A veces un país entero puede sentirse traicionado sin que nadie lo admita. Hoy Colombia está así; confundida, cansada y con una rabia que no sabe dónde poner. La última encuesta de Invamer lo resume en un golpe seco: el 66 % cree que vamos por mal camino. Casi siete de cada diez. Una mayoría que pide cambio a gritos, pero se confunde cuando mira el tarjetón de la encuesta y ve 30 precandidatos deseando ser presidente de la República.

La foto es contundente: a hoy, solo dos nombres son viables para enfrentar a Iván Cepeda. Los demás están peleando en un mundo de fantasías; y lo peor lo vemos con esos veintidós candidatos que ni siquiera superan el 1,8 %, el margen de error. La gente en la calle lo siente: “¿por qué tantos?, ¿por qué nadie piensa en el país?” Esa mezcla de confusión y desconsuelo es peligrosa. Porque cuando la ciudadanía percibe que los líderes juegan ajenos al momento, empieza a creer que da igual quién gane, y ese es el primer paso hacia perder la democracia.

Si siete de cada diez colombianos quieren cambiar el rumbo, cambiarlo significa votar distinto a Iván Cepeda. Esa no es una conclusión ideológica, es matemática emocional. Y aun así, seguimos viendo campañas del 0,6 %, del 1 %, del 1,2 %, que insisten como si estuviéramos en un concurso de vanidades y no en la elección más delicada en décadas. Antes ese juego se toleraba; hoy se siente como un acto de egoísmo.

Por eso lo que este momento exige no es más ruido, sino grandeza. Esa palabra que tanto repetimos y poco practicamos. En ese “club del uno” hay gente valiosa, sí. Pero nadie quiere ser senador, nadie quiere ser representante, nadie quiere llevar el peso real del país en el Congreso. Todos sueñan con la banda presidencial, aunque los números les griten que ese sueño, en esta elección, es imposible.

Ahí está la oportunidad: que esos veintidós candidatos conviertan su aspiración individual en un acto colectivo, renunciando ya e inscribiéndose al Congreso antes del lunes. Que entiendan que su rol, si gana Cepeda, es ser el último muro de contención; y si gana un candidato que cambie el rumbo, ser bastón que permita gobernar rápidamente y sin caos.

El país está confundido, pero no está perdido. La gente está aburrida, pero no se ha rendido. Solo necesita una señal de madurez. Por eso este diciembre deberíamos pedir un solo aguinaldo: que quienes no pueden ganar dejen de dividir y empiecen a sumar. Que el ego ceda un centímetro y dejen de pensar en ministerios o alcaldías locales, para que Colombia avance un metro. Porque en esta elección, incluso el gesto más pequeño puede evitar que el país entero pierda el rumbo. Y ese, precisamente ese, es el aguinaldo que hoy nos merecemos todos los colombianos.

@MiguelVergaraC