Los límites separan lo que es nuestro y lo que corresponde a los otros. Los límites son nuestra zona segura, son creados según nuestros propios criterios y definen lo que permitimos y lo que no dentro de nuestra relación, son no negociables y fundamentales para nuestro bienestar.
Existen límites físicos, emocionales y psicológicos en las relaciones, además hay límites sanos y límites poco saludables en los vínculos que establecemos.
Estos se diferencian de las preferencias personales y esto es lo que lleva muchas veces a grandes conflictos, porque las personas piensan que están sobrepasando los límites y en realidad, están actuando conforme a las preferencias personales.
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¿Diferencias entre los límites y las preferencias personales?
Un límite es “ Si mi pareja me pega una cachetada, me grita o me insulta, entonces yo dejaré la habitación, la conversación o la relación”. Una persona puede escribirme el domingo a las 3 de la mañana pidiendo información y simplemente yo no contestar. De eso se trata el límite, el límite es para nosotros mismos. Si tú haces X, entonces yo voy a hacer Y para cuidar de mi.
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Cuando cedemos o negociamos con nuestros límites terminamos llenos de resentimiento y sintiéndonos como unas víctimas, culpando a los demás y además lidiando con consecuencias perjudiciales para nuestra salud como elevados niveles de estrés, ansiedad y depresión.
Los límites tienen como función salvaguardar nuestro bienestar emocional, psicológico y físico en cambio las preferencias personales son cosas que quiero, que me gustan. Un ejemplo de esta confusión suele ser el horario de cenar, le dije a mi pareja que tiene que estar a las 7 de la noche para cenar juntos y él no respeta mi límite y llega tarde; esto no es un límite, es una preferencia.
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Otro ejemplo común, es “Ya le he dicho a mi pareja que deje de hacer eso porque me hace enojar, y lo sigue haciendo”, esto no es un límite, esto es un asunto de inteligencia emocional, cada vez que nos sentimos mal no es señal de pedirle a la pareja que se adapte a mis preferencias, en cambio es una alarma para que aprendas a controlar la ira crónica.
Hay que aprender a diferenciar un límite de una preferencia, de un acuerdo, de una obligación, de una petición, de una responsabilidad, porque todos son cosas diferentes y la palabra límite, pierde su valor cuando la utilizo para compartir mis preferencias.
Tu pareja y tus hijos pueden tener límites con nosotros, como por ejemplo: “Me estás gritando, mamá/papá, me voy a retirar de la habitación” y deberíamos ser capaz de respetarlo.
Finalmente, si tu pareja tiene ataques de IRA, debes con más razón tener unos límites firmes y claros para protegerte y sobre todo, nunca negociar con ellos.


