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Cuando el director caleño Juan Carvajal habla del documental La salsa vive, su voz se mezcla con una sonrisa que uno puede intuir incluso por teléfono. No es solo un proyecto cinematográfico. Es, como él mismo dice, una carta de amor a su ciudad. Y también, aunque lo diga con menos palabras, una forma de reencontrarse con lo que lo hizo quien es: el barrio, la casa familiar llena de boleros, sus abuelos bailando en el pórtico, los vinilos de son cubano girando eternamente y una ciudad donde la salsa no es pasado ni nostalgia, sino presente, celebración y resistencia.

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El documental La salsa vive llegó por fin a las salas de cine en Colombia, tras un recorrido que ha emocionado a públicos y críticos en festivales tan importantes como el South by Southwest en Austin (Texas), el San Diego Latino Film Festival y el Nuestros Sonidos en Nueva York, donde fue proyectado en el mítico Carnegie Hall.

“Es muy personal, la película nace de mis raíces. Yo crecí en una casa salsera, lo que ves en pantalla, los viejos en el pórtico, son mis abuelos. Ahí empezó todo”, detalla el director a EL HERALDO.

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Entre dos ciudades

La idea inicial fue contar la historia de la salsa en Nueva York junto a una leyenda: Larry Harlow. El pianista, compositor y arreglista —clave en la era dorada de la Fania— había aceptado ser el hilo conductor de un documental que narrara el auge y el declive del género en la Gran Manzana. La muerte de Harlow durante la pandemia truncó ese plan, pero abrió otro camino.

“Cuando Harlow se fue, yo me marché a Cali. Y entendí que la historia no era solo la de Nueva York, sino también la de Cali. Nueva York la vio nacer, pero Cali la mantiene viva”, dice Carvajal. “Entonces el documental se convirtió en un relato de dos ciudades: la que parió el género y la que lo protege, lo celebra y lo transforma”.

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Esa dualidad atraviesa todo el filme. Desde los archivos de los años 70 en Nueva York —ensayos de la Fania, calles del Bronx, conciertos— hasta las escenas actuales de jóvenes caleños bailando en los barrios, creando orquestas, soñando con una vida distinta gracias al ritmo.

“La salsa en Cali no es solo música. Es una tabla de salvación”, asegura el director.

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Cortesía

El archivo, la memoria

Uno de los aspectos más potentes del documental es su material de archivo. Carvajal se embarcó en una búsqueda minuciosa y apasionada por las imágenes que narraran la evolución del género. “Fueron dos años de trabajo duro. La Fania tiene derechos muy complejos, así que empecé a buscar por otro lado”, cuenta.

Fue así como llegó a los archivos del cineasta británico Jeremy Marre, quien logró acercarse de manera íntima a esa convulsión de la Fania y a un regalo inesperado: un betacam olvidado con grabaciones de Henry Fiol cantando La última rumba.

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“Lloré cuando vi ese material. Fue un momento bisagra, porque me permitió cerrar el montaje con una escena que conecta a Nueva York con Cali de una manera profundamente emocional”, recuerda Carvajal.

También fue clave el archivo nacional, rescatado con el apoyo de Patrimonio Fílmico Colombiano, y la recreación de escenas en barrios caleños que, por su fuerza narrativa, parecen filmaciones documentales. “Lo que no encontré, lo ficcioné. Y todo lo ficcionado es también real: son chicos de escuelas de barrio que bailan salsa todos los días”, dice.

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El legado de Harlow

Aunque la muerte de Larry Harlow cambió el curso del documental, su presencia se mantiene como un espíritu tutelar. Carvajal habla del maestro con reverencia. Recuerda las visitas a su apartamento lleno de pianos ocultos en escritorios y armarios, las conversaciones eternas sobre la historia del género y la locura que fue Hommy, su ópera salsa de 1971 inspirada en Tommy de la banda británica The Who.

“Harlow era un genio creativo. Fue él quien tomó los ritmos cubanos, los arregló, les dio ese toque neoyorquino, urbano, golpeado. Él es la salsa. Y en Colombia, especialmente en Cali, la gente lo sigue viendo como una estrella”, afirma Carvajal.

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Ese amor por las raíces también se refleja en los artistas que han colaborado con el documental, desde Rubén Blades —quien cedió generosamente su canción Las calles— hasta figuras como Henry Fiol, Willie Rosario, Celia Cruz, Jairo Varela, José Aguirre, Alfredo Linares y el caleño José Hernández ‘el Mulato’.

“Este género tiene memoria. Tiene historia. Y eso se nota en cada trompeta, en cada coro”, dice Carvajal. “Como decía el maestro Bernardo Hoyos Pérez, hay música buena y música mala. Y la buena, como la salsa, permanece. Es música clásica. Puede que pase de moda, pero no se muere”.

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Y lo que somos, al final, está en el barrio. Está en las calles donde los vinilos siguen sonando, donde las orquestas ensayan, donde los niños aprenden a bailar con la esperanza de conquistar el mundo. Por eso Carvajal dice, con absoluta convicción, que “la salsa está conectada con el barrio, con lo que somos”.