El Heraldo
La senadora Sandra Ramírez dijo que los secuestrados "tenían sus comodidades, su camita, su cambuche, todo". Suministrada
Política

La ley del Montes | La “nueva historia”

Los antiguos jefes de las Farc, como el Mono Jojoy, no son héroes, ni pueden ser objeto de honores y homenajes.

Tres de los pilares que soportan los acuerdos de La Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc son: Verdad, Justicia y Reparación a las Víctimas. En ellos se sostiene dicha negociación. De su cumplimiento o no depende el éxito o el fracaso de lo pactado en Cuba. Y quienes están obligados a cumplir esos compromisos adquiridos son las partes que los negociaron, pactaron y firmaron.

Hacerles homenajes y rendirles honores a quienes sembraron tanto dolor en el país y enlutaron a miles de familias colombianas no es -ciertamente- la mejor expresión de reparación a las víctimas, ni representa la búsqueda de la verdad, ni tampoco expresa el deseo de que haya justicia.

Y eso fue lo que ocurrió con el homenaje que el partido de los Comunes –antiguas Farc– rindió a uno de sus jefes desaparecidos, alias Mono Jojoy, abatido en 2010 por las Fuerzas Militares, cuando desde la clandestinidad ordenaba atacar y masacrar a miles de colombianos. El Mono Jojoy no fue, pues, un hombre de paz. Todo lo contrario: encarnó el ala más radical y sanguinaria de las extintas Farc, como lo demuestran sus acciones y declaraciones a los medios de comunicación en los tiempos de la negociación del Caguán, durante el gobierno de Andrés Pastrana.

El Mono Jojoy tampoco fue un “feminista” –¡por Dios!– como con absoluto cinismo afirmó en dicho homenaje la hoy senadora Sandra Ramírez, antigua compañera de Manuel Marulanda ‘Tirofijo’. Decir que alias Mono Jojoy fue “un feminista, algo que la gente no sabe”, es una burla a las miles de víctimas que padecieron su accionar criminal.

Pero llegar a decir –aunque después mostrara arrepentimiento, ante el escándalo desatado– que los secuestrados de las Farc “tenían sus comodidades, su camita, sus cambuches, todo”, es la máxima expresión de desprecio por las víctimas, por parte de quien hoy goza de una curul en el Senado de la República, gracias a los acuerdos de La Habana.

La senadora Ramírez y todos los dirigentes y militantes de los Comunes, al exaltar la memoria de uno de los mayores criminales del país, dieron una bofetada a Colombia y en especial a las víctimas de las antiguas Farc. Ese homenaje –con brindis incluido– jamás debió darse, porque demuestra que quienes hasta hace poco portaban armas para extorsionar, secuestrar y asesinar a nuestros compatriotas, están muy lejos de “desarmar sus espíritus”. Están lejos de contar la verdad de sus actuaciones, acogerse a la Justicia –así sea una nacida de los acuerdos de La Habana, como la JEP– y mucho menos tienen el interés de reparar el daño causado.

Detrás de los honores y homenajes póstumos a sus mayores sanguinarios, como el Mono Jojoy, lo que hay en realidad es la intención por parte de los antiguos líderes de las Farc de escribir la “nueva historia del país” a su manera, donde los victimarios ahora pasarían a ser víctimas y donde los criminales serían tratados como héroes. Ese es el fin último y el propósito real de dichos reconocimientos afrentosos, por parte de los dirigentes de los Comunes.

¿Qué hacer ante las manifestaciones retadoras y desafiantes de quienes hoy exaltan la memoria de los grandes criminales del país?

Ni reconocimientos, ni homenajes, ni honores al Mono Jojoy!

La reconciliación nacional –después de décadas de guerra fratricida– es un proceso colectivo que se construye día a día. No se alcanza de un momento a otro. Requiere de grandes dosis de sacrificio y paciencia. Hay mucho dolor y luto en el alma nacional. Mucho resentimiento también, que todo hay que decirlo.

Pero para lograr la reconciliación nacional es necesario que quienes protagonizaron los capítulos más cruentos de la historia reciente del país expresen con obras y palabras su convicción íntima de arrepentimiento, que es la que llevaría a la “no repetición de sus actos”, otro de los pilares de los acuerdos de La Habana. Pero tener la desfachatez de afirmar que quienes fueron secuestrados por las Farc tenían “sus comodidades, su camita, su cambuche, todo”, es seguir sin entender la magnitud del paso que dio el país en la búsqueda de la reconciliación nacional.

En otras palabras: es ignorar el tamaño del sapo que tuvimos que tragarnos los colombianos para que el gobierno de Santos firmara la paz con un sector mayoritario de las Farc. El secuestro es uno de los peores crímenes que se pueda cometer contra un ser humano. Y quien fomentó esa práctica criminal –que acabó con miles de vidas de colombianos y destruyó miles de hogares– no merece ningún tipo de reconocimientos, ni honores, ni homenajes. Punto.

Mucho ojo: el enemigo de mi enemigo no es mi amigo

Ninguna atrocidad puede tener justificación. Ninguna. Sea cometida por grupos de extrema izquierda o de extrema derecha. Cuando se trata de acciones criminales es un gravísimo error creer que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. En estos casos se trata de un enemigo común: los grupos criminales que atentan contra personas inocentes. No es un asunto de ideologías o afinidades políticas. Ningún crimen tiene justificación. Los países que salen adelante son aquellos que hacen causa común contra las organizaciones criminales. Las propias Farc fueron objeto del repudio nacional, cuando el país entero salió a las calles a rechazar los secuestros cometidos por el entonces grupo guerrillero.

En otro momento de nuestra historia reciente, Colombia también hizo causa común para derrotar a un enemigo común. Ocurrió en tiempos del tristemente célebre Cartel de Medellín y su jefe máximo Pablo Escobar. A Escobar lo derrotó Colombia, que cerró filas a lado de las autoridades, los medios de comunicación y la clase dirigente. Fue el país como un todo el que respondió a la arremetida del jefe del Cartel de Medellín.

Hoy a nadie se le pasa por la cabeza justificar todas y cada una de las acciones criminales del capo narcotraficante y mucho menos rendirle homenajes y honores.

Alias el Mono Jojoy
¿Qué papel juega la JEP?

Aunque se cuida muy bien en su lenguaje –al no llamar secuestro al secuestro, por ejemplo– la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), ha señalado en varias oportunidades las acciones criminales de las antiguas Farc contra la población civil, entre ellas el secuestro. De hecho, varios de los exjefes del grupo guerrillero han sido citados para que rindan testimonio de sus actos, considerados crímenes de lesa humanidad. Es decir, los jefes de las antiguas Farc deben responder por sus delitos ante la JEP.

¿Pero una manera de responder es negando los hechos? ¿O tergiversándolos? ¿O acomodándolos a su “versión romántica” de lo sucedido, hablando de “comodidades y camitas”, como acaba de suceder con la senadora Ramírez? A propósito de la JEP, llama la atención su elocuente silencio ante las graves y cínicas afirmaciones de la congresista de los Comunes, aunque después haya pretendido retractarse.

Este tipo de afirmaciones no pueden pasar desapercibidas para la JEP porque dan pie para que quienes dudan de su imparcialidad encuentren motivos para reafirmarse en sus señalamientos. Tampoco es sano para alcanzar la reconciliación nacional que quienes arremeten contra antiguos mandos militares hoy comparecientes ante la JEP, pasen de agache ante expresiones como las de la senadora Ramírez. O todos en la cama, o todos en el suelo.

Una “nueva historia” escrita con mentiras

“Como firmante de la paz y senadora hoy, soy consciente de los gravísimos hechos y muy dolorosos que ocurrieron en la guerra”, declaró la senadora Ramírez en su video de retractación de sus afirmaciones durante el homenaje al Mono Jojoy. Pero no parece ser tan consciente de la gravedad de sus afirmaciones, porque el solo hecho de homenajear a quien sembró tanto dolor en el país demuestra que sus convicciones íntimas están muy lejos de trabajar por la verdadera reconciliación nacional.

 ¿Y las víctimas de las Farc dónde quedan? ¿Dónde están los homenajes a los cientos de soldados y policías que murieron no solo en combate contra las Farc, sino en ataques aleves con “cilindros bombas”, uno de los macabros “inventos” de Jojoy? ¿Y los civiles secuestrados y muertos en cautiverio dónde quedan? Decir hoy con cinismo que el Mono Jojoy fue un feminista es ignorar y despreciar la memoria de cientos de mujeres víctimas de todo tipo de vejámenes por órdenes del desaparecido ex comandante guerrillero, como narran decenas de ellas. Que algún sector del país haya decidido hacer oídos sordos a esos aterradores y desgarradores testimonios no significa que no haya sucedido. La “nueva historia” que pretenden escribir antiguos dirigentes de las Farc no puede basarse en mentiras.

 Ahí están los relatos de las víctimas de las Farc para quienes quieran escucharlos. Ahí están las voces de los huérfanos y viudas que a lo largo y ancho del país pueden decirnos el comportamiento criminal de quien ahora los parlamentarios de los Comunes le rinden homenajes. De manera que cuando la senadora Ramírez reconoce su “error”, debería más bien reconocer su “horror”. De esos horrores se ocupará la verdadera historia del país y no la que pretenden enseñarnos quienes hoy disfrutan de los privilegios de lo pactado en La Habana.

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