 debido a que la guerrilla invadió sus tierras, convirtiéndolos en desplazados. Ocho años después, cuando ya tenía dos hijos, volvió a ser víctima de desplazamiento forzado por grupos al margen de la ley.
'En 1995 fui víctima de un nuevo desplazamiento. Fue el momento en que nos mudamos hasta Montería', dice la mujer.
La decisión de emigrar hasta la capital de Córdoba para evitar más afectaciones por la guerra fue de su padre. Sin embargo, ella decidió mudarse hasta Barranquilla, en búsqueda de nuevas oportunidades. En la ‘Arenosa’ estuvo por siete años, trabajando en una casa de familia y en un almacén de electrodomésticos.
Además conoció a Saúl García, quien poco después se convirtió en su esposo. Junto con él estableció su hogar en el municipio de Piojó y tuvo tres hijos más.
En este municipio, el impulso de salir adelante la llevó a emprender con una venta de sopa en la vivienda de una allegada.
'Hacía una olla grande de sopa y se acababa en un momentico. Poco a poco fui ahorrando y empecé a vender arroces y carnes. Preparaba un solo tipo de almuerzo en el día y lo vendía', rememora.
Unos años después pudo tecnificar su conocimiento en culinaria. Por medio de varios diplomados de la Gobernación del Atlántico pudo conocer sobre otros tipos de cocina y le ayudó a variar los menús para sus comensales.
Así fue ganando renombre entre los piojoneros y visitantes, quienes resaltan su sazón y el buen servicio en su restaurante.
'La cocina se lleva con amor porque uno puede saber cocinar, pero si no le tienes amor al oficio nada te queda bien', asegura al ser consultada sobre la clave de su éxito.
Y aunque no ha vuelto a los terrenos que le pertenecieron a su familia, ni han solicitado el proceso de restitución de tierras por temor de volver a ser víctimas de la violencia, asegura que es feliz cada vez que va a Urabá a visitar a su madre, quien después de un tiempo volvió con uno de sus hermanos.
'No está bien que lo saquen a uno de su tierra, donde tiene todo, que lo separen de sus familiares', afirma.
Cada mañana se levanta a las 4:00 a.m. para hacer las compras y empezar su maratónica jornada de trabajo. Para ella, la violencia se ha convertido en un tema del pasado y continúa trabajando para demostrarles a sus hijos que, pese a las adversidades, se pueden cumplir los sueños.





















