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Hace 30 años, Las Minas de Iracal, un corregimiento de Pueblo Bello, al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta, podría decirse que era un paraíso. 300 familias vivían de la bonanza de la agricultura que la tierra y la variedad de pisos térmicos les permitían desarrollar. El café era su principal renglón económico.

Pero por ser precisamente un sitio privilegiado por la naturaleza y un corredor obligado entre Valledupar y el macizo, se convirtió en territorio de tránsito para la guerrilla. Los frentes 59 de las Farc y 6 de diciembre del ELN, pasaban por la zona, luego de cometer secuestros y otras incursiones en la región.

Comenzó entonces un calvario para la población campesina. Muy pronto los subversivos entraron en contacto con los lugareños y de solo pasar por Las Minas de Iracal, a veces con plagiados, los obligaron a hacerles compras en las ciudades para llevarlas a sus campamentos.

Esto estigmatizó a sus pobladores como colaboradores de la guerrilla, lo que fue motivo suficiente para que los paramilitares iniciaran una escalada de terror y muerte. 82 líderes de esa comunidad fueron asesinados entre 1988 y 2004, los que sobrevivieron a los crímenes abandonaron la otrora próspera despensa agrícola del norte del Cesar.

Después de la desmovilización de los paramilitares, los campesinos regresaron a Minas de Iracal, en 2010 crearon la Asociación de Víctimas Alianza por la Vida, para reclamar la atención del Estado.

Jenito José Herrera, vocero de esa organización señala que son una comunidad campesina trabajadora. 'Nuestra fortaleza era la agricultura, teníamos un tejido social donde nos sentíamos como hermanos, pero llegó el conflicto y con él las matanzas, nos dispersaron, acabaron con nuestras fincas y nos tocó irnos para Valledupar'.

En esta capital, la situación no fue fácil, pasaron de sembrar café y aguacate, a rebuscarse en la urbe el sustento de sus familias. 'La necesidad nos hizo volver, el desarrollo de una ciudad con nosotros que somos campesinos fue un choque, no hallábamos recursos para mantener a nuestros hijos, decidimos solos regresar a cualquier precio', comentó.

Dice que 'cuando llegaron los paramilitares, solamente por el hecho de decir que éramos de Las Minas de Iracal nos sindicaban de guerrilleros'.

Antes de la arremetida paramilitar, ya la subversión había cometido algunos hechos de violencia contra esta comunidad. En 1990, las Farc asesinaron a Elías Orozco, primer corregidor de la localidad. Lo señalaron de ser colaborador del Ejército.

PRESENCIA PARAMILITAR. Jenito Herrera manifestó que el exterminio de sus líderes se intensificó con la llegada de los paramilitares a la zona, supuestamente para quitarle el territorio a la guerrilla.

En medio de esa confrontación quedó la comunidad campesina. Corría el año 1998, cuando las autodefensas cometieron la primera masacre. Mataron al corregidor Donaldo Moscote; al presidente de la Junta de Acción Comunal Carlos Moscote y al profesor de la escuela de Minas de Iracal, Daniel Torres.

Después asesinaron a Amira Orozco, una promotora de salud, cuyo cuerpo fue encontrado a orillas de una quebrada. Fue torturada y abusada sexualmente. Así los paramilitares fueron dejando una estela de muerte no solo en Minas de Iracal, sino en sus siete veredas.

La situación provocó un desplazamiento masivo en el 2000; en 2001 se hizo un retorno; pero quedaron solos, los paramilitares seguían acechando, y en 2002 fue asesinado en la plaza principal, ante la mirada de los habitantes, Javier Navarro, quien días antes había llevado obligado un mercado a la guerrilla.

Después mataron al concejal José Antonio Benjumea, y otros líderes que habían conformado una comisión para pedirles a los jefes paramilitares, en una base que tenían en el corregimiento La Mesa, que cesaran los homicidios. Se produjo otro desplazamiento.

Jenito Herrera recuerda que en 2006 se hizo un retorno no legal; los paramilitares ya habían dejado las armas; pero hace cuatro años se hizo otro regreso acompañado de la institucionalidad. Hoy unas 400 familias, se encuentran establecidas en Minas de Iracal, además de las propias, otras que venían desplazadas de regiones afectadas por la violencia se sumaron a este asentamiento.