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“El encierro es una exigencia de la escritura literaria”: Roberto Burgos Cantor

El escritor cartagenero, ganador del Premio Nacional de Novela 2018 con ‹Ver lo que veo›, escribe para darle su lugar en el mundo a quienes buscan ser escuchados. 

Para Roberto Burgos Cantor, Cartagena es una cangrejera y los cartageneros, como los cangrejos, se guardan a veces en hoyos o bajo las piedras. En Ver lo que no veo (2017) el escritor cava en lo profundo de una historia que narra lo que se conoce y se desconoce de su ciudad natal. Un barrio que se niega a declararse como una invasión porque «¿qué íbamos a invadir si aquí no había nada distinto a nuestro despojo?», tal como cuestiona Otilia de las Mercedes Escorzia, la voz que retumba en la obra de este autor, ganador del Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura.

Hablamos con Burgos, que a sus 70 años no abandona la biblioteca de su padre, el catedrático Roberto Burgos Ojeda; releyendo a Borges, otorgándole un lugar en el mundo a quienes han sido marginados, alejándose y regresando siempre a la tierra en la que prefiere construir la ficción de sus cuentos y novelas.

P.

Se ha interesado en contar la historia de quienes buscan un lugar en el mundo, los excluidos, y en darles un sitio ¿por qué, acaso es una forma de hacer justicia?

R.

Es una forma. Una de las razones éticas de la literatura es conceder una voz, una imagen a los excluidos de la sociedad, a los que no salen en las páginas sociales de los periódicos, a los que no se les escucha. El escritor hace una exploración donde recupera el mundo y, al tiempo, la humildad de unos seres cuya existencia quiere ser liberada.

P.

¿Siente que pertenece, como escritor, a ese grupo de los solitarios? ¿En qué se parece usted a los personajes que le inquietan?

R.

El encierro, la soledad, son exigencias de la escritura literaria. No en un sentido dramático, del escritor incomprendido, sino como un requisito del oficio. Estar solo, para quien escribe, es la comprensión total de que solo él puede escribir, que no tiene la facilidad de otros oficios de decir «voy al parque, me tomo un café y en tanto vuelva, llamo al secretario y le digo que continúe con ese párrafo». Eso no puede ocurrir. En ese sentido, es un trabajo solitario que solo lo puede hacer quien lo esté haciendo.

P.

En Ver lo que veo se narran las tragedias de un pasado, pero también la esperanza por el futuro, ¿es a propósito y si es así, con qué intención?

R.

Con la intención de mostrar la fortaleza del ser humano y no dedicarse a la derrota, sino generar construcciones nuevas o renovadas. «Si nos quitaron la tierra, vamos a hacer una nueva tierra». Tener los elementos que alegran la vida, los ritos de las muertes, el empeño valeroso del pueblo.

P.

Se interna para contar la historia conocida y desconocida de Cartagena, ¿cómo nació la idea de la novela?

R.

Tú sabes que los cartageneros tenemos una particularidad, un entrañamiento con el solar, con el patio. Somos como el cangrejo: todos tenemos un hueco y allí estamos escondiendo cosas. Cartagena se me ha vuelto el lugar donde prefiero situar las ficciones. Me siento bien allí, veo que es un mundo que no se ha acabado de contar, que apenas comienza a salir de las historias de los piratas, de los cañones, y además, que hay una deuda que con el crecimiento loco de las urbes de América Latina y sus construcciones apresuradas. Eso me interesa mucho, el cómo va deformándose el orden que tuvo alguna vez la ciudad, esa de la que en los años 50, ante tanta literatura de la selva, pedía incluirse en la literatura nuestra.

P.

Los jurados elogiaron la estructura compleja de la novela: las voces, los monólogos, ¿qué tanto pensó en hacerlo así?

R.

Yo preparo muy poco, ¿sabes? Hay dos líneas de escritores: los que preparan al detalle su proyecto, su escritura futura y los que vamos al azar, los que vamos a la incertidumbre y permitimos que el texto nos vaya preguntando. Yo voy avanzando con el texto, no tengo un preconcepto y me interesa eso porque a pesar que el primer grupo se empecine en escribir de lo que saben, yo prefiero escribir de lo que no sé. Veo la escritura como una forma de descubrir.

P.

Hablemos de las voces y los personajes de Ver lo que veo, ¿a quiénes se parecen?

R.

Son boxeadores, ladrones, cantantes, jugadores de casinos, grandes empresarios del ingenio, mujeres; hay salones de belleza y en ese atiborramiento del mundo se van mostrando los perfiles de una sociedad posible, que surgen normalmente de la calle, de algún gesto, una sonrisa de quien algún día escribirá, esas pequeñas observaciones que van definiendo y alimentando, no siempre de manera consciente, la escritura futura.

P.

Por ejemplo, ¿qué escenas o imágenes le sirvieron para un punto de partida?

R.

Las mujeres que encuentro con frecuencia en Cartagena, Santa Marta, Montería, que reclinan un asiento contra la pared a la entrada de una empresa o una universidad vendiendo dulces, a veces verduras, esa es una imagen que siempre me reta. ¿Qué estará pensando?, me pregunto.

P.

Se empecina en los detalles, ¿cómo juega con éstos?

R.

 Esos pequeños detalles los respeto como parte del mundo. Tú sabes que en mucha parte de la literatura de nuestra América, escribir era un ejercicio solemne de palabras escogidas, de palabras que se podían usar y de palabras proscritas que no se podían usar y de pronto hay que entender que el mundo es mucho más que eso y que las palabras deben dar cuenta de los olores, de los cambios de la luz, el olor de la fruta, de los vientos. Eso muestra un mundo que existe en las novelas y que le permite al lector sentirse como un visitante.

P.

¿Qué tanto influyó la biblioteca de su padre en su literatura?, ¿quiénes son sus referencias?

R.

Hay una frase linda de Jorge Luis Borges, cuya poesía he vuelto a leer en estos días. La poesía no se frecuenta lo suficiente por el encanto que tienen sus narraciones cortas, pero me di cuenta de algo, Borges dice «al fin y al cabo toda mi vida he estado en la biblioteca de mi padre». Ese día me había ido a desayunar algo después de exámenes médicos y luego de leer me sentí perturbado. Me dije: «así es, he estado siempre en la biblioteca de mi padre. La admiro desde antes de que se incendiara la casa». Y claro, ahí estaban Joyce, Cervantes,  Passolini, Camus, Moravia. Es un privilegio porque esos libros ocuparon gran parte de la casa y yo podía escoger. Mi papá, como liberal, era incapaz de aconsejarme uno u otro y lo único que me dijo al mirar los libros que leía fue «no te preocupes, que más tarde volverás a leerlos otra vez». Tenía razón.

P.

Hablemos de este reconocimiento, ¿qué debería significar para un escritor ganar premios?

R.

Es un estímulo para los logros personales. Comienza uno a valorar y a darse cuenta que hay otra gente leyendo y generando ideas, que hay que leer. Pero en el orden social cumplen un papel de alguna manera necesario y es que llaman la atención sobre los libros, promueven la lectura y la circulación de los bienes culturales en general. Eso hace falta. El papel social y ese abrazo personal son bienvenidos. Yo me siento muy contento.

P.

Después de un premio puede aumentar la expectativa por una nueva obra, ¿en qué está trabajando?

R.

Justo acabo de entregar un libro de cuentos a la editorial, ahí me curo contra esa tentación (risas). En este nuevo libro abandono un poco mi lugar natal y exploro otras ciudades y con motivos distintos.

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