Que se entreviste a un personaje de nefasto prontuario como Tapia no es lo malo. Lo realmente vergonzoso y equivocado es la forma en que lo hizo Rey: entre risas y con una liviandad que el entrevistado desmerece… Como queriendo banalizar la podredumbre que la corrupción encarna.
No hago parte de la comunidad LGTBIQ+. Pero eso no me exime de alzar la voz a favor de las diferencias. Porque no somos un mundo monocromático.
La patria ya no nos duele. Está anestesiada. La hemos dormido para soñar con tratados de paz que representan los muchos intereses de quienes no son tantos.
No es ficción, ojalá lo fuera. No es exageración, ojalá se tratara de una macabra hipérbole. Lo que siguen viviendo las mujeres, los niños y niñas, los hombres y los ancianos gazatíes es una realidad sin precedentes en un siglo que suponemos “evolucionado”.
La explotación animal es infame. Como infame era montarse en un coche supuestamente “romántico” de Cartagena y pasear por el Corralito de Piedra siendo arriado por caballos que podían morir tras colapsar en medio de uno de esos crueles recorridos a que eran expuestos solo para darle a la Heroica una atracción turística más.
La vida es cambiante, esa es su naturaleza. Mas no es el paso de un año a otro lo que hace el cambio. Seguimos siendo los mismos, al tiempoque vamos dejando de serlo.
Hoy, dándole una vuelta de hoja radical a la desgracia, tenemos la fortuna de poder seguir burlándonos de todo y de todos… Incluso, de nosotros mismos.
No hay que cuestionar a las madres y los padres potenciales porque hoy estén naciendo un 33,3 % menos de bebés en el país. Ni mucho menos, esperar que mágicamente todo vuelva a ser como en el tiempo de nuestros ancestros, cuando un matrimonio podía dar una ‘cosecha’ de cinco, seis o hasta más de diez hijos.
No es el bronce, ni la plata, ni el mismísimo oro lo que representa grandeza en los hombres y mujeres que se subieron al podio y vieron cómo la bandera tricolor se izaba una y otra vez en París. Su grandeza está en la tenacidad de enfrentarse a todo aquello que los menoscaba.
En la música no tiene por qué haber burocracia. La música es libre. Si no, carecerían de valor alguno las canciones de cuna que, desde su ignorancia polifónica o melódica, madres y padres componen para sus bebés en esa libertad únicamente guiada por el amor.