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Según algunos estudios, una persona adulta pasa entre 3 y 5 horas diarias en el celular. Si tomamos un promedio de cuatro horas, hablamos de 14.400 segundos al día, es decir, 480 veces más del tiempo que un visitante promedio dedica a contemplar una obra en un museo, estimado en apenas 30 segundos por pieza.

Este contraste revela lo poco que invertimos en observar e interpretar obras que contienen significados, emociones e intenciones. Y, al mismo tiempo, la gran cantidad de tiempo que destinamos a una pantalla, muchas veces sin obtener un verdadero beneficio de ello.

No hace falta que una obra sea visualmente compleja para justificar más de unos segundos de atención. Un claro ejemplo para esto es Mark Rothko. Si pasamos solo 30 segundos frente a sus pinturas, es fácil irnos con una impresión superficial o caer en frases como “eso no es arte” o “yo podría hacer lo mismo”. Pero cuando prolongamos la mirada, ocurre algo distinto, los campos de color, esos rectángulos difusos, comienzan a envolverte. Después de un minuto, uno siente que entra en el lienzo, como si este actuara como una ventana hacia emociones humanas profundas.

Rothko lo decía claramente: “El hecho de que mucha gente se quiebre y llore cuando se enfrenta a mis cuadros demuestra que puedo comunicar esas emociones humanas básicas… Si tú solo te conmueves por las relaciones de color, entonces no estás entendiendo el punto.”

Sus palabras adquieren más peso si recordamos que sus últimas series, en tonos grises y negros, fueron realizadas poco antes de su suicidio en 1970, marcadas por un periodo de depresión y enfermedad.

La obra de Rothko demuestra que 30 segundos no bastan para interiorizar todo lo que un cuadro puede decir. En un mundo en el que regalamos miles de segundos a una pantalla, quizás valga la pena regalarle al menos unos cuantos más al arte.

Natalia Aguilar Yarala

aguilaryaralanatalia@gmail.com