Carlos Herrera no esperaba una casa, tampoco un carro, u otro tipo de obsequio económico, una vez falleciera su padre. La única herencia que él añoraba era un disfraz de Congo.
Su esperada adquisición le fue entregada hace casi 20 años, los mismos que lleva siendo parte de la danza del Congo grande de Galapa. 'Fue lo que me dejaron mis viejos. No me dejaron una casa, me dejaron un disfraz', compartió, luego de haber viajado un par de horas en bus desde Galapa con dirección a la Vía 40 el 25 de febrero. Sábado de Carnaval.
Ubicado sobre la calle 85 con la misma Vía 40 para desfilar en la Batalla de Flores, con su rostro pintado de blanco, llevando gafas oscuras y luciendo el vestido al que dice nunca haberle cambiado el diseño, contó sonriente que es ebanista, que disfruta trabajar a diario en un taller haciendo muebles, y que cada año piensa que no va a volver a vestirse de Congo. Eso cambia al llegar diciembre, diciéndose así mismo: '¡estoy vivo, voy otra vez!'. Ahora quiere llevar la herencia familiar de generación en generación. 'Quiero que hasta mis nietos, que ya les estoy haciendo los disfraces, no pierdan esta tradición'.
Innovación
Después de conversar con Carlos, y a solo unos pasos, una mariposa, sin vuelo en sus alas, sobresalía frente a mí con gran colorido en la cabeza de otro hombre. Era José Moscote, de 53 años, y lleva 27 vistiéndose de Congo. 'Esto yo lo llevo en la sangre. Por eso cuando llegan los carnavales me transformo', advierte el nacido en Barranquilla.
Hace parte de la danza del Congo Reformado, esa que desde hace unos 70 años, aproximadamente, luce turbantes, pencas y pecheras, diferentes en cada Carnaval.
Se desempeña cada día como mecánico en una empresa de la ciudad, pero no hay noche que deje de pensar en cómo se va a lucir en el siguiente Carnaval. 'Este año llevo una figura de mariposa. El año anterior tenía una careta de Congo, y cada año cambiamos', explica.
¿Su intención? No pasar desapercibido. Y lo logra. Fue asediado por espectadores para tomarse una foto con él. Y seguramente no fue solo por las tres letras que porta desde hace 27 años formando la palabra Paz. Sino también por el brillo que emana desde lo alto de su turbante, gracias a las flores que lleva, hechas en lentejuelas. 'Es que cada año tenemos que hacer nuevos turbantes, eso es lo llamativo'.
A sus 50 años José sigue desfilando con el Congo reformado. Al igual que Herrera, cubre sus ojos con lentes oscuros y su cara con pintura blanca. Tampoco le molesta el fuerte sol de las 11 de la mañana. Solo busca, así como Carlos, llevar en alto su tradicional danza. Y aunque sus ideas en vestuario de Congo varían, ambos mantienen sus machetes alzados y los turbantes bien puestos. Pues como dice Herrera, ¡Congo hasta que Dios me recoja!'.


