El Caribe tiene voces que no se callan ni con el tiempo. Algunas cambian, otras se diluyen y unas cuantas quedan resonando como si fueran parte del aire caliente que sube del Sinú. Entre esas voces está la de David Sánchez Juliao, ‘El brujo de la palabra’, quien este lunes 24 de noviembre cumpliría 80 años. Y aunque murió en 2011, su presencia se mantiene intacta en un país que sigue reconociéndose en los cuentos, personajes, acentos y dilemas que él puso sobre la mesa con la naturalidad del que narra desde casa.
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Su vida empezó en Lorica, en un Caribe marcado por cruces culturales que él supo leer como pocos. Su obra no salió solamente de la observación, sino del oído, del habla cotidiana de un territorio donde conviven historias indígenas, negras, árabes y campesinas. Un territorio que él convirtió en literatura-casete, un género que se inventó sin proponérselo y que lo volvió un referente continental al grabar sus cuentos con su propia voz, para que la cadencia, el humor y el dramatismo se conservaran tal cual él los pensaba.
En esas grabaciones quedaron piezas que hoy son parte del imaginario popular. El Flecha, Cachaco, paloma y gato, Abraham al humor, El Pachanga. Historias en las que caben el chiste rápido y la tragedia silenciosa, y que son, como decía él mismo, retrato de una mezcla real. “Una mezcla de blanco, indio, negro, árabe, comemos arroz con tahini, quibbe con bocachico y tabule con maíz”.
Memoria cuidada
A ocho décadas de su nacimiento, buena parte de esa memoria está siendo cuidada por su familia. Su hija, Paloma Sánchez, al recordar a su padre lo primero que se le viene a la mente es “su voz”, no su obra ni sus premios sino ese acento loriquero. Esa es la brújula que, dice, intenta preservar, una presencia que acompaña y que sigue orientando lecturas, trabajos y homenajes.
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El archivo del escritor, compuesto por manuscritos, grabaciones, cuadernos, cartas y material de investigación, está hoy salvaguardado por el Banco de la República, custodiado por la Biblioteca Luis Ángel Arango y próximo a abrirse al público en Montería. Fue un proceso largo, casi artesanal.
“Hace algunos años, junto con mi mamá, Carmen, lo clasificamos. Fue como volver a entrar en su cabeza”, recuerda Paloma. Ese trabajo permitió que hoy exista un acervo organizado y con futuro investigativo, además del material que sirvió para construir el documental Nadie es profeta en Lorica, actualmente en posproducción.
Paloma cuenta que lo más complejo ha sido sostener el equilibrio entre el amor y la responsabilidad. La herencia literaria en Colombia suele quedar en manos de las familias, no de grandes estructuras estatales. Y eso implica años de ordenar, digitalizar, tocar puertas, proteger derechos y, sobre todo, mantener viva la conversación. “Quizás lo más difícil es que el legado no se vuelva nostalgia, sino futuro. Convertir todo lo que él dejó en proyectos vivos, accesibles y relevantes para nuevas generaciones”.
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La conmemoración
Este aniversario número 80 llega con una agenda que sigue expandiéndose. Este lunes se presenta en Montería el libro inédito Camino al bosque, que se entregará como dotación a las bibliotecas del departamento de Córdoba, una manera de celebrar su natalicio llevando nuevos textos a nuevos lectores. También se alista la apertura oficial de su archivo literario. Todo esto, dice Paloma, será el inicio de un año entero de memoria activa.
“A mí no deja de sorprenderme la vigencia de su obra. Aunque fue escrita entre los años setenta y los dos mil, sigue dialogando con el presente como si hubiera sido publicada ayer”, dice Paloma y agrega una de las frases célebres de su padre: “Uno solo puede ser feliz siendo lo que uno es”. Un mensaje que, leído hoy, se siente más urgente y más necesario.
A 80 años de su nacimiento, la voz de Sánchez Juliao no suena a recuerdo, sino a presente. A un país que sigue lidiando con las mismas tensiones que él narró con claridad y gracia. A un Caribe que reclama su identidad sin pedir permiso. A un archivo vivo que se abre para que otros lo estudien, lo adapten, lo escuchen y lo vuelvan a contar. “Recordarlo no como una estatua, sino como una voz viva”, finaliza Paloma.
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