Es un completo sinsentido que el pasado trece de agosto un hijo haya enterrado a su padre al tiempo que un padre haya enterrado a su hijo porque la violencia a la que nos hemos acostumbrado casi de forma patológica así lo dictaminó. Una más, como tantas y tantas otras veces. Aquí estamos frente a otro asesinato que enluta no solo a una familia, sino también a un país. La consumación de la muerte de Miguel Uribe Turbay confirma que Colombia es un cuerpo de incontables heridas abiertas. No somos una nación, somos un dolor agudo que no cesa.
Las coincidencias funestas ya hacen parte de nuestra cotidianidad. Apena profundamente que el mismo día de las exequias de Uribe Turbay se cumplieran veintiséis años del asesinato de Jaime Garzón. Apena no solo porque aflige, sino también porque avergüenza. Los colombianos deberíamos concordar con que «No podemos seguir siendo un país de muertos», como expresó monseñor Luis José Rueda en la misa fúnebre del pasado miércoles.
Porque ser un país de muertos nos hace ser un «país de mierda», como se atrevió a decir César Augusto Londoño en televisión nacional el trece de agosto de 1999, día en que Garzón fue ultimado a bala. Miguel Uribe Turbay siempre cargó a cuestas un duelo cuya razón de ser es una sinrazón. La que fuera la orfandad materna de Miguel hoy es la orfandad paterna de Alejandro. Quizás no en el mismo contexto, mas sí en el mismo absurdo.
La muerte violenta de Diana Turbay Quintero en 1991 signó la tragedia en la vida de Miguel, el hijo que un poco más de tres décadas después de quedar huérfano de madre, deja huérfano de padre a su pequeño de casi cinco años de edad. Lo dicho, las coincidencias funestas nos rodean mientras sobrevivimos a todos los riesgos que implica el ser colombiano.
Así transcurre la vida en Colombia: a diario lanzamos y esquivamos las esquirlas del odio que deviene de las diferencias. Así, día tras día, de algún modo nos matamos. Y así no podemos seguir viviendo. Colombia agoniza, con todo y su imaginario de democracia, de la misma manera en que Miguel Uribe Turbay pasó un poco más de dos meses en cuidados intensivos, al borde de la muerte que el pasado lunes finalmente le abrazó.
Las promesas de cambio seguirán siendo insuficientes mientras el respeto por la vida y la justicia no sean garantía de que, en efecto, somos una patria. El duelo que somos hoy es el duelo que seremos mañana, si no dejamos de incendiarnos entre nosotros, si no dejamos de ver enemigos en todas partes, si no dejamos de ignorar el dolor del otro, que es nuestro propio dolor.
@catalinarojano