El férreo temperamento que lo llevó a ser uno de los defensas centrales más respetados de los años sesenta y setenta en el fútbol argentino contrasta con la docilidad de un señor que engaveta sus emociones, a pesar de estar presenciando la que quizá sea la final más vibrante de un Mundial.
Las luminarias que reposaban sobre su rostro cada fin de semana, cuando debía confrontar a la prensa caribeña para dar cuenta de lo que hacía con Junior de Barranquilla, hoy se han ido para darle paso al anonimato que absorbe a un Miguel Ángel el ‘Zurdo’ López, escondido - pero, principalmente protegido - bajo las fibras de un tapabocas y resguardado en una gorra negra, sentado en una mesa del restaurante Che Boludo.
No podía ser otro el escenario para esta cita. Otro lugar no sería capaz de evocar aquellas sensaciones gauchas estando tan lejos de su natal Córdoba, pero habitando en las calles de la ciudad que le robaría su corazón desde hace mucho tiempo.
'Hace años que estoy viviendo acá. Me amañé, estoy feliz y cuando quiero darme unos gustos argentinos vengo acá al restaurante', expresó el argentino en diálogo con EL HERALDO.
Sin embargo, más allá de su amor por la capital del Atlántico, por sus venas y arterias sigue corriendo la sangre albiceleste. Y esta fuerza de atracción le llevó a ser un espectador más, con sus limitadas fuerzas, luego de haber vestido en persona el manto argentino hace unos cincuenta años.
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Temprano acudió a la cita. Llegó al espacio reservado para él, en donde iba a disfrutar de un partido sin precedentes. La Argentina se fue en ventaja con dos goles y dio una clase de fútbol en el primer tiempo. Daba la impresión de que el trámite del juego lo mantenía tranquilo a él, pues desveló confiar en el trabajo de su colega, Lionel Scaloni, quien no gozaba de mucha credibilidad cuando asumió las riendas del seleccionado mayor, pero que ayer le daría una alegría que fue esquiva para su pueblo durante 36 años.
'Afortunadamente le ha ido muy bien a él (Scaloni). Ha manejado perfectamente todas esas situaciones difíciles que se le pueden presentar a un técnico. Se atrevió a elegir y darle la confianza a algunos jugadores jóvenes que muchos no habrían tenido en cuenta y eso es un mérito de este entrenador', alegó.
'Este equipo se ve con mucha jerarquía y con más seguridad en sí mismo. Tanto colectiva como individualmente. Este no ha sido un Mundial fácil para nadie y ellos llegaron hasta aquí', sentenció el exjugador campeón de cuatro Copas Libertadores, dos Copas Interamericanas y una Intercontinental con Independiente de Avellaneda.
El vértigo se apoderó de la gran final mundial y la historia se complicaba para los sudamericanos. El desespero y la angustia consumían a la colonia gaucha que veía cómo la copa se le escapaba de las manos luego de tenerla casi en la estantería.
Pero, mientras todos se comían las uñas, el Zurdo permaneció como un témpano de hielo. ¿Confianza en los hombres de Scaloni o dificultad para asimilar lo que ocurría en el momento?, eso no quedó tan claro, pero Miguel Ángel evocó aquella reacción en el Atanasio Girardot, cuando mesuró a un eufórico David Pinillos que se abalanzó sobre él luego de que Junior se coronara campeón ante la multitud paisa de Atlético Nacional.
Al parecer, fue la experiencia en estas situaciones la que le ayudó a conservar la calma. Además, poco y nada podía hacer desde acá, pues todo dependía de otro zurdo, Lionel Messi, y de los guantes del ‘Dibu’ Martínez, quienes finalmente le permitieron a Miguel Ángel marcharse lentamente del lugar, con una leve sonrisa en su rostro tras ver por tercera vez a su país natal campeón, pero sin antes desearle la misma suerte a su patria adoptiva: 'Algún día le tocará también a Colombia. Ojalá que sea pronto'.





















