Lo que empezó como una fiesta, con los ánimos por el cielo, terminó en tristeza, y con el entusiasmo por el suelo. Desde todos los rincones de la ciudad, los hinchas barranquilleros le cumplieron al Junior, que cayó en su tercera final de liga consecutiva por un global de 0-2 ante el América de Cali. No fue para los tiburones, ni para su afición, que vivieron con trago amargo el pasar de los minutos. Desde que el conjunto caleño se puso arriba en el marcador no hubo remontada para el equipo currambero, que finalizó el torneo con la cabeza alta.
Antes de que empezara el encuentro, y como lo ameritaba la tarde, los aficionados barranquilleros se movilizaron por las calles con la camiseta de Junior puesta, con ese orgullo que les otorgaba el bicampeón del fútbol colombiano. También, otro millar de personas abandonaba la ciudad, debido a la celebración de Las Velitas, con rumbo a los pueblos del Atlántico, Magdalena y Bolívar, para poder celebrar junto a sus familias.
Pero cuando el árbitro Wilmar Roldán dio el pitido inicial los junioristas se persignaron, pidieron a los jugadores que les trajeran otra alegría y se entregaron completamente al compromiso. En la 8, en la 84 o en cualquier esquina de la capital del Atlántico se escuchó la transmisión a todo volúmen, al igual que la champeta, el reguetón y el vallenato. Pronto, ya iniciado el encuentro, el primer golpe dio de lleno en los corazones optimistas de los hinchas curramberos, que, en la 8, guardaron silencio, uno lapidario, cuando el América se puso en ventaja.
Pocos segundos después, con el ímpetu que caracteriza a los junioristas, la gente se puso en pie y, con aplausos, animaron sus propias esperanzas, agrietadas ante la ventaja escarlata. Y así pasaron los minutos, entre la confusión y la amargura, cuando los diablos rojos sentenciaron, con un segundo gol, el partido, que hasta ese momento dominaba el equipo barranquillero. Las caras largas opacaron cualquier amago de celebración que minutos atrás todavía se mantenía en el horizonte. La tarea, de haberla logrado el Junior, iba a ser más dura, y sus aficionados -a pesar de todo- lo siguieron respaldando.
La gota que rebosó la copa fue el gol anulado, que tuvo intervención del VAR incluida. Después de los gritos, la emoción y la algarabía vino la amargura y la tristeza. Lo que pareció un rayo de esperanza se perdió en la nebulosa del video arbitraje, que decretó nula la anotación de Germán Mera. Y ahí se fue el primer tiempo, con aficionados todavía llenos de ilusión y esperanza. Quedaban 45 minutos de partido.
En el norte de Barranquilla, en un ambiente igual de vivo que en el sur, los barranquilleros también se esperanzaron con la remontada tiburona, pero con el pasar de los minutos -y ante la imposibilidad de anotar un gol- el fuego de la alegría se fue apagando, dándole paso a la decepción y los primeros aplausos de consuelo. La gente se puso en pie, aplaudió a su equipo y le pidió más entereza, al mismo tiempo que -orgullosos- le agradecían por el bicampeonato logrado. Eso sí, hubo furia y reclamos tras la expulsión de Marlon Piedrahita, que -en esa acción- terminó de lapidar las ilusiones junioristas.
Ya para el final del encuentro, con el 0-2 en el marcador, los hinchas se pusieron -nuevamente- de pie, esta vez para aplaudir a su equipo, que cayó derrotado en el Pascual Guerrero de Cali. No había mucho que reprochar, dijeron unos, quienes además resaltaron la fortaleza del equipo y la entereza de haber luchado por una tercera estrella consecutiva.


