Barranquilla amaneció en modo fiesta y lo confirmó en la noche de un martes inolvidable. El estadio Metropolitano vibró antes, durante y después de un partido que ya es parte de la historia: el triunfo de Colombia sobre Bolivia que selló la sexta clasificación de la Selección a un Mundial, todas conquistadas en esta misma casa, el ‘Coloso de la Ciudadela’.
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El calor, la humedad y hasta la lluvia no fueron obstáculo para una hinchada que se entregó de principio a fin, asumiendo con orgullo su papel de jugador número doce. El objetivo era claro: empujar a ‘la Amarilla’ hacia la cita orbital en ‘Estados Unidos, México y Canadá 2026’.
Desde las tribunas bajaba un rugido incesante, un “¡Colombia, Colombia, Colombia!” que se mezclaba con otro grito que se convirtió en un fenómeno. El nombre de Dayro Moreno retumbó como un eco incontrolable. Ni James Rodríguez ni Luis Díaz recibieron semejante ovación al aparecer en las pantallas.
El delantero del Once Caldas, que no vive el pico de su carrera, generó sin embargo un fervor inexplicable. Cada fallo de Jhon Córdoba, de Díaz o del propio James en los primeros minutos encendió con más fuerza el clamor por Dayro, un grito que atravesó la primera parte en varias oleadas. “¡Dayro! ¡Dayro! ¡Dayro!”, se escuchó una y otra vez.
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El gol de James calmó las ansias, pero no apagó la insistencia popular.
La segunda mitad trajo la lluvia, un respiro fresco para la ciudad, pero también más cánticos, con Dayro como protagonista, y un sufrimiento compartido en cada atajada de Camilo Vargas.
Hasta que Córdoba, resistido y presionado por ese coro que pedía a otro, firmó un golazo que lo reivindicó y trajo reconciliación. ‘El Metro’ explotó, y aunque el grito por Dayro volvió, esta vez se sintió menos áspero.
Y entonces llegó el momento esperado: al minuto 78, Lorenzo lo llamó. ‘El Metro’ se sacudió con una ovación que parecía un gol. Dayro ingresó y la fiesta alcanzó su clímax.
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El tercero, obra de Juan Fernando Quintero, fue el sello definitivo.
El pitazo final decretó la clasificación y desató la locura. Barranquilla cumplió otra vez como sede, la Selección respondió en la cancha y el Metropolitano quedó escrito una vez más como el templo donde Colombia asegura sus sueños mundialistas.
