Tarde, bastante tarde nos hemos enterado del fallecimiento de Emile Griffith, vencedor y matador de Benny Kid Paret, púgil cubano con quien Griffith creó una rivalidad que se fue mucho más allá de los linderos estrictamente boxísticos y que a la postre dibujó los lineamientos de una rivalidad que desembocó en uno de los más lacerantes desafíos en el boxeo. Paret se burlaba de la masculinidad de Griffith, especialmente de su afición a fabricar sombreros para mujeres.

Por supuesto, todo ese caldo de cultivo tenía que finalizar en tragedia. Lo lamentable fue que semejante desenlace también se llevó de cuajo la carrera del referee, cuyo nombre ya no recordamos ni queremos recordar, al ver su inicuo comportamiento en el ring, permitiendo impávido (mejor sería decir que paralizado) la lluvia de una veintena de golpes, sin que hubiera respuesta de parte de Paret.

Hay una regla no escrita pero si respetada en muchas comisiones de boxeo de los Estados Unidos, que establece que cuando un púgil recibe una andanada de 10 golpes, sin que su contendor devuelva ninguno, la pelea debe ser parada ipso facto. Paret recibió más del doble de esa cifra y el tercer hombre en el ring Ruby Goldstein –cuya carrera terminó esa misma noche– veía aquello como gallina que mira sal y por su absurda paralización se produjo en una clínica de Nueva York el fallecimiento de Paret, 10 días después sin haber salido del coma en que cayó al final de los golpes.

Griffith fue un aguerrido boxeador. Peleador al cambio constante de golpes, es de los pocos que pudo ostentar la doble condición de campeón mundial, primero en peso welter y posteriormente en peso mediano, en una época en la que todavía estaban bastante lejos la creación por el Concejo Mundial de Boxeo y particularmente por el insumergible de las categorías juniors.

Griffith también pagó al final de su vida las consecuencias de su estilo frontal de pelea. Llegó a perder la razón y tuvo que ser internado por algunos amigos en un centro de cuidados, que así los llaman en Nueva York. Allí entró y de allí no salió más, salvo cuando tuvo que salir con los pies por delante y en un féretro, rumbo a un cementerio.

Emile Griffith fue exaltado a la galería de la fama, pero él nunca llegó a saberlo.

Por Chelo de Castro C.

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