En diciembre las reuniones se multiplican y la comida ocupa el centro de casi todos los encuentros, razón por la que muchas personas empiezan a sentir culpa por lo que comen. Aparecen frases como “en enero empiezo” o “después me cuido”, como si disfrutar una cena especial fuera una falta que debe corregirse.
Frente a esa idea, la nutricionista Diana de la Ossa invita a cambiar la forma de mirar la alimentación durante las fiestas. Para la especialista, comer sin culpa no significa comer sin control. Tampoco es olvidar el equilibrio o dejar de cuidarse.
Se trata, más bien, de entender la comida como una parte del bienestar y no como un motivo de castigo. “La alimentación hace parte del autocuidado, no de un juicio permanente”, explica.
La cena de Navidad o de fin de año, lejos de ser un “pecado nutricional”, puede ser una comida bastante completa. “Suelen incluir una fuente de proteína, algún tipo de verdura y una guarnición casera como arroz o puré”.
Además, pasadas las celebraciones, cuando las mesas vuelven a la normalidad y el calendario retoma su ritmo habitual, muchas personas sienten la urgencia de “compensar” lo comido en esta época.
Aparecen los planes estrictos, las promesas de lunes, las dietas relámpago y el afán por borrar cualquier rastro de disfrute. Para la nutricionista dietista Maisun Dahrouj, ese camino puede resultar contraproducente.
La especialista advierte que ser extremista y romper con las tradiciones no es lo ideal. El error, dice, está en creer que después de unos días distintos el cuerpo necesita castigo.
Por el contrario, la mejor estrategia es dejar atrás los excesos y retomar la rutina normal, sin ayunos prolongados, sin dietas “detox” y sin planes alimentarios demasiado restrictivos o saltarse comidas.
“Hay que priorizar alimentos básicos y accesibles como proteínas magras, abundantes vegetales, mayor consumo de fibra, buena hidratación y menos sedentarismo. Un poco de ejercicio o una caminata diaria es suficiente”, advirtió.
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Uno de los errores más frecuentes que observa en consulta ocurre justo después de las fiestas. “Empiezan el lunes con dietas muy hipocalóricas, muy restrictivas, hacen ayunos prolongados o las famosas dietas detox de uno a siete días basadas solo en líquidos y eso no está bien”.
El descanso es crucial
Para Dahrouj, dormir bien es una pieza clave del autocuidado, especialmente en esta época del año. La especialista señala que un buen descanso, profundo y de calidad, es fundamental para regular los niveles hormonales.
“La agredina y la leptina que se alteran al no dormir, al no descansar bien y dormir poco aumentan nuestro apetito, nuestros antojos, especialmente por azúcares, entonces es muy importante volver a los horarios regulares de sueño y es muy clave en estas fiestas”.
Durante esta temporada los horarios de sueño suelen romperse. Las reuniones se alargan, las noches se hacen más cortas y el descanso pasa a un segundo plano. Sin embargo, el organismo no se adapta con la misma facilidad a estos cambios. Por eso, la nutricionista insiste en la importancia de volver a horarios regulares de sueño, incluso en medio de las celebraciones.
La razón de los excesos
Pero, ¿por qué comer tanto en estas fechas? La respuesta está en una herencia simbólica mucho más antigua, que conecta el calendario, el cuerpo y la idea misma de celebración.
El antropólogo Rafael Gassón explica que esta relación tiene raíces en la historia. “Tiene que ver con la asociación del 25 de diciembre con el solsticio de invierno y las celebraciones romanas a Zeus, el Sol Invicto, que los cristianos asociaron luego a Jesús, y a las Saturnalias, fiestas en honor a Saturno que se celebraban en la misma época”, señala.
En la antigua Roma, las Saturnalias marcaban un tiempo de suspensión de las reglas. Durante varios días se comía en abundancia, se bebía, se intercambiaban regalos y se invertían los roles sociales. La comida era símbolo de prosperidad, de cierre de ciclo y de esperanza frente a un nuevo comienzo. Con el paso del tiempo, muchas de esas prácticas se transformaron, pero no desaparecieron, ya que se integraron a celebraciones posteriores, entre ellas la Navidad cristiana.
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Para Gassón, diciembre sigue funcionando como un espacio liminal, un concepto clave en la antropología que define los momentos de tránsito, aquellos que no pertenecen del todo a un tiempo ni a otro. “Marca el fin de un ciclo y el comienzo de otro”.
Esa ruptura también se expresa en la forma de comer. Las fiestas, especialmente las más antiguas, tienen un componente de transgresión. Comer más de lo habitual, repetir un plato, alargar la sobremesa o permitir alimentos que durante el resto del año se restringen, hace parte de ese permiso. Así que en estos días, escuchar al cuerpo es la clave.


