Si bien la diversidad de documentales y artículos periodísticos sobre Santa Cruz del Islote hablan de entre 1.000 y 1.200 habitantes, pues no hay estudios oficiales que establezcan el dato, los mismos pobladores desmienten la cifra y especifican que en realidad son un total de 570 personas, de las cuales un 60% aproximadamente son menores de edad.
Lo que sí está completamente comprobado es que esta isla, de solo una hectárea, considerada la más densamente habitada del mundo, tiene 90 estrechas viviendas que carecen de energía eléctrica permanente y de otros servicios primordiales, como el acueducto.
La otra realidad es que, a pesar de la precariedad material en la que viven, son un ejemplo de convivencia en donde el inconveniente que sufre uno es vivido por todos como propio.
¿Cómo lo hacen? Al bajar de la lancha, el único medio a través del cual es posible llegar al Islote, se observa la figura menuda de Elena De Hoyos Alvarado, sentada, apaciblemente, en una mecedora tratando de robarle viento al caluroso ambiente de las 12 del mediodía .
Tiene 87 años, escasas arrugas y una vitalidad que impresiona. Unas pocas canas asoman en su cabellera tinturada de negro. Es una de las matronas de la isla. Allí nació y allí espera terminar su vida cuando le corresponda. Su fuerza la atribuye al pescado que, prácticamente, come todos los días.
Elena ratifica que nunca ha habido problemas tan grandes que no puedan resolver entre todos, como un solo hogar. Y de hecho lo son. Los apellidos se repiten por los nexos familiares entre sus habitantes: los Barrios, los De Hoyos, los Castillo y los Berrío, son los más frecuentes.
Cerca de la matrona está su hija, Rocío Barrios De Hoyos, una líder comunitaria que se ha dado a la tarea de trabajar por mejorar las condiciones de vida en la zona. La abundancia de niños la motivó a buscar apoyo de particulares, como los administradores del hotel Punta Faro, en isla Múcura -recientemente en el ojo del huracán por la fiesta del extraditable Camilo Torres, alias Fritanga-, para actividades sociales.
Mientras habla no menos de una docena de pequeños, que revolotean de un lado a otro alegres por la presencia de los periodistas, ratifican la versión de la hiperpoblación infantil.
“Aquí todos nos conocemos, hay una buena convivencia y cuando hay una disputa, como es normal que suceda, todos la aplacamos, regañamos a quien toque regañar, somos muy unidos”, cuenta.
Necesidades por montón. En Santa Cruz solo hay energía eléctrica entre 6 de la tarde y 11 de la noche, suministrada por una planta donada por la fundación Surtigás. Diariamente los habitantes deben recoger dinero para completar el costo del combustible, equivalente a un promedio de 2.000 pesos por casa, lo que frente a sus escasos recursos resulta exorbitante.
También carecen de agua potable y de sistema de alcantarillado. Tampoco hay una adecuada disposición de basuras. Tienen puesto de salud, mas les falta personal médico; de ahí que todavía dependen de una partera, y cuando tienen emergencias acuden a los paramédicos de Punta Faro o se trasladan en lancha a Rincón del Mar, poblado sucreño vecino.
El colegio no cuenta con las mejores condiciones y solo cubre los grados básicos de educación. Enganchado con esto, la falta de oportunidades laborales es abrumadora y, para completar, la pesca ya no es la mejor opción porque la sobrexplotación la ha mermado. Ahora el turismo “manda la parada”, de acuerdo con los isleños.
“Nuestro sustento -sostiene Rocío-, depende de la gente que viene acá a pasar días y de que en el hotel le dan trabajo a jóvenes y mujeres que antes no trabajaban, y de las cabañas que se llenan en temporada turística”.
Prueba de lo que dice Rocío es Jonathan Adams, un periodista estadounidense que visita por segunda vez la isla. Apoyado en un diccionario español-inglés, relata que le llamó tanto la atención este lugar que está documentando un trabajo periodístico para una universidad en Kentucky a la que está vinculado.
Lío de tierras. Al igual que Múcura y la mayoría de los terrenos correspondientes al parque natural Corales del Rosario y San Bernardo, el Islote enfrenta las consecuencia de la ocupación de un lote baldío del Estado.
Si bien los moradores alegan que son afrodescendientes, y que los primeros pobladores llegaron allí hace unos 200 años, el Incoder realiza en estos momentos un análisis de estas condiciones.
Recientemente se inició una caracterización socioeconómica.
Entre tanto, en el Islote siguen luchando por sobrevivir. Por ahora han logrado reconocimiento como cartageneros, aunque los recursos para atenderlos como tales aún no han empezado a fluir.
Por Karina González
@karygonzalez9



