Colombia vuelve a estar de luto. El asesinato del senador y candidato presidencial Miguel Uribe Turbay, ocurrido en Bogotá dos meses después de que un sicario le disparara en la cabeza, no es solo un crimen atroz: es un golpe directo a la democracia. Miguel era uno de los opositores más visibles al actual gobierno y un nombre fuerte en la carrera presidencial. Pensábamos que los tiempos en los que mataban candidatos habían quedado atrás, pero la historia insiste en repetirse, como si el país estuviera condenado a revivir sus peores capítulos.

Lo que más duele es la manera en que su vida y la de su familia parecen atravesadas por un destino trágico. Cuando tenía apenas cuatro años, la violencia y el narcotráfico le arrebataron a su madre, Diana Turbay, en medio de un secuestro que Colombia no olvida. Hoy, su hijo Alejandro, de esa misma edad, queda huérfano de padre. La historia se repite con una crueldad insoportable, como si este país se negara a aprender de su propio dolor, condenara a las familias a estar rotas y a los niños a crecer sin sus padres.

Miguel no era un político de discursos vacíos o improvisados. Era coherente, preparado, comprometido, y estaba dispuesto a dar la cara en la plaza pública, sin miedo, para defender sus ideas. Precisamente ahí, en medio de su campaña, le arrebataron la vida. Por eso resulta indignante escuchar a quienes dicen que “se está politizando su muerte”. Lo mataron por ser político, por representar una visión distinta de país, por atreverse a confrontar el poder. Fue un atentado contra un hombre, sí, pero también contra la democracia misma y contra el derecho de todos a elegir y ser elegidos.

La justicia no puede quedarse en la captura del menor que disparó el arma y su posible impunidad por la edad. Detrás de él hay quienes dieron la orden, lo financiaron, y se beneficiarios del crimen. Ellos son los verdaderos enemigos de la democracia y no pueden quedar impunes. Colombia, pero sobre todo la familia de la víctima, merecen saber la verdad completa.

La muerte de Miguel debe unirnos y no sumergirnos en más en discursos de odio que nos dividen y siguen perpetrando los ciclos de violencia, debemos rechazar cualquier justificación de estos crímenes y exigir una justicia que no sea a medias. No podemos normalizar estos actos, ni simplemente pasar la página, porque un país que permite que maten a un candidato presidencial es un país que se está disparando a sí mismo, sin importar el color político. Y Colombia no puede seguir viviendo con la bala lista para silenciar a quien piensa diferente.

@CancinoAbog